Bendita y venerada
seais Vos, Señora mía gloriosísima Virgen María, Madre de Dios, ante quien sois
en verdad, la más excelente criatura, y nadie jamás le amó tan íntimamente como
Vos, santísima Señora. Gloria os sea dada, Señora mía, Virgen María, porque el
ángel que os anunció a vuestro Hijo Jesucristo, fué el mismo por quien fuisteis
anunciada a vuestros padres, y de su honestísimo consorcio fuisteis concebida
sin mancha. Bendita seáis Vos, Señora mía Virgen María, que al punto que os
separasteis de vuestros padres en vuestra santísima infancia, fuisteis
conducida al templo de Dios y entregada a la par que otras vírgenes, a la
custodia de un devoto Pontífice.
Alabada seais, Señora
mía Virgen María, porque luego que comprendisteis que existía vuestro Creador,
al punto lo comenzásteis a amar encarecidamente sobre todas las cosas, y en
aquel momento ordenasteis todos vuestros actos con suma discreción para honra
de Dios; distribuyendo en rezos y ejercicios todo vuestro tiempo tanto de día
como de noche, y moderando de tal suerte el sueño y comida de vuestro glorioso
cuerpo, que siempre lo teníais dispuesto para servir a Dios. Infinita gloria os
sea dada, Señora mía Virgen María, que ofrecísteis humildemente vuestra
virginidad al mismo Dios, y así no os cuidasteis de quién se desposaría con
Vos, porque sabíais, que aquel a quien primeramente habíais dado palabra, era
mejor y más poderoso que todos los demás.
Bendita seáis, Señora
mía Virgen María, que toda vuestra alma estaba encendida sólo con el ardor del
amor divino, y elevada con todo el poder de vuestras fuerzas, contemplando al
altísimo Dios a quien por amarlo apasionadamente le habiais ofrecido vuestra
virginidad, cuando os fué enviado por Dios el ángel, y saludándoos os anunció
la voluntad del Señor. A lo que respondiendo Vos muy humildemente, confesasteis
ser esclava de Dios, y el Espíritu Santo os llenó maravillosamente de toda
virtud. Dios Padre envió a Vos su Hijo coeterne e igual a sí mismo, el que
viniendo a Vos tomó para sí de vuestra carne y sangre un cuerpo humano, y de
este modo en aquella bendita hora el Hijo de Dios se hizo en Vos Hijo vuestro,
viviendo con todos sus miembros, sin perder la Majestad divina.
Bendita seáis Vos,
Señora mía Virgen María, que continuamente estuvisteis sintiendo crecer y
moverse en vuestro vientre hasta la época de su glorioso nacimiento, el cuerpo
de Jesucristo, formado de vuestro bendito cuerpo, y antes que nadie lo
tocasteis con vuestras santas manos, lo envolvisteis en unos pañales, lo
reclinasteis en un pesebre, según el vaticinio del Profeta, y con sumo júbilo
lo alimentasteis maternalmente con la sacratísima leche de vuestros pechos.
Gloria os sea dada, Señora mía Virgen María, que teniendo una despreciable
morada, cual es un establo, visteis llegar de lejanas tierras poderosos reyes
para ofrecer humildemente con suma reverencia donativos regios a vuestro Hijo,
al cual presentasteis después en el templo con vuestras preciosas manos, y en
vuestro bendito corazón conservasteis cuidadosamente todo lo que habíais oído y
visto en su infancia.
Bendita seáis Vos,
Señora mía Virgen María, que con aquel vuestro santísimo descendiente huisteis
a Egipto, y después lo trajisteis con júbilo a vuestra santa casa de Nazaret, y
visteis a este vuestro mismo Hijo humilde y obediente a Vos y a José, cuando en
el fué creciendo en edad. Bendita seáis, gloriosa Virgen María, que visteis
predicar a vuestro Hijo, hacer milagros y elegir sus Apóstoles, los cuales,
alumbrados con sus ejemplos, milagros y doctrina, fueron testigos de la verdad,
y propagaron por todas las naciones que Jesús era verdadero Hijo de Dios y
vuestro, y que él por sí mismo había cumplido las escrituras de los Profetas,
cuando sufrió con paciencia una durísima muerte por salvar al linaje humano.
Bendita seáis Vos,
Señora mía Virgen María, que con anticipación supisteis que debía ser preso
vuestro Hijo, y después con vuestros benditos ojos lo visteis dolorosamente
atado a la columna, azotado, coronado de espinas, clavado desnudo en la cruz,
siendo el blanco del desprecio de muchos, y apellidado traidor. Déseos toda
honra, Señora mía Virgen María, que con dolor visteis a vuestro Hijo hablaros
desde la cruz, y con vuestros benditos oídos afligidamente lo oisteis clamar al
Padre en la agonía de la muerte, y entregar en sus manos el alma. Alabada
seáis, Señora mía Virgen María, que con amargo dolor visteis a vuestro Hijo
pendiente en la cruz, lívido desde el extremo de la cabeza hasta la planta de
los pies, rubricado con su propia sangre y tan cruelmente muerto; y con suma
amargura mirasteis traspasados sus pies y manos, y su glorioso costado, y todo
su cuerpo destrozado sin ninguna misericordia.
