sábado, 8 de octubre de 2022

8 de octubre. Santa Brígida, viuda

 

8 de octubre. Santa Brígida, viuda

Brígida, nacida en Suecia de ilustres y piadosos padres, vivió con gran santidad. Ya antes de darla a luz su madre, fue librada, gracias a ella, de un naufragio. A los diez años oyó un sermón sobre la Pasión del Señor, apareciéndosele en la noche siguiente Jesús crucificado y cubierto de sangre como si la acabara de derramar, conversando acerca de su Pasión con Brígida; desde entonces se conmovía meditando este misterio, y al pensarlo derramaba lágrimas.

Casada con Ulfón, príncipe de Nericia, condujo a su marido a la práctica de la piedad, con sus excelentes ejemplos y con eficaces exhortaciones. Fue ejemplar en la educación de sus hijos; servía a los pobres, y sobre todo a los enfermos, a quienes atendía con un amor tan grande, en una casa que les había destinado, que acostumbraba a lavarles y besarles los pies. Al regresar con su marido de visitar en Compostela el sepulcro del apóstol Santiago, cayó Ulfón enfermo en Arrás; pero San Dionisio le profetizó en sueños a Brígida la curación de Ulfón y otras cosas futuras.

Ulfón ingresó en la Orden cisterciense, muriendo poco después. Brígida, habiendo oído en sueños la voz de Cristo, abrazó una forma de vida más austera. Dios la favoreció en lo sucesivo con la revelación de muchos misterios. Fundó el monasterio de Wastein bajo la regla del Santo Salvador, que el Señor le había revelado. Por indicación divina marchó a Roma, donde logró encender en muchos corazones la ardiente llama del amor de Dios. Pasó después a Jerusalén, y vino otra vez a Roma. Y como por causa de esta peregrinación hubiese contraído unas fiebres, después de sufrir durante un año graves dolencias, colmada de méritos, y habiendo predicho el día de su muerte, voló al cielo. Su cuerpo fue trasladado al monasterio de Wastein; y brillando por sus milagros, fue canonizada por Bonifacio IX.

 

Oremos.

Señor Dios nuestro, que por medio de tu Unigénito Hijo revelaste a la bienaventurada Brígida los secretos celestiales: concede a tus siervos que nos gocemos en la revelación de tu gloria. Por el mismo Señor Nuestro Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.