Tengamos
la certeza de que todo cuanto hagamos para honrar y hacer honrar a la Santísima
Virgen será, por su mediación, copiosamente recompensado por Dios.
Reconozcámosla siempre como nuestra bondadosa madre, ya que Jesucristo se la
dio por tal, en la persona de san Juan, a cuantos fueran sus devotos, cuando,
cercano a la muerte, le dijo: Hijo mío, he ahí a tu madre. Lo que debe
movernos, particularmente, a tener gran devoción a la Santísima Virgen es que
fue muy honrada por el Eterno Padre, quien la puso por encima de todas las
puras criaturas, porque llevó en su seno a aquel que es igual a Él, y que tiene
con Él la misma naturaleza. Fue elevada por encima de todas las criaturas por
la abundancia de sus gracias, que nadie poseyó otras semejantes a las suyas, y
por la pureza de su vida, que nadie ha igualado. Por lo cual dice san Anselmo
que era muy justo que brillase con extraordinario esplendor y que fuera
sobremanera elevada por encima de todo lo creado, quien, después de Dios, no
tiene a nadie por encima. ¿No es hallarse incomparablemente elevada por encima
de todas las criaturas, el haber llegado a ser templo del Dios vivo, al
concebir al Hijo de Dios? Por eso se le aplican las palabras del salmo 132:
Dios la eligió para establecer en ella su morada 3; y estas otras del salmo 65:
Tu templo es santo. Y el abad Ruperto dice aún mucho más: que desde que el
Espíritu Santo vino a la Santísima Virgen para que concibiera al Hijo de Dios,
ella se tornó toda hermosa, con belleza divina. Eso lleva a san Bernardo a
decir que debemos honrar a la Santísima Virgen con grandísima ternura y
devoción, puesto que Dios puso en ella la plenitud de todo bien, al encerrar en
su seno al Verbo divino. Pero lo que debe movernos particularmente, es el mucho
provecho que obtendremos de ello. Tengamos, dice el mismo santo, gran
veneración y tierna devoción a la Santísima Virgen, porque es el canal a través
del cual recibiremos los bienes que Dios desea concedernos. Y en otro lugar, al
explicar de modo más pormenorizado todos estos bienes, se explica así: el
Espíritu Santo distribuye todos sus dones, todas sus gracias y todas las
virtudes a quien quiere, cuando quiere, y del modo y en la medida que considera
oportuno, a través del ministerio de la Santísima Virgen. Y san Anselmo, para
avivar nuestra confianza en ella, añade que cuando se invoca el nombre de la
Madre de Dios, aun cuando aquel que recurre a ella no mereciese ser escuchado,
bastarían, sin embargo, los méritos de la santa Madre de Dios para mover a la
bondad de Dios a conceder lo que se le pide. Confiemos, pues, como también dice
san Bernardo, que si tenemos verdadera devoción a la Santísima Virgen no nos
faltará nada de cuanto sea necesario para nuestra salvación.
De
poco nos valdría estar persuadidos de la obligación que tenemos de profesar
particular devoción a la Santísima Virgen si no conociéramos en qué consiste
esta devoción, si no la tuviéramos realmente o, incluso, si no la
manifestáramos llegado el momento. Puesto que se halla por encima de todas las
criaturas, debemos profesarle mayor devoción que a cualquier otro santo, sea el
que fuere. A los santos les manifestamos nuestra devoción en ciertas épocas y
días del año; pero la que debemos profesar a la Santísima Virgen debe ser
continua.