Queridos
hermanos:
Nos
reunimos nuevamente en torno al altar de Dios para conmemorar al Glorioso Padre
Pío, al que todos nosotros tenemos una tierna devoción. Ante su altar traemos
nuestras súplicas, nuestros sufrimientos e inquietudes, para que por su
intercesión nos atraiga la bendición del cielo. El Padre Pío como buen
sacerdote –no era un mero funcionario de lo religioso o administrador, sino que
era pastor, padre, hermano, amigo- se preocupaba por sus hijos espirituales. A
todos aquellos que se acercaban a él para confesar o pedir consejo, a todos
aquellos que le escribían desde los más diversos lugares, o le encomendaban sus
problemas y peticiones, a todos aquellos que se reunían por el mundo entero a
orar en los grupos de oración surgidos en torno a él… a todos aquellos, los
quería como hijos propios: “Amo a mis
hijos espirituales tanto como a mi alma y aun más.” Ahora desde el cielo,
el P. Pío ejerce su paternidad de forma universal, sin estar limitado por el
espacio y el tiempo. Así que nosotros, los que nos reunimos cada mes en esta
iglesia, podemos sentirnos hijos espirituales del P. Pio. Él nos acoge, nos
escucha, intercede por nosotros, nos alienta… Nos conviene confiarnos y ser
hijos espirituales de tan buen y gran santo porque, mediante su intercesión,
entraremos en el Paraíso del Cielo, pues él ha prometido: “Al final de los tiempos me pondré en la puerta del paraíso y no entraré
hasta que no haya entrado el último de mis hijos.”
En
esta tarde, atendamos nuevamente al consejo de este buen pastor y maestro de la
vida cristiana, que en una de sus cartas decía: Toda tu vida se vaya gastando en la aceptación de la voluntad del
Señor, en la oración, en el trabajo, en la humildad, en dar gracias al buen
Dios. (6 de febrero de 1915, a Anita Rodote – Ep. III, p. 54).
1.“Toda tu vida
se vaya gastando.” La
vida se termina. Es algo obvio pero nos olvidamos. Perdemos muchas veces el
sentido de nuestra propia existencia que es vivir para Dios. Nos obsesionamos
en las cosas de este mundo, en el tener, en el disfrutar, en el ser feliz aquí
abajo… la vida se nos va gastando pero, ¿en qué? Buena pregunta para esta
tarde. Tengo 30, 40, 70 ó 80 años… ¿En qué he gastado la mayor parte de mi
vida? ¿En qué he invertido el tiempo que Dios me ha dado para ganarme el cielo,
para vivir en amistad con él?
Es
la misma pregunta que Jesús nos hace en el Evangelio y que fue la causa de la
conversión de muchos santos: “¿De qué le
sirve a un hombre ganar el mundo entero si al final, pierde su alma? Pues ¿qué
podrá dar un hombre a cambio de su alma? Mc 8, 36-37
Padre
Pío nos invita hoy a gastar nuestra vida en lo que realmente vale la pena, en la
realización de aquello para lo que se nos ha sido dada: amar, conocer y servir
a Dios en esta vida para gozar la bienaventuranza por toda la eternidad. No
tengamos miedo a la renuncia o al sacrificio que esto pueda implicar. Toda la
felicidad que el mundo con sus atractivos y placeres nos puede ofrecer, y no
estoy hablando de esas falsas felicidades que aparentemente nos pueda presentar
el pecado, sino de las cosas buenas de este mundo son pasajeras y efímeras y no
son comparables a la felicidad de vivir en Dios por toda una eternidad. Ojalá
también nosotros lleguemos a ese convencimiento que San Pablo expresaba así en
su carta a los Filipenses: “Todo lo que
para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y aún más, yo estimo como pérdida todas las
cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por
quien lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo. Flp
3,7-8
2. Pero volvamos
al consejo del Padre Pío que nos decía: “Toda tu vida se vaya gastando en la
aceptación de la voluntad del Señor, en la oración, en el trabajo, en la
humildad, en dar gracias al buen Dios.”
