COMENTARIO AL
EVANGELIO
DOMINGO DESPUÉS DE LA
ASCENSIÓN
Forma Extraordinaria
del Rito Romano
Queridos
jóvenes, el Espíritu Santo sigue actuando con poder en la Iglesia también hoy y
sus frutos son abundantes en la medida en que estamos dispuestos a abrirnos a
su fuerza renovadora. Para esto es importante que cada uno de nosotros lo
conozca, entre en relación con Él y se deje guiar por Él. Pero aquí surge
naturalmente una pregunta: ¿Quién es para mí el Espíritu Santo? Para muchos
cristianos sigue siendo el «gran desconocido». Por eso, quiero invitaros a
profundizar en el conocimiento personal del Espíritu Santo. En nuestra
profesión de fe proclamamos: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo» (Credo Niceno-Constantinopolitano).
Sí, el Espíritu Santo, Espíritu de amor del Padre y del Hijo, es Fuente de vida
que nos santifica, «porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5, 5). Pero no basta conocerlo; es
necesario acogerlo como guía de nuestras almas, como el «Maestro interior» que
nos introduce en el Misterio trinitario, porque sólo Él puede abrirnos a la fe
y permitirnos vivirla cada día en plenitud. Él nos impulsa hacia los demás,
enciende en nosotros el fuego del amor, nos hace misioneros de la caridad de
Dios.
Sé
bien que vosotros, jóvenes, lleváis en el corazón una gran estima y amor hacia
Jesús, cómo deseáis encontrarlo y hablar con Él. Pues bien, recordad que
precisamente la presencia del Espíritu en nosotros atestigua, constituye y
construye nuestra persona sobre la Persona misma de Jesús crucificado y
resucitado. Por tanto, tengamos familiaridad con el Espíritu Santo, para
tenerla con Jesús.
Benedicto XVI, 20 de julio de 2007