SUPLICA
A LA REINA DEL SANTO ROSARIO DE POMPEYA.
Oración del Beato Bartolo Longo
En
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Oh
Augusta Reina de las Victorias, * oh Soberana del Cielo y de la Tierra, * ante
cuyo nombre se alegran los cielos y tiemblan los abismos, * oh Reina gloriosa
del Rosario, * nosotros, tus hijos devotos, * reunidos en tu Templo de Pompeya,
(en este día solemne ), * derramamos
los afectos de nuestro corazón, * y con confianza de hijos, * te manifestamos
nuestras miserias. Del trono de clemencia, * donde te sientas como Reina, *
vuelve, oh María, * tu mirada piadosa * sobre nosotros, sobre nuestras
familias, * sobre Italia, Europa, el mundo entero. * Ten compasión * de
nuestras penas y trabajos que amargan nuestra vida. * Mira, oh María, * cuántos
peligros en el alma y en el cuerpo, * cuántas calamidades y aflicciones nos
oprimen. Oh Madre, * implora para nosotros de tu divino Hijo, la misericordia *
y vence con la clemencia el corazón de los pecadores. * Son nuestros hermanos e
hijos tuyos * que cuestan la sangre al dulce Jesús * y entristecen tu
sensibilísimo corazón. * Muéstrate a todos come eres, * Reina de paz y de
perdón.
Es
verdad * que nosotros, que somos tus hijos, somos los primeros, * con nuestros
pecados, en volver a crucificar a Jesús * en nuestro corazón * y en traspasar
nuevamente tu corazón. Lo confesamos: * somos merecedores de los más duros
castigos, * sin embargo, recuérdate * que en el Gólgota * recogiste, con la
Sangre divina, * el testamento del Redentor moribundo, * que te declaraba Madre
nuestra, * Madre de los pecadores. Tú, por lo tanto, * como Madre nuestra, *
eres nuestra Abogada, * nuestra Esperanza. * Y nosotros, gimiendo, * extendemos
hacia ti nuestras manos suplicantes, * gritando: ¡Misericordia! Oh Madre Buena,
* ten piedad de nosotros, * de nuestras almas, * de nuestras familias, * de
nuestros parientes, * de nuestros amigos, * de nuestros difuntos, * sobre todo
de nuestros enemigos * y de tantos que se dicen cristianos * y ofenden, no
obstante, el Corazón amable de tu Hijo. * Hoy te imploramos piedad * por las naciones
en lucha, * por toda Europa, * por todo el mundo, * para que arrepentido,
vuelva a tu corazón. ¡Misericordia para todos, * oh Madre de Misericordia! Dios
te salve, María. ¡Dígnate, oh María, * de escucharnos con benevolencia! * Jesús
ha puesto en tus manos * todos los tesoros de sus gracias y de sus
misericordias. Tú estás, * Reina coronada, * a la derecha de tu Hijo, *
resplandeciente de gloria inmortal, * por encima de todos los coros de los
ángeles. * Tú extiendes tus dominios * por toda la extensión de los cielos * y
a ti han sido sometidas la tierra y todas sus criaturas. * Tú eres, por gracia,
omnipotente. * Tú, por tanto, puedes ayudarnos. * Si tú no nos quisieras
ayudar, porque somos hijos ingratos y no merecedores de tu protección, * no
sabríamos a quién dirigirnos. Tu corazón de Madre * no permitirá ver que
nosotros, * que somos tus hijos, nos perdamos. * El niño que vemos en tus
rodillas * y la mística corona que contemplamos en tu mano, * nos inspiran
confianza en que seremos escuchados. * Y nosotros confiamos plenamente en ti, *
nos abandonamos como hijos débiles * entre los brazos de la más tierna de las
madres, * y, hoy mismo, * esperamos de ti las deseadas gracias.
Se dice el Avemaría.
Una
última gracia * te pedimos, oh Reina, * que no puedes negarnos (en este día solemnísimo): concede a
todos nosotros * tu amor celestial * y en modo especial tu bendición materna.
No te dejaremos * hasta que no nos hayas bendecido. * Bendice, oh María, en
este momento * al Sumo Pontífice. * A los antiguos esplendores de tu Corona, *
a los triunfos de tu Rosario, * por lo que te llamamos Reina de las Victorias,
* agrega todavía este, oh Madre: * concede el triunfo a la Religión * y la paz
a la Sociedad humana. * Bendice a nuestros Obispos, * a los Sacerdotes * y
particularmente a todos aquellos * que celan el honor de tu Santuario. *
Bendice, finalmente, a todos los asociados al Templo de Pompeya * y a cuantos
cultivan y promueven * la devoción del Santo Rosario. Oh Rosario bendito de
María, * dulce cadena que nos une a Dios, * vínculo de amor que nos une a los Ángeles,
torre de salvación contra los asaltos del infierno, puerto seguro en el
naufragio común, * nosotros no te dejaremos jamás. Tú serás nuestro consuelo en
la hora de la agonía; * para ti, pues, el último beso de la vida que se apaga.
Y la última mención de nuestros labios será tu dulce nombre, * oh Reina del
Rosario de Pompeya, * oh Madre nuestra querida, * oh Refugio de los pecadores,
oh Soberana, consoladora de los tristes. Te bendigan en todas partes, * hoy y
siempre, * en la tierra y en el cielo. * Amén.
Se termina recitando la Salve.