Hemos
de ir gastando nuestra vida en la aceptación de la voluntad de Dios. Pero, ¿cómo
saber cuál es la voluntad de Dios? ¿Qué es lo que Dios quiere de mí? En
principio, la pregunta tiene una respuesta fácil: la voluntad de Dios está
expresada en su Palabra. Por tanto es en la Sagrada Escritura donde encontramos
lo que Dios quiere y exige de nosotros. Esta voluntad de Dios la tenemos
resumida en los 10 mandamientos de la Ley dada a Moisés y en los mandamientos
de la Santa Madre Iglesia. Ahí es donde podemos encontrar la voluntad divina a
la que hemos de ir adaptando nuestra
vida.
Aceptar
la voluntad de Dios es conocer y cumplir también las obligaciones que cada uno
tiene en su relación con Dios, con la sociedad, con la familia, en el propio
trabajo…
Aceptar
la voluntad de Dios es muchas veces negar nuestra propia voluntad, y ceder ante
la voluntad del prójimo.
Aceptar
la voluntad de Dios es oír la voz de nuestra conciencia que nos invita a las
buenas obras aunque nos cueste sacrificio, y tengamos que vencer la tentación
de la pereza y la comodidad.
Aceptar
la voluntad de Dios es aceptar con paciencia y espíritu de fe los
acontecimientos de la vida, el día a día, con sus beneficios y pérdidas, con sus
éxitos y fracasos, en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las
penas… no dejándonos llevar por el
catastrofismo o pesimismo ni tampoco la desesperación, sino confiando siempre en
la bondad y omnipotencia de Dios y manteniendo viva la esperanza.
Hacer
la voluntad de Dios es el deseo del hijo que ama a su padre, por eso Jesús, el
Hijo Unigénito exclamaba: “He descendido
del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.”
Jn 6, 38.
Voluntad
a vece costosa y difícil. Jesús mismo lo experimentó en el Huerto de los
Olivos, el sufrimiento y la prueba que implicaba la aceptación de la voluntad
del Padre: “Padre mío, si es posible, que
pase de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.”
Sabiendo
nuestra debilidad y nuestra cobardía, el Señor nos invita en el Padrenuestro,
que ha de ser nuestra oración preferida, a pedir: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Comentando la
conveniencia para el cristiano de recitar la oración del Padre nuestro,
exclamaba san Agustín: «Hágase tu voluntad». Y si tú no lo dices, ¿no hará Dios
su voluntad? Haz memoria de lo que
recitaste en el símbolo: «Creo en Dios Padre todopoderoso». Si es todopoderoso,
¿a qué pedir se haga su voluntad? ¿qué significa, por tanto, «hágase tu voluntad»?: ¡Que se haga en mí!, ¡que no
resista yo a tu voluntad!!”
No quiero alargarme más, pero quisiera
simplemente esbozar las otras 4 cosas en las que hemos de gastar nuestra vida según
el consejo del Padre Pío.
Hemos de gastar
nuestra vida en la oración. Como momento de relación y diálogo con
aquel que amamos, necesaria para nuestra vida del alma como el aire o el
alimento. ¿Cómo es de frecuente mi oración? ¿Cuánto tiempo le dedicó al día a
Dios?
Hemos de gastar
nuestra vida en el trabajo. Dios quiso que el hombre trabajase e
inscribió esta ley al principio de la creación. El trabajo nos realiza y en él
colaboramos con Dios en continuar su obra creadora, en hacer el bien en el
mundo, ect… Pero, ¿trabajo con este pensamiento o sólo lo veo como una
obligación pesada o por la pura recompensa económica?
Hemos de gastar
nuestra vida en la humildad. Ha de ser esta la virtud que hemos de
intentar alcanzar sobre cualquier otra. La humildad nos hace agradables a Dios,
pues es la virtud que enamora su corazón y con la que adorna a sus predilectos.
La humildad es también la virtud que hace que nuestra relación con el prójimo
sea agradable y pacífica.
Hemos de gastar
nuestra vida en dar gracias al buen Dios. Al descubrir su amor, todos sus
beneficios con los que nos bendice cada día, no podemos hacer otra cosa que los
expresado en el salmo: Cantaré
eternamente las misericordias del Señor.
Pidamos
al P. Pío en esta tarde que también nosotros como él sepamos gastar nuestra
vida en lo que verdaderamente vale la pena: DIOS.