Bendita seáis Vos,
Señora mía Virgen María, que con vuestros ojos bañados en lágrimas visteis
bajar de la cruz a vuestro Hijo, envolverlo en el sudario, ponerlo en el
sepulcro y ser allí custodiado por los soldados. Bendita seáis Vos, Señora mía
Virgen María, que traspasado vuestro corazón con un profundo y amarguísimo
dolor, fuisteis apartada del sepulcro de vuestro Hijo, y llena de pesar conducida
por vuestros amigos a casa de Juan, donde al punto sentisteis alivio a vuestro
gran dolor, porque sabiais positivamente que pronto había de resucitar vuestro
Hijo.
Alegraos, dignísima
Señora mía Virgen María, porque en el mismo instante en que resucitó de la
muerte vuestro Hijo, quiso hacerlo saber a ti su santísima Madre, por lo cual
al punto se os apareció por sí mismo, y después se manifestó a otras varias
personas, haciéndolas saber que había resucitado de entre los muertos el que en
su cuerpo vivo había padecido la muerte. Alegraos, pues, dignísima Señora mía
Virgen María, porque vencida la muerte, destruído su autor, y abierta la puerta
del cielo, visteis resucitado a vuestro Hijo y triunfante con la corona de la
victoria; y a los cuarenta días después de su resurrección, lo estuvisteis
viendo en presencia de muchos subir a su reino de los cielos gloriosísimamente
y como rey, acompañado de ángeles.
Regocijaos, dignísima
Señora mía Virgen María, porque merecisteis ver cómo después de su Ascensión
transmitió de repente vuestro Hijo a sus Apóstoles y discípulos el Espíritu
Santo de que antes os había llenado toda, e ilustró maravillosamente sus
corazones, acrecentando en ellos el fervor del amor de Dios y la rectitud de la
fe católica. Alegraos también, Señora mía Virgen María, y con vuestra alegría
alégrase todo el mundo, porque después de su Ascensión permitió vuestro Hijo
que permanecieseis vos muchos años en la tierra para consolar a sus amigos,
robustecer la fe, auxiliar a los necesitados y dar sanos consejos a los
Apóstoles, y entonces con vuestras prudentísimas palabras, recatados modales y
virtuosas obras, convirtió a la fe católica a innumerables judíos e infieles
paganos, y dándoles luz admirablemente, les enseñó a confesaros por Virgen Madre,
y a él por vuestro Hijo, Dios y verdadero hombre.
Bendita seáis vos,
Señora mía Virgen María, que continuamente y a toda hora con ardiente caridad y
materno amor estuvisteis deseando ir a vuestro Hijo tan querido, que ya estaba
sentado en el cielo; y cuando permanecisteis en este mundo suspirando por las
cosas celestiales, os conformasteis humildemente con la voluntad de Dios, por
lo que según juicio de la justicia divina aumentasteis de un modo inefable
vuestra eterna gloria. Seaos dado eterno honor y gloria, oh Señora mía Virgen
María, porque cuando fué voluntad de Dios sacaros del destierro de este mundo,
y honrar vuestra alma eternamente en su reino, se dignó entonces anuciároslo
por su ángel, y quiso que vuestro venerable cuerpo ya cadáver fuese con toda
reverencia colocado en el sepulcro por sus Apóstoles.
Congratulaos, oh
Señora mía Virgen María, porque en vuestra suavísima muerte fué vuestra alma
abrazada por el poder de Dios, quien la protegió contra toda adversidad,
custodiándola paternalmente. Y entonces Dios Padre sometió a vuestro poder
todas las cosas creadas, Dios Hijo colocó honoríficamente consigo a su
dignísima Madre en muy sublimado asiento, y el Espíritu Santo os ensalzó
maravillosamente, llevando a su glorioso reino a Vos, que sois su Virgen
esposa. Alegraos por siempre, Señora mía Virgen María, porque después de
vuestra muerte estuvo pocos días en el sepulcro vuestro cuerpo, hasta que por
el poder de Dios fué otra vez unido con honor a vuestra alma.
Llenaos de regocijo,
oh gloriosa Madre de Dios Virgen María, porque después de vuestra muerte
merecisteis ver vivificado vuestro cuerpo, y juntamente con vuestra alma subir
al cielo acompañado de ángeles, y reconocisteis a vuestro glorioso Hijo por
Dios al par que hombre, y con sumo gozo visteis que era justísimo juez de todos
y remunerador de las buenas obras.
Regocijaos también,
Señora mía Virgen María, porque la santísima carne de vuestro cuerpo conoció
que estaba ya en el cielo como Virgen y Madre, y no se vió manchada nunca en lo
más mínimo con la más leve imperfección o falta; antes a la inversa, conoció
haber hecho con tanto amor de Dios todas las obras virtuosas, que por justicia
convino que el Señor os honrara con suma distinción. También comprendisteis
entonces, que según cada cual amare a Dios más ardientemente en este mundo, así
el Señor lo colocaría en el cielo más cerca de sí; y como era manifiesto a toda
la corte celestial, que ningún ángel ni hombre amó a Dios con tan grande amor
como Vos, fué, por consiguiente, justo y razonable que el mismo Dios os
colocase honrosamente con cuerpo y alma en altísimo asiento de gloria.
Bendita seáis Vos, oh
Señora mía Virgen María, porque toda criatura fiel alaba por causa vuestra a la
Santísima Trinidad, por ser Vos su más digna criatura, que estáis muy dispuesta
a alcanzar perdón a las infelices almas, y sois abogada y fidelísima
intercesora de todos los pecadores. Alabado, pues, sea Dios, supremo Emperador
y Señor, que os crió para tan grande honra, para hacerlos Emperatriz y Señora,
que por siempre ha de reinar con él en el reino de los cielos eternamente por
los siglos de los siglos. Amén.