15 de julio. San Enrique, Emperador, confesor
Enrique, conocido por el Piadoso, fue primero duque de Baviera, luego rey de Germania, y después emperador de los Romanos. No se contentó con un dominio temporal, sino que para alcanzar la corona de la inmortalidad se mostró el siervo del Rey eterno. Como emperador, dedicó sus desvelos a la propagación de la religión, restaurando las iglesias destruidas por los infieles y dotándolas de riquezas y posesiones. Fundó monasterios y otros lugares de piedad, y aumentó las rentas de los existentes. Hizo tributario de san Pedro y del romano Pontífice al Obispado de Bambeg, fundado por él con sus propios bienes. Hallándose fugitivo el Papa Benedicto VIII, de quien había recibido la corona imperial, le recogió y le restableció en la Santa Sede.
Fue curado de una grave enfermedad en Montecasino, por un milagro de San Benito. A la Iglesia romana la dotó de grandes liberalidades, mediante un importante documento, emprendiendo en su defensa, una guerra contra los Griegos, reconquistando Apulia, ocupada largo tiempo. No emprendía obra sin entregarse antes a la oración; más de una vez vio al Ángel del Señor y a los Santos Mártires luchando por su causa en primera fila. Triunfó de las naciones bárbaras, más por sus oraciones que por las armas. Condujo a la fe de Jesucristo a Hungría, que permanecía pagana, dando su hermana por esposa al rey Esteban, el cual recibió el bautismo. Dio el maravilloso ejemplo de la virginidad en la vida conyugal; en trance de muerte, envió su esposa Cunegunda a sus familiares, aún íntegra y virgen.
Tras haber dispuesto con prudencia lo concerniente al honor y al provecho del Imperio, de haber dejado por doquier, en Francia, Italia y Germania, pruebas de su religiosa munificencia, de haber hecho llegar hasta países remotos el perfume de su virtud heroica, y de haber trabajado como debía durante su vida, siendo más ilustre por la santidad que por el cetro, fue llamado por el Señor al galardón del reino celestial, en el año de gracia 1024. Fue sepultado en Bamberg, en la iglesia de San Pedro y San Pablo Apóstoles. Pronto le glorificó el Señor con muchos milagros realizados junto a su sepulcro; habiendo sido éstos debidamente probados, Eugenio III le inscribió entre los Santos.
Oremos.
Oh Dios, que en este día trasladaste al bienaventurado Enrique de lo más elevado del imperio de la tierra al reino eterno; te suplicamos humildemente que así como a él, prevenido por la abundancia de vuestra gracia, le concediste sobreponerse a las delicias del siglo, hagas que nosotros a imitación suya evitemos los halagos de esta vida y lleguemos a ti con pureza de alma. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.