martes, 21 de octubre de 2014

MEDITACIÓN DEL HIJO PRÓDIGO. San Eugenio Mazenod


Meditación del hijo pródigo. Ay! a nadie se puede aplicar mejor esa parábola que a mí. Dejé la casa paterna, después de haber, aún permaneciendo en ella, colmado a mi padre de toda clase de amarguras. He dilapidado mi patrimonio, si no ha sido con las hijas de Babilonia, ya que el Señor con su inconcebible bondad siempre me ha preservado de esa especie de mancha, ha sido por lo menos bajo las tiendas de los pecadores donde fijé mi morada al salir de la casa de mi padre.
Por último he recorrido los áridos desiertos, y, reducido a la mendicidad, gusté y me alimenté con el alimento destinado a los cerdos, cuya compañía había voluntariamente elegido. Pensaba en volver a mi padre, a ese buen padre cuya excesiva ternura había experimentado tantas veces? No, hizo falta que él mismo, poniendo el colmo a sus beneficios, viniera a llevarme, a arrancarme de mi despreocupación, o más bien viniera a sacarme del lodazal donde me había hundido y del que me era imposible salir por mí mismo. A penas formaba a veces, el deseo de dejar mis harapos para estar revestido con el vestido nupcial.
O ceguera! Sea por siempre jamás bendecida, o Dios mío, la dulce violencia que me hicisteis! Sin ese golpe maestro, estaría sumido todavía en mi cloaca donde tal vez hubiese perecido, y en ese caso qué hubiese sido de mi alma? O Dios mío, no tengo sobradas razones para entregarme por entero a vuestro servicio, para ofreceros mi vida y cuanto soy, para que todo cuanto hay en mí se emplee y se consuma para vuestra gloria?
Porque por cuantos títulos le pertenezco? No solo sois mi Creador y mi Redentor, como lo sois de todos los hombres, sino que sois mi bienhechor particular, que me habéis aplicado vuestros méritos de un modo del todo especial; mi amigo generoso, que habéis olvidado todas mis ingratitudes para ayudarme tan poderosamente como si os hubiese sido siempre fiel; mi tierno padre, que ha llevado a este rebelde sobre sus hombros, que lo ha recalentado sobre su corazón, que ha limpiado sus llagas,etc. 
Buen Dios, misericordioso Señor, mil vidas empleadas en vuestro servicio, santificadas por vuestra gloria, serían la menor de las compensaciones que vuestra justicia tendría derecho a exigir de mí. Que mi voluntad supla la impotencia en la que estoy de devolverle lo que reconozco os debo.