lunes, 31 de octubre de 2022

HOY CELEBRAMOS LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS: CUYA SOCIEDAD ALEGRA LOS CIELOS, CUYO PATROCINIO CONSUELA LA TIERRA Y CON CUYOS TRIUNFOS SE CORONA LA IGLESIA. San Beda el Venerable

 


HOY CELEBRAMOS LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS: CUYA SOCIEDAD ALEGRA LOS CIELOS, CUYO PATROCINIO CONSUELA LA TIERRA Y CON CUYOS TRIUNFOS SE CORONA LA IGLESIA. San Beda el Venerable

 

Lecciones del II Nocturno de Maitines

 

Sermón de S. Beda el Venerable, Presbítero,
Ser. 18 sobre los Santos.

Hoy celebramos, amados, dentro del júbilo de una solemnidad, la fiesta de todos los Santos; de aquellos cuya sociedad alegra los cielos, cuyo patrocinio consuela la tierra y con cuyos triunfos se corona la Iglesia. Débeseles un honor tanto mayor cuan grande fue en la prueba su firmeza en la profesión de la fe, porque la gloria de los luchadores crece a proporción de la dureza del combate, y la victoria del martirio resplandece más con la variedad de suplicios, a los que corresponde tanto mayor galardón cuanto mayor fue su acerbidad. Nuestra madre la Iglesia católica, extendida por todo el orbe, que aprendió de su cabeza Jesucristo a no temer los ultrajes, la cruz, ni muerte, y que ha ido afianzándose cada vez más, no con la resistencia sino con la paciencia, al tratar de animar a todas estas legiones de ilustres atletas arrojados a las cárceles como criminales, y de estimularles a sostenerse en la lucha con ardor y denuedo siempre renovados, les ha inspirado la santa ambición de un glorioso triunfo.

Dichosa nuestra madre la Iglesia, por verse honrada con muestras tan lúcidas de la misericordia divina, adornada con la sangre de los invictos mártires y revestida con la blancura de la inviolable fidelidad de las Vírgenes. No faltan entre sus flores, rosas ni lirios. Esfuércese ahora cada uno de nosotros en adquirirse el mayor número de títulos de estas dos clases de honores: o a la corona blanca de la virginidad o a la purpúrea del martirio. En los cielos no faltan, ni en la paz ni en la lucha, flores para coronar a los soldados de Cristo.

La inefable e inmensa bondad divina se ha extendido hasta disponer que el tiempo de los trabajos y las luchas fuera breve, y por decirlo así, momentáneo. Ha querido destinar a los trabajos y las luchas esta vida presente, tan corta y fugaz, y a las coronas y premios una vida eterna; ha querido que los trabajos terminen pronto y que la recompensa de los méritos no tenga fin; que después de las tinieblas de este mundo, los santos puedan contemplar una luz brillantísima y poseer una felicidad mucho mayor que el más cruel de todos los padecimientos, pues dice el Apóstol: Los sufrimientos de la vida presente no son de comparar con la gloria venidera que se ha de manifestar en vosotros.