Homilía en el inicio del Encuentro Vayamos Jubilosos
Queridos sacerdotes, queridos
diáconos, seminaristas, religiosas, queridos hermanos todos:
Con esta celebración de la Santa
Misa damos comienzo al II Encuentro Vayamos Jubilosos para familias y amigos de
la liturgia tradicional. No puede ser un comienzo mejor, nos recuerda el
magisterio reciente que la Santísima Eucaristía es la fuente y el culmen de la
vida de la Iglesia y por tanto de todos los creyentes. Con más razón si la
motivación que nos reúne aquí durante estos días en nuestro amor por la Santa
Misa, por la Sagrada Liturgia de siempre: un intenso deseo de conocer y
profundizar en este precioso tesoro, como dice el Papa Benedicto XVI nos hace
bien a todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de
la Iglesia y de darles el justo puesto.
Providencialmente, ha querido el
Señor que nos encontremos en este lugar histórico para la Orden Carmelitana y
también para la Iglesia, como es el Monasterio de la Encarnación. Debido a la
falta de capacidad en la Casa de Cubas de la Sagra, donde tuvimos el anterior
encuentro y después de tantear otros posibles centros de la Iglesia donde poder
realizarlo, se convino finalmente en realizarlo en Ávila bajo el patrocinio
especial de la gran mística y reformadora.
Doña Teresa de Ahumada entró en
este monasterio a la edad de 20 años, era este un antiguo beaterio convertido
en convento en 1479. Se encontraba el monasterio afectado por la gran
decadencia y relajación en que había ido cayendo la vida religiosa desde el
siglo XIV, la falta de observancia de la regla, la mitigación de las costumbres
y los usos monásticos e incluso la falta de criterio en la admisión al
noviciado como lo demuestra que en el plazo de diez años se pasase de 27 monjas
al centenar, llegando hasta doscientas en tiempos de Santa Teresa. Se vivía por entonces una gran
desigualdad dentro del claustro, estando bien acomodadas las monjas procedentes
de familias ricas teniendo, además de dinero para el propio uso, algunas
mancebas o criadas que las servían, mientras otras más pobres, se veían
obligadas a pedir limosna o realizar ciertos trabajos dentro e incluso fuera
del monasterio. Todo ello relajaba totalmente la clausura y permitía la entrada
de seglares sin excesivo control. Estas circunstancias dieron también lugar a
la casi desaparición de la vida en común, pues ni siquiera se reunían para
comer en el refectorio y lo que es más grave, mientras unas religiosas comían y
no carecían de nada, otras pasaban verdaderas calamidades.
Con certeza podemos decir que
Santa Teresa no entró en el monasterio ideal. Era no obstante, el lugar que la
Divina Providencia había destinado para ella. Tres años después, enferma
gravemente; tanto que permanece cuatro días en coma, llegándola a dar por muerta. En la lucha
contra sus enfermedades, Santa Teresa entendió el combate contra las
debilidades y las resistencias a la llamada de Dios. Poco a poco fue madurando
la llamada divina al mismo tiempo que experimentaba el desprendimiento de lo
que amaba en el mundo: la muerte de su padre y la emigración a América de todos
sus hermanos acabaron rompiendo definitivamente su vinculación con el mundo
para entregarse por entero al servicio del Reino, en los proyectos que Dios
dispuso para ella.
El encuentro personal con
Jesucristo fue realizándose paulatinamente en su vida, ya no miraría más atrás,
como hemos oído en la epístola del libro de la Sabiduría santa Teresa podría
decir con certeza: le preferí a los
reinos y tronos, y en su comparación tuve por nada las riquezas; y no comparé
con Él las piedras preciosas, porque
todo el oro respecto de Él no es más que despreciable arena, y a su vista la plata
será tenida por lodo.
De este encuentro íntimo con el
Señor, especialmente en los misterios de su Pasión muy especialmente en la
Santísima Eucaristía, Santa Teresa realizará una lectura de la situación social
y religiosa que tiene ante sí. Muy especialmente de la tarea de emprender la
reforma de la Orden, de colaborar en la renovación y refuerzo de la Iglesia en
plena revolución protestante, y de contribuir a la restauración de la vida
cristiana en la sociedad desde una experiencia de auténtica conversión en unos
tiempos en que primaba la apariencia, obsesionados con la pureza de sangre, la
honra, el ser cristianos viejos…
Hirióme
con una flecha
Enherbolada
de amor
Y
mi alma quedó hecha
Una
con su Criador;
Ya
yo no quiero otro amor,
Pues
a mi Dios me he entregado,
Y
mi Amado para mí
Y
yo soy para mi Amado
En este monasterio de la
Encarnación, donde Santa Teresa regresa como priora en 1571 con los monasterios
de la Reforma ya en marcha, tendrá lugar a pocos metros de aquí una de sus
grandes experiencias místicas: la transverberación, con razón hay una placa en
el suelo que anuncia: la tierra que pisas es Santa. Este fenómeno en el cual la
persona que logra un alto grado de unión íntima con Dios, siente traspasado el
corazón por un fuego sobrenatural lo describirá la Santa como un querubín
precioso bajado del trono de Dios que
tenía en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener
un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces, y que me
llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo y me dejaba
toda abrasada en amor grande de Dios.
Santa Teresa vivo a partir de
entonces con más intensidad la virtud de la caridad. Inmersa por entero en el
amor divino, que, inspirada por Dios, emitió el voto, difícil en extremo, de
hacer siempre lo que ella creyese más perfecto y para mayor gloria de
Dios", como dijo el Papa Gregorio XV sobre la experiencia mística de la
Santa al hacer pública la Bula de su Canonización.
Queridos hermanos, también a
nosotros quiere el Señor, en esta tarde, en estos días, en nuestra vida, pasar
y tocarnos el corazón y dejarlo encendido de amor. Jesús nos ha dicho en el
santo evangelio: Venid a mí todos los que
andáis agobiados con trabajos y cargas, que yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre
vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis el
reposo para vuestras almas. Todo lo que vamos a realizar en estos días no
tiene otro objetivo que aceptar la invitación de Nuestro Señor y acercarnos a
Él. Contemplar con Teresa el fuego del amor divino que brota del Corazón
latiente en el Sagrario, que purifique nuestro orgullo y nos haga humildes,
pues como dice la Santa, andar en humildad es andar en verdad, y nosotros
queremos ser conducidos por el Espíritu Santo hasta la Verdad Plena. Que el
Señor pase por nuestra vida, nos deje una herida en el corazón para que
experimentemos la ternura, la compasión por los demás, aceptando con docilidad
que sea la Palabra divina la que vaya modelando nuestra alma, transformándola
para vivir nuestra fidelidad a Dios, que es siempre fidelidad a la Iglesia.
A la Madre del Carmelo, Nuestra
Señora nos acogemos que nos proteja maternalmente con su santo escapulario,
para que en medio de las adversidades y contratiempos que azotan la barca de la
Iglesia, lleguemos al puerto de nuestra Salvación, Jesucristo Nuestro Señor.