sábado, 15 de octubre de 2022

15 de octubre. Santa Teresa de Jesús, virgen, doctora de la Iglesia

 

15 de octubre. Santa Teresa de Jesús, virgen, doctora de la Iglesia

La virgen Teresa, natural de Ávila, España, de padres ilustres por su ascendencia y piedad, y educada por ellos en el temor de Dios, ya en la infancia, dio muestras de la santidad que había de alcanzar, pues la lectura y la meditación de las actas de los mártires encendió tanto el fuego del divino amor en su alma, que huyó de su casa con el intento de sufrir el martirio en África por la gloria de Jesucristo y la salvación de las almas. Conducida otra vez a casa por su tío paterno, compensó el frustrado intento de martirio con la práctica de la limosna y obras pías, deplorando con lágrimas haber perdido tan feliz ocasión. Al morir su madre, pidió a la bienaventurada Virgen que fuese una madre para ella y vio escuchado su voto, por la continua protección maternal que le dispensó. A los 21 años, ingresó en el monasterio de Santa María del Monte Carmelo, donde fue probada 22 años por gravísimas enfermedades y tentaciones; pero permaneció firme, armada con la penitencia cristiana, sin que la sostuviera el alimento de las consolaciones celestes que son patrimonio ordinario de la santidad aun en este mundo.

Rica de virtudes angélicas, no se contentó con trabajar en su salvación, pues procuró la de los demás con solícita caridad. Para mejor procurarlo, por inspiración divina y con la aprobación de Pío IV, propuso, primero a las mujeres y después a los hombres, la observancia de la regla austera de los antiguos carmelitas. El Señor, misericordioso y omnipotente, bendijo esta empresa, ya que aquella virgen sin recursos y privada de asistencia humana, y a pesar de las contrariedades que tuvo que soportar por parte de los príncipes de este mundo, fundó 32 monasterios. Solía conmoverse hasta derramar lágrimas, por la ceguera de los infieles y herejes, y con el fin de aplacar la cólera divina y de desviar los castigos, ofrecía a Dios por la salvación de aquellos las expiaciones que infligía a su cuerpo. Tan abrasada estaba en el fuego del amor divino, que mereció ver cómo un ángel le atravesaba el corazón con un dardo inflamado, y oír a Jesucristo que le decía, tendiéndole la mano derecha: “En adelante, como una verdadera esposa, te abrasarás en celo por mi amor”. Inspirada por Jesús hizo el difícil voto de hacer siempre lo que creía ser más perfecto. Escribió muchas obras llenas de sabiduría y de eficacia para excitar las almas de los fieles al deseo celestial.

Mientras daba constantes ejemplos de virtudes, deseaba vivamente castigar su cuerpo, y a pesar de aconsejarle lo contrario sus enfermedades, atormentaba con frecuencia sus miembros con cilicios, cadenas, ortigas y con otras penitencias rigurosas; a veces se revolcaba entre espinos, y solía decir a Dios: “Señor, o sufrir o morir”; se sentía morir de la más deplorable de las muertes al tener que vivir alejada de la celestial fuente de la vida eterna. Tuvo en grado eminente el don de profecía, y el Señor la enriquecía con tantos favores singulares, que ella le rogaba con ardientes súplicas que pusiera fin a tales dones, y que no borrase tan pronto el recuerdo de sus faltas. Obligada, a su llegada a Alba, a guardar cama, no tanto por la gravedad de su enfermedad como por el efecto del amor divino, del que ya no podía soportar los ardores, y habiendo profetizado el día de su muerte, recibido los sacramentos y exhortado a sus hijas a guardar la paz, la caridad y la regla, entregó Teresa a Dios su alma purísima, que se vio subir al cielo en forma de paloma, a la edad de 67 años, el 15 de octubre de 1582, según el nuevo calendario. En sus últimos momentos se le apareció Jesucristo en medio de grupos de ángeles y floreció de repente un árbol seco que estaba cerca de su celda. El cuerpo de Teresa, que ha permanecido incorrupto hasta el presente, despide una especie de óleo odorífero y es objeto de una piadosa veneración. La fama de los milagros, antes y después de su muerte causó que Gregorio XV la pusiese en el número de los santos.

 

Oremos.

Óyenos, oh Dios, Salvador nuestro; para que, así como nos gozamos en la festividad de tu santa Virgen Teresa, así también seamos alimentados con el pan celestial de su doctrina e instruidos con los afectos de su tierna devoción. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.