“Bendita y alabada sea la hora en que María
Santísima
vino en carne mortal a Zaragoza.
Sea por siempre bendita y alabada.”
Queridos
hermanos:
Dios
que ha creado todas las cosas con amor, no se olvida de sus criaturas. Como una
madre, que no puede olvidar al fruto de sus entrañas, Dios Nuestro Señor, en su
providencia divina cuida y sostiene el universo para llevarlo a su realización
definitiva: que todas las cosas sean una
en Cristo… Si Dios dejase de pensar en su creación, todo cuanto vemos dejaría
de existir en un instante, el mundo se desplomaría.
En
ese cuidado amoroso que Dios tiene de todos nosotros se sirve en muchas ocasiones
de sus mismas criaturas para que colaboren con su Providencia. Todos nosotros
por tanto, estamos llamados a ser colaboradores de Dios en el cuidado del mundo
mediante nuestras acciones y oraciones,
pero también con nuestros esfuerzos y sufrimientos buscando siempre hacer su
santa voluntad dando cumplimiento a sus misericordiosos designios.
¡Así
es y actúa Dios! No necesitaba de nada, era feliz en sí mismo y en cambio creó el
mundo. Es omnipotente y puede hacer cuanto quiere, y en cambio se somete a la
libertad de sus criaturas. ¡Así es y actúa Dios! mendigo de nuestro amor, de
nuestra libertad, de nuestra colaboración…
Pero
en esa historia de la Providencia Divina, Dios, entre todas sus criaturas,
escogió a una de ellas con un amor predilecto para que colaborase de forma
única y del todo singular con él: su nombre es María, la virgen de Nazaret,
desposada con José, de la estirpe de David.
A
la Virgen Santísima, sólo a ella, le corresponde el título de Colaborada con
mayúsculas. Colaboradora con mayúscula porque sólo ella nos dio al autor de la
vida, sólo ella pudo engendrar en su seno al Hijo de Dios, sólo ella es Madre
de Dios.
Con
la mujer de la turba ante la persona de Jesús, el Hijo de María, todas las generaciones
piensan en la madre del Salvador y felicitan a tal madre por la maravilla que Dios
ha obrado en ella, por su hijo Jesús: “Beatus venter qui te portavit, et ubera
quae suxisti.” Bendito el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron.”
Sí,
bendita tú, Virgen María, porque engendraste a Jesucristo, lo llevaste en tu
seno, lo alimentaste, y como buena madre le diste todo tu amor y cuidados…
siendo él tu misma vida.
Pero
la tarea de la Virgen María no terminó en la Encarnación. Su Hijo quiso
llevarla consigo al Calvario, a la cruz, a su sacrificio redentor para que
unida a él, se ofreciese en expiación por los pecados de la humanidad. Ella, oferente
junto a su Hijo, se convierte bajo el árbol de la cruz, como nuevo paraíso, en
la compañía adecuada del Nuevo Adán que devuelve la salud al hombre caído. La
Virgen María es llamada así Corredentora, alma socia del único Redentor.
Pero
también en el Calvario, en el momento central de la historia de la salvación,
en el momento de la cruz, la Virgen Santísima recibe una nueva misión, un nuevo
mandato, una nueva llamada de Dios a hacer su voluntad: “Mujer, ahí tienes a tu
hijo.”
Jesús,
en la cruz, le encomienda el cuidado de su discípulo, y en él el de todos los
que habían de creer en su nombre, el cuidado de su Iglesia. La Virgen María, compañía adecuada del Redentor es la nueva Eva, madre
de los vivientes, madre de la nueva humanidad nacida de la sangre redentora de
Jesús… y como Madre cuida, se preocupa y atiende a sus hijos…
Ella
acepta: por eso, es para ella también la bienaventuranza que su Hijo pronuncia como
respuesta a aquella mujer de la turba: Dichosos
más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan.
Sí,
bendita tú Virgen María porque escuchaste la palabra de Dios y la guardaste.
Bendita tú, Virgen María, porque escuchaste a tu Hijo que te llamó a colaborar
en su obra redentora y junto con él te ofreciste en la cruz. Bendita tú, Virgen
María, porque cuando tu Hijo te pidió que colaborases en el cuidado de los
hombres, aceptaste y amaste al discípulo y en él a todos nosotros como si fuésemos
tu mismo Hijo.
Queridos
hermanos:
Al
celebrar la Fiesta de la Virgen del Pilar, celebramos la providencia de Dios
que ha querido darnos a su misma Madre, la Virgen María, como nuestra madre.
Madre,
reflejo y colaboradora de Dios amoroso, es lo que fue la Virgen para el apóstol
Santiago cuando en el año 40 de la era cristiana, se apareció en carne mortal a
las orillas del Ebro para alentar al apóstol de su Hijo en la evangelización de
la provincia romana de Hispania.
Madre,
reflejo y colaboradora de Dios amoroso, es lo que la Virgen ha sido para con
España, nuestra patria, a lo largo de su historia llena de grandes hazañas pero
también de graves vicisitudes…
Madre,
reflejo y colaboradora de Dios amoroso, es lo que la Virgen ha sido para cada
uno de tantos hombres y mujeres de fe que han conformado nuestra historia y
legado lo que somos.
Madre,
reflejo y colaborada de Dios amoroso, es lo que la Virgen quiere ser para cada
uno de nosotros si nos acogemos bajo su protección.
Hoy,
la Virgen María quiere entregarnos también a nosotros el Pilar sagrado. Hoy que
nos vemos rodeados de apóstatas, de enemigos de Dios, de hombre duros de
corazón, de un mundo y sociedad que en sus principios y leyes reniegan de su
Creador, la Virgen nos invita a agarrarnos de su Pilar – símbolo de la fe
recibida- y a acudir a su intercesión: ¡hay tanto por lo que pedir! ¡Hace falta
tanta oración!
Hoy,
que nos vemos tan tentados por todos lados a vivir en contra de la fe y la
Palabra de Dios en un estilo de vida moderno dominado por el materialismo y el
hedonismo, María Santísima nos entrega su Pilar –símbolo de la victoria de la
verdad que es Jesucristo-, para que construyamos sólidamente sobre él nuestra
vida, nuestra familia, nuestra patria. ¡Si quitamos el pilar de la fe y la
verdad de lo que es y ha sido España, ésta finalmente desaparecerá! Se convertirá
en otra cosa, pero ya no será España.
Hoy,
que nos acecha la rutina, la desgana, que nos falta la motivación y la ilusión,
que nos falta el deseo de santos, la
Virgen María, nos entrega su Pilar –símbolo de la gracia de Dios- para que renovemos
nuestra confianza y nos entreguemos con nuevo celo y ardor a la conquista del
cielo, a ganar almas para Dios, sabiendo que con su gracia nos basta, que con
su gracia podemos.
Con
todo esto en nuestros corazones y acogiendo este pilar bendito, continuemos la
Santa Misa, poniendo ante el altar todas nuestras necesidades y también las de
nuestra Patria con sus representantes y todos sus pueblos, familias y personas,
sus proyectos y también sus problemas y dificultades:
“A
ti, Virgen Santísima del Pilar acudimos, ruega por nosotros y después de
colaborar con Dios en la realización de un mundo más justo y fraterno, haznos
dignos de alcanzar la promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.”