¡Dios
te salve María, Madre de Cristo y de la Iglesia! ¡Dios te salve, vida, dulzura
y esperanza nuestra!
A
tus cuidados confío esta tarde las necesidades de todas las familias, las
alegrías de los niños, la ilusión de los jóvenes, los desvelos de los adultos,
el dolor de los enfermos y el sereno atardecer de los ancianos.
Te
encomiendo la fidelidad y abnegación de los ministros de tu Hijo, la esperanza
de quienes se preparan para ese ministerio, la gozosa entrega de las vírgenes
del claustro, la oración y solicitud de los religiosos y religiosas, la vida y
empeño de cuantos trabajan por el Reino de Cristo.
En
tus manos pongo la fatiga y el sudor de quienes trabajan con las suyas; la
noble dedicación de los que transmiten su saber y el esfuerzo de los que
aprenden; la hermosa vocación de quienes con su ciencia y servicio alivian el
dolor ajeno; la tarea de quienes con su inteligencia buscan la verdad.
En
tu Corazón dejo los anhelos de quienes, mediante los quehaceres económicos,
procuran honradamente la prosperidad de sus hermanos; de quienes, al servicio
de la verdad, informan y forman rectamente la opinión pública; de cuantos, en
la política, en la milicia, en las labores sindicales o en el servicio del
orden ciudadano, prestan su colaboración honesta en favor de una justa,
pacífica y segura convivencia.
Virgen
Santa del Pilar: Aumenta nuestra fe, consolida nuestra esperanza, aviva nuestra
caridad. Socorre a los que padecen
desgracias, a los que sufren soledad, ignorancia, hambre o falta de trabajo.
Fortalece a los débiles en la fe. Fomenta en los jóvenes la disponibilidad para
una entrega plena a Dios. Y asiste maternalmente, oh María, a cuantos te
invocan como Patrona de la Hispanidad. Así sea.