19 de julio. San Vicente Paúl, confesor
Vicente de Paúl, nació en Pouy, cerca de Dax, en Aquitania, y manifestó desde su infancia gran caridad para con los pobres. Después de haber apacentado los rebaños de su padre, se dedicó al estudio, cursando literatura en Aix, y teología en Tolosa y en Zaragoza. Tras ser ordenado sacerdote y graduarse en Teología, cayó en poder de los Turcos, quienes le llevaron cautivo a África. En el cautiverio ganó para Cristo a su mismo dueño, y con el auxilio de la Madre de Dios, huyeron los dos de aquellos países bárbaros, y Vicente se encaminó a Roma. De regreso a Francia, rigió muy santamente las parroquias de Clichy y de Chatillón. Le nombró el rey primer capellán de las galeras francesas, siendo grande el celo con que trabajó para el bien espiritual de oficiales y galeotes. San Francisco de Sales le nombró superior de las religiosas de la Visitación, cargo que desempeñó casi cuarenta años con tanta prudencia, que justificó el concepto que de él formaba aquel santo, el cual declaraba no conocer sacerdote más digno que Vicente.
Se dedicó con ardor, hasta una edad avanzada, a evangelizar a los pobres, y sobre todo a los campesinos, obligándose él y los sacerdotes de la congregación que había instituido con el nombre de Sacerdotes seculares de la Misión, a trabajar en esta obra, por un voto perpetuo, que fue confirmado por la Santa Sede. Lo mucho que trabajó para fomentar la disciplina eclesiástica queda reflejado por los Seminarios que erigió para los aspirantes a las sagradas Órdenes, y el empeño que puso en que las reuniones de sacerdotes para tratar de ciencias sagradas fuesen frecuentes, y en que las ordenaciones fueran precedidas por ejercicios preparatorios. Quiso que en las casas de su Orden se hallaran todas las facilidades para estos ejercicios y reuniones y para retiros seglares. Para propagar la fe y la piedad, envió operarios a las provincias de Francia, y a Italia, Polonia, Escocia, Irlanda, y a las Indias. Tras haber asistido a Luis XIII en sus últimos momentos, fue llamado por la reina Ana de Austria, madre de Luis XIV, como parte de su Consejo de Conciencia. Empleó entonces todo su celo para que sólo los más dignos gobernaran las Iglesias y monasterios, y en extirpar las discordias civiles, los duelos y los nacientes errores, que habían excitado su odio desde su aparición; y procuró que las sentencias apostólicas fuesen por todos acatadas.
Socorrió paternalmente todos los infortunios. Auxilió a los cristianos que gemían bajo el cautiverio de los turcos, a los niños abandonados, a los muchachos díscolos, a las jóvenes cuya virtud estaba en peligro, a las mujeres caídas, a los galeotes, a los peregrinos enfermos, a los trabajadores imposibilitados, a los locos y a innumerables mendigos; a todos socorrió; a todos acogió y cuidó caritativamente en asilos que se conservan aún hoy. Acudió en ayuda de la Lorena, Champaña, Picardía y otras regiones castigadas por la peste, el hambre y la guerra. Fundó, para que se consagrasen a buscar y socorrer a los desgraciados, varias congregaciones, entre otras las de las Damas y las Hijas de la Caridad, extendidas en todas partes; instituyó las Hijas de la Cruz, de la Providencia y de Santa Genoveva, para la educación de las jóvenes. En medio de estos asuntos, ocupábase sin cesar en Dios, era afable con todos, y mantenía una admirable igualdad de espíritu: sencillo, recto, humilde; siempre apartado de los honores, las riquezas y los placeres, y nunca se le oyó decir que algo le agradase, a no ser en Cristo Jesús, a quien procuraba imitar en todo. A la edad de 85 años, gastado por mortificaciones, fatigas y la vejez, se durmió plácidamente en el Señor, en la casa matriz, San Lázaro, en París, el 27 de septiembre del año de 1660. La fama de sus virtudes, méritos y milagros, movió a Clemente XII a inscribirle en el número de los Santos, fijando su fiesta anual en el día 19 de julio. A ruegos de muchos Obispos, León XIII declaró e instituyó a este ilustre héroe de la caridad, tan benemérito, patrón especial cerca de Dios, de todas las asociaciones caritativas que existen en el mundo católico, todas las cuales en alguna manera le deben su origen.
Oremos.
Oh Dios, que para evangelizar a los pobres y aumentar la gloria del orden eclesiástico dotaste al bienaventurado Vicente de virtud y energía apostólica: te suplicamos nos concedas que seamos instruidos con los ejemplos de virtud de aquel cuya piedad y méritos veneramos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.
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