5 de julio. SAN ANTONIO MARÍA ZACARÍAS
Antonio María Zacarías, natural de Cremona, en el Milanesado, de origen noble, ya desde su niñez dio indicios de su futura santidad. Resplandecieron muy pronto en él eminentes virtudes de piedad para con Dios y la Virgen Santísima y de caridad con los pobres, cuya miseria alivió no pocas veces, despojándose de sus ricas vestiduras. Tras cursar humanidades en su país, y filosofía en Pavía, estudió en Padua medicina; distinguido entre sus condiscípulos por su integridad, les aventajaba en la agudeza de inteligencia. Ya graduado, de vuelta a su casa paterna, fue llamado por Dios a curar las enfermedades espirituales con preferencia a las corporales: Puso todo su esfuerzo en aprender las ciencias sagradas, sin dejar de visitar a los enfermos, instruir religiosamente a los niños, reunir a los jóvenes para fomentar entre ellos la piedad y de exhortar a los adultos a reformar sus costumbres. Se ordenó sacerdote; y la primera vez que ofreció la Misa, el pueblo lleno de admiración pudo contemplarle, según se dice, rodeado de luz celestial y de una corona de Ángeles. Desde entonces trabajó con mayor celo para la salvación de las almas y en combatir la corrupción de costumbres. Acogía con ternura a los extranjeros, a los pobres y a los afligidos, y les sostenía y consolaba con sus palabras llenas de bondad y sus donativos; su casa era el refugio de los desvalidos, y mereció ser llamado el padre y el ángel de la patria.
Considerando que los intereses cristianos serían mejor atendidos si encontraba otros para trabajar con él en la viña del Señor, comunicó en Milán su proyecto a Bartolomé Ferrari y a Jaime Morigia, personas de gran santidad; y con ellos fundó la Orden de Clérigos regulares que llamó de San Pablo, por su amor al Apóstol de las Gentes. Esta Orden, que fue aprobada por el papa Clemente VII y confirmada por Paulo III, no tardó en propagarse por diversos países. Fue fundador y padre de una Congregación de santas Religiosas, las Angélicas. Deseaba tanto mantenerse en una humilde situación, que jamás quiso estar a la cabeza de su Orden. Su paciencia fue tan grande, que sobrellevó lleno de confianza y fortaleza las tempestades más terribles que se levantaron contra los suyos; movido por su caridad, nunca dejó de fomentar en el corazón de sus religiosos el más encendido amor de Dios, de llamar a los sacerdotes a la vida apostólica, y de fundar asociaciones de padres de familia para conducirles a una vida más perfecta. Alguna vez recorrió con los suyos las calles y plazas, yendo detrás de la cruz, para conducir al camino de salvación, a las almas que comenzaban a desviarse de él o que estaban ya pervertidas.
Antonio Zacarías, ardiendo en amor a Jesús crucificado, estableció la costumbre de tocar la campana cada viernes a la hora de vísperas para recordar a todos el misterio de la cruz. En sus escritos se lee repetidamente el nombre de Jesús, que tenía siempre en sus labios; verdadero discípulo de San Pablo, participaba en su propio cuerpo de los tormentos del Salvador. Sentíase impulsado por un amor singular hacia la Sagrada Eucaristía; créese que restableció la costumbre de comulgar con frecuencia, y se le atribuye la introducción de la pública adoración del Santísimo Sacramento en las Cuarenta Horas. Eran tal su castidad que, para afirmar su amor a esta virtud, su cuerpo ya exánime pareció recobrar por un momento la vida. Además deben añadirse los éxtasis, el don de lágrimas, la profecía, la penetración de los corazones y el poder contra Satanás con que el cielo le favoreció. Mas los grandes trabajos que había realizado habían agotado sus fuerzas, y cayó enfermo en Guastalla, en donde había sido llamado para restablecer la paz. Trasladáronle a Cremona, y allí, confortado por una aparición de los Apóstoles y profetizando el desarrollo de su Congregación, murió santamente, en medio de las lágrimas de sus discípulos, en brazos de su madre, a quien pronosticó que no tardaría en seguirle; su muerte ocurrió el día 5 de julio del año 1539, a los 36 años de edad. Pronto comenzó a tributársele culto, el cual por sus muchos milagros fue aprobado y confirmado por el papa León XIII en el año 1897, en el día de la Ascensión del Señor, e inscrito entre los Santos.
Oremos.
Haz Señor Dios, que aprendamos la excelsa ciencia de Jesucristo
según el espíritu del Apóstol San Pablo, con la cual San Antonio María,
maravillosamente instruido, reunió en tu Iglesia nuevas familias de clérigos y
vírgenes. Por el mismo Señor Nuestro Jesucristo, tu Hijo, que
vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los
siglos. R. Amén.
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