18 de julio. San Camilo de Lellis, confesor
Nació Camilo en Bucchianico, diócesis de Chieti, de la noble familia de los Lelis, de una madre sexagenaria, la cual, estando encinta, creyó ver en sueños que había dado a luz a un niño que llevaba una cruz marcada en el pecho y precedía a un grupo de niños que ostentaban la misma señal. Habiendo Camilo abrazado la carrera militar, se entregó durante algún tiempo a los vicios del mundo. Mas al llegar a los 25 años, se sintió iluminado por la gracia de lo alto, y concibió un dolor tan profundo de haber ofendido a Dios, que derramando abundantes lágrimas, tomó la resolución de borrar sin demora las manchas de su vida pasada y revestirse del hombre nuevo. El mismo día en que esto ocurrió: en la fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen, se dirigió al convento de los Frailes Menores Capuchinos, y les pidió que le admitieran. Dos veces fue recibido en la Orden, mas como se le reprodujera una cruel llaga que había ya antes padecido en la pierna, sometiéndose Camilo a la Providencia, que le reservaba para cosas mayores, supo vencerse a sí mismo, y por dos veces dejó el hábito de aquella Orden, que había solicitado y obtenido.
Fue a Roma, siendo admitido en el hospital de incurables, cuya administración se le confió en vista de sus virtudes. Desempeñó aquel cargo con integridad y solicitud paternal. Teniéndose por servidor de todos los enfermos, acostumbraba arreglarles él mismo la cama, limpiar las salas, curar las llagas, asistir en la hora del supremo combate a los moribundos con sus devotas plegarias y exhortaciones, dando ejemplo, en el ejercicio de estas funciones, de admirable paciencia, fortaleza y de caridad heroica. Mas comprendiendo que el estudio le podría servir de mucho para la consecución del único objeto que se proponía: el auxiliar a las almas de los agonizantes, no se avergonzó de mezclarse, a la edad de 33 años, con los niños, para estudiar la primera gramática. Ordenado después sacerdote, puso, junto con algunos amigos que se le agregaron, los fundamentos de la congregación de los Clérigos regulares dedicados al servicio de los enfermos, no obstante la oposición encarnizada del enemigo del género humano. Le alentó una voz celestial salida de una imagen de Jesús crucificado, la cual, por un prodigio extendía hacía él los brazos desclavados de la cruz. Camilo obtuvo de Roma la aprobación de su Orden; sus religiosos se obligan, por un cuarto voto, a asistir a todos los enfermos, aun los apestados. Cuán grato sea a Dios este Instituto y cuán útil es para la salvación de las almas, lo atestigua S. Felipe Neri, confesor de Camilo, quien manifestó haber visto a los Ángeles inspirar a sus discípulos las palabras que debían emplear cerca de los moribundos.
Ligado con lazos tan estrechos al servicio de los enfermos, al cual se consagró noche y día hasta su postrer suspiro, Camilo desplegó un celo admirable para atender a todas sus necesidades, sin retroceder ante la fatiga, ni ante el peligro de la vida. Consagrábase por entero a todos, y se ocupaba en los más bajos empleos con ánimo alegre y resuelto, con la más humilde condescendencia; las más de las veces los desempeñaba de rodillas, viendo al mismo Jesucristo en la persona de los enfermos. Para estar siempre en disposición de socorrer las miserias, abandonó el gobierno supremo de su Orden, y renunció a las delicias celestiales que inundaban su espíritu durante la contemplación. Su amor paternal hacia los pobres se puso de manifiesto durante una epidemia que afligió a Roma tras un período de hambruna, y también cuando una terrible peste asoló a Nola, en Campania. Era tanta la caridad en que ardía para con Dios y para con el prójimo, que mereció le dieran el nombre de ángel y que los mismos Ángeles le socorrieran en medio de diversos peligros que le amenazaron durante sus viajes. Dotado del don de profecía y de la gracia de curaciones, penetraba en el arcano de los corazones; con sus plegarias obtuvo la multiplicación de los víveres y la conversión del agua en vino. Agotado por las vigilias, ayunos y continuas fatigas, hasta el punto de no tener al parecer más que la piel y los huesos, sufrió cinco graves enfermedades, a las que llamaba las misericordias del Señor. A la edad de 65 años, mientras pronunciaba estas palabras: “Que la faz de Jesucristo se muestre a ti dulce y gozosa”, se durmió en el Señor, confortado por los Sacramentos de la Iglesia, en Roma, en la hora que él había anunciado, el día anterior a los idus de julio del año 1614. Esclarecido con muchos milagros, Benedicto XIV le inscribió entre los Santos. León XIII, a petición de los Obispos, por decreto de la Congregación de Ritos, lo declaró celestial Patrón de todos los hospitales y enfermos del mundo, y mandó se le invocara en las Letanías de los agonizantes.
Oremos.
Oh Dios, que adornaste a San Camilo con la singular prerrogativa de la caridad para socorrer a las almas que luchan en el último combate: te suplicamos que, por sus méritos, nos infundas el espíritu de tu amor, para vencer en la hora de nuestra muerte al enemigo, a fin de llegar a la consecución de la celestial corona. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.
MISTERIOS GOZOSOS EL ROSARIO DE HOY CON SAN CAMILO DE LELIS
MISTERIOS DOLOROSOS EL ROSARIO DE HOY DE SAN CAMILO DE LELIS
Conmemoración de Sta. Sinforosa y sus siete hijos, Mártires
Sinforosa, natural de Tívoli, esposa del mártir Getulio, tuvo de él siete hijos: Crescendo, Julián, Nemesio, Primitivo, Justino, Ertacteo y Eugenio, todos los cuales fueron reducidos a prisión, junto con su madre, bajo el emperador Adriano, por haber confesado la fe cristiana. Sometida su piedad a la prueba de múltiples y variados suplicios, se mantuvo invencible. Aquella madre que había sido para sus hijos maestra en la fe, fue también para ellos a manera de guía que les precedió en el martirio. La arrojaron al río con una piedra atada al cuello; su hermano Eugenio encontró su cuerpo y le dio sepultura. Al día siguiente, día 18 de julio, los siete hermanos fueron atados a sendos palos, y martirizados de diversas maneras; a Crescendo le atravesaron la garganta con un hierro; a Julián, el pecho; a Nemesio, el corazón con una lanza; a Primitivo, el vientre; a Justino le cortaron miembro tras miembro; Estacteo fue azotado, y a Eugenio le seccionaron el cuerpo en dos pedazos. Así fueron inmoladas estas ocho víctimas, sumamente gratas a Dios. Arrojados sus cuerpos en una hoya de la vía Tiburtina, a 9 millas de la ciudad, fueron poco después trasladados a Roma, y depositados en la Iglesia del Santo Ángel en la Piscina.
Oremos.
¡Oh Dios, que nos concedes celebrar la solemnidad de tus santos mártires Sinforosa y sus siete hijos!; danos el gozo de su compañía en la eterna bienaventuranza. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.