domingo, 30 de octubre de 2022

CRISTO, NO SÓLO TIENE DERECHO A LA ADORACIÓN DE LOS ÁNGELES Y LOS HOMBRES COMO DIOS, SINO QUE EJERCE SOBRE ELLOS UN IMPERIO QUE DEBEN ACATAR Y OBEDECER, TAMBIÉN COMO HOMBRE. S.S. Pío XI

 


Lecciones del II Nocturno de Maitines

 

De la Encíclica de Pío XI,

Quas primas, del 11 de dic. de 1925

Habiendo ofrecido el año santo del jubileo más de una oportunidad para hacer brillar la realeza de Cristo, juzgamos un deber de nuestro cargo apostólico el acceder a lo solicitado, ya personal ya colectivamente, por numerosos Cardenales, Obispos y simples fieles, clausurándolo con la institución en la liturgia eclesiástica de una Fiesta especial dedicada a Nuestro Señor Jesucristo Rey. Desde antiguo, se ha acostumbrado a llamar Rey a Cristo en sentido metafórico, por la suprema excelencia con que se eleva sobre todas las criaturas y a todas aventaja. Así se le llama Rey de las inteligencias, y esto no tanto por la agudeza de su talento y la extensión de su ciencia como por ser Él la Verdad, y porque en sus enseñanzas deben buscar esta verdad, para aceptarla, todos los mortales; se le llama Rey de las voluntades, no sólo porque la integridad y la sumisión de su voluntad humana se acomodan perfectamente a la santidad de su voluntad divina, sino porque somete con el impulso y las inspiraciones de su gracia a nuestra voluntad libre, enardeciendo de esta manera nuestro corazón en pro de las más nobles acciones. Cristo es reconocido, por último, como Rey de los corazones por su caridad, que excede a todo, y por el atractivo que ejercen en las almas su mansedumbre y bondad: de nadie, en efecto, ha podido decirse, ni podrá decirse nunca, que haya sido amado, como Jesucristo, por la totalidad del género humano. Prosiguiendo en nuestro tema, no podemos menos que reconocer que el título de Rey y la potestad regia corresponden a Cristo en cuanto hombre en el sentido propio de estas palabras; porque sólo como hombre puede afirmarse de Él que ha recibido del Padre la potestad, el honor y el reino, ya que como Verbo de Dios, consubstancial con el Padre, no puede dejar de poseer en común con Él todas las cosas, y su absolutísimo dominio sobre todo lo creado.

El fundamento de esta potestad y dignidad de nuestro Señor viene indicado en las siguientes palabras de San Cirilo de Alejandría: Su dominio sobre todas las criaturas no lo ha conquistado por la fuerza ni se funda en ningún título extrínseco, sino en su misma esencia y naturaleza. Su realeza le viene, en efecto, de la admirable unión hipostática. De ella se sigue que Cristo, no sólo tiene derecho a la adoración de los Ángeles y los hombres como Dios, sino que ejerce sobre ellos un imperio que deben acatar y obedecer, también como hombre; es decir, que el solo título de la unión hipostática ha obtenido a Cristo el dominio universal de las criaturas. Ahora bien, para declarar el valor y la naturaleza de esta supremacía, bastará decir que consta de un triple poder, sin el cual sería inconcebible la realeza. Los textos de la Sagrada Escritura que hemos aducido en testimonio de la soberanía universal de nuestro Redentor lo prueban, siendo, por tanto, de fe católica que Jesucristo ha sido dado a los hombres, no sólo como Redentor en quien confíen, mas también como legislador a quien obedezcan. Le vemos en los Evangelios, más aún que obedeciendo a la ley, dictando Él mismo leyes, y afirmando en diversos lugares que los que cumplen sus preceptos demuestran al hacerlo su caridad hacia Él y permanecen en su amor. En cuanto a la potestad judicial que le ha sido conferida por el Padre, lo declara el propio Jesús en su respuesta a los judíos, al recriminarle éstos por haber curado milagrosamente en sábado a un enfermo: El Padre, dice, no juzga a nadie, sino que todo poder de juzgar lo ha dado al Hijo. Esta potestad judicial implica (por tratarse de algo inseparable de todo juicio), el derecho a aplicar premios y castigos a los hombres, aun en esta vida. Hay que reconocer además a Cristo la potestad llamada ejecutiva, ya que la obligación de obedecer sus órdenes se impone a todos, y nadie podrá escapar a las penas que ha señalado para los contumaces.

El reinado de Cristo es principalmente espiritual y que a las cosas espirituales se refiere, lo demuestran los textos bíblicos citados, y lo confirma el propio Cristo nuestro Señor con su manera de proceder. Así, cuando los judíos, en mas de una ocasión, y aun los mismos Apóstoles, expresaron su creencia equivocada en un Mesías que devolviera a la libertad y restaurara el reino de Israel, desvaneció en ellos esta ilusión. Rodeado en una ocasión de una multitud que intentaba proclamarlo rey, huyó de ellos y se ocultó, mostrando así que renunciaba a semejante título y honores. Declaró ante Pilato que su reino no era de este mundo. Los Evangelios presentan un reino para el cual hay que disponerse por la penitencia, y en donde no se entra sino por la fe y el bautismo, rito externo éste, pero señal de la regeneración interior que significa y causa. Su reino, el Salvador lo opone sólo al reino de Satanás y a los poderes de las tinieblas; y no contentándose con exigir a sus seguidores el desprendimiento de las riquezas y bienes terrenos, la práctica de la mansedumbre y el hambre y la sed de justicia, les exige además la renuncia a sí mismos y el llevar su cruz. Adquiriendo Cristo Redentor la Iglesia al precio de su sangre, y ofreciéndose Él mismo, como Sacerdote, como hostia por los pecados de los hombres, oblación que continuará ofreciendo perpetuamente, ¿quién no ve claramente que la dignidad real debe participar en Él de su condición de Redentor y de Sacerdote? No sería, sin embargo, posible, negar a Cristo hombre, sin incurrir en grave error, toda soberanía sobre las cosas civiles, ya que el dominio sobre todo lo creado que ha recibido del Padre es total, y todas las cosas están bajo su potestad. Por todo lo dicho, en virtud de nuestra autoridad apostólica, instituimos la Fiesta de Nuestro Señor Jesucristo Rey, mandando se celebre todos los años en todo el orbe el domingo último de octubre, a saber, el anterior a la Fiesta de Todos los Santos. Y disponemos que se renueve cada año en este día la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús.