17 de julio. San Alejo, confesor
Alejo, romano de muy noble linaje, movido por un gran amor a Jesucristo, y obedeciendo a una singular inspiración divina, se marchó de su casa en la primera noche de sus bodas dejando virgen a su esposa, y emprendió a través del mundo una peregrinación a los más célebres santuarios. Durante estos viajes permaneció desconocido por espacio de 17 años, hasta el día en que una imagen de la santísima Virgen María descubrió su nombre. Esto acaeció en Edesa, en Siria. Habiéndose embarcado para alejarse de allí, abordó en el puerto de Roma, y fue acogido como un extraño en su propia casa. Vivió otros 17 años bajo el techo paterno, sin que nadie le reconociera. Al morir dejó escrita la indicación de su nombre y el resumen de su vida. Pasó de esta tierra al cielo bajo el pontificado de Inocencio I.
Oremos.
¡Oh, Dios, que todos los años nos alegras con la solemnidad de San Alejo!; al celebrar su entrada en la gloria, concédenos la gracia de imitar sus ejemplos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.
Del libro de Los Morales, de San Gregorio, Papa.
Lib. 10, cap. 16 sobre el cap. 12 de Job.
Se hace burla de la sencillez del justo. La sabiduría de este mundo consiste en ocultar el fondo del corazón con toda suerte de astucias; en servirse de las palabras para proponer lo que es falso como verdadero y lo verdadero como falso. Esta es la prudencia que los jóvenes aprenden con el uso; ésta es la que, pagando, aprenden los niños. Los que la conocen, se ensoberbecen despreciando a los demás; los que la ignoran, son tenidos por incapaces y tímidos. Aman la doblez, encubriendo tal perversidad con el nombre de comedimento. La sabiduría del mundo enseña a sus discípulos a buscar lo más encumbrado de los honores, a complacerse, por vanidad, en la adquisición de la gloria temporal, a devolver con creces el mal que les han hecho; a no ceder ante el adversario mientras se sienten fuertes; a disimular la impotencia de la propia malicia, cuando las fuerzas les flaquean, con apariencias de bondad.
Por el contrario, la sabiduría de los justos consiste en no hacer nada por vana ostentación; en manifestar con las palabras lo que siente su alma; en amar lo verdadero y evitar lo falso; en practicar gratis el bien; en sufrir los males que nos hacen antes que hacerlos; en no buscar ninguna venganza por las injurias recibidas; en tener por ganancia ser despreciados por la verdad. Pero esta sencillez de los justos es despreciada. Y los sabios de este mundo reputan por necedad la pureza de la virtud. Pues todo lo que se practica inocentemente, ellos lo tienen como cosa necia, y todo cuanto la verdad aprueba, la sabiduría carnal lo reputa por fatuo. ¿Hay nada tan necio para el mundo como hablar con sinceridad, no fingir con hábiles recursos, abstenerse de volver afrentas, orar por los que nos maldicen, buscar la pobreza, abandonar sus propios bienes, no resistir a los usurpadores y ofrecer la otra mejilla al que nos hiere?