El Corazón de Jesús está esperando que los suyos le dejen entrar
“Vino a su casa y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11)
Y de unas palabras del evangelista San Juan he deducido que una de las ocupaciones del Corazón de Jesús en el sagrario es esperar que los suyos le dejen entrar.
¿Recordaréis aquellas palabras: vino a su casa y los suyos no le recibieron?
Yo os invito, almas heridas del abandono del sagrario, aquí os de tengáis un momento en esas palabras.
¿Cuáles son esas posesiones a qué vino el verbo hecho carne? Esas posesiones son la tierra. “ Del Señor es la tierra y su plenitud … Y todos los que la habitan ”
Posesiones suyas son, pues, todos los pueblos de la tierra y todas las casas de esos pueblos y todos los moradores de esas casas.
Todo eso es casa del Señor. Los demás amos de la tierra más que ambos son inquilinos de Dios.
Y quiso Dios, lleno de bondad, de generosa delicadeza, visitar a sus inquilinos de la tierra. ¡Tenía tantas ganas de estar cerca de ellos un!¡Les hacía tanta falta esa visita!
¡Entre el demonio y el pecado los habían dejado tan desastrosamente perdidos y arruinados!
Y el que era Señor y Dominador Universal, se hizo peregrino del amor y se puso a llamar a las puertas de las casas de la tierra …
¡Que pena, Dios mío, que después de ese delicioso “ Vino a los suyos” haya tenido que escribir el Evangelista el tristísimo, el desolador “ y los suyos no le recibieron”!
El Peregrino del amor se puso primero a llamar a las puertas del pueblo donde se dignó nacer como hombre y dice el evangelista que para él no había sitio.
Y desde esa primera puerta que no lo deja entrar, ¡Cuantas se le cierran en su vida mortal y de Sagrario!
De cuantas asambleas, las escuelas y hogares desde entonces hasta ahora, se ha podido escribir como de la posada de Belén:¡no hay sitio para Jesucristo un! Desde entonces hasta ahora, ¡Cuantos hombres se pasan la vida escribiendo en la puerta de sus almas con sus obras y muchos acta con sus palabras:¡no hay sitio!
Y ¡Si eso lo hicieran sólo los que no lo conocen!
Pero, ¡Jesús mío, peregrino del amor desairado!, ¿tan abiertas te tenemos las puertas los que te conocemos y los que sabemos que está llamando?
¡Yo también te he hecho pasar días enteros y noches muy largas llamando a mis puertas sin dejarte pasar …!
También mi ángel de la guarda ha tenido que escribir con tintas de lágrimas, en el libro de mi vida: Fue a él Jesús y no lo recibió …
Otras veces lo dejamos entrar, pero sin atrevernos abrirle de par en par las puertas, ni a dejarlo andar por toda la casa.
Por el postigo de nuestra tacañería lo dejamos entrar, tenemos como en miedo de que visite todo nuestro corazón, todo nuestro pensamiento, toda nuestra sensibilidad …
Podemos decir que todo Jesucristo ha entrado en nuestra alma pero no en toda nuestra alma. ¡Le reservamos rincones …!¡Rincones de sensualidad no mortificadas, de caprichos no vencidos, de intenciones no rectas, de aficiones no ordenadas …!
No nos atrevemos a desalojarlos de las miserias que los llenan, ni ofender los ojos del buen Visitante llevándolo a que las vea.
Y mientras, El, encerrado en el Sagrario, sin cansarse y sin protestar y con el oído alerta por si viene, se pasa el día y la noche esperando a los suyos …
Y cuando siente pasos y oye murmullo cercanos, un ¡Con qué presteza y con qué olvido de las malas noches y de los malos días manda abrir la puerta que lo aprisiona y se entra dentro del alma a cuya puerta tanto tiempo llamo …!
Señor, Señor, ¿qué clase de amor es este amor tuyo que se pasa la vida en esperar que lo dejen entrar y que, cuando ha entrado no se ocupa más que en tener que lo echen fuera …?¡Sus hijos!
¡Señor, Señor …!¿Y qué clase de amor es éste que se estila entre los hombres, que no se preocupa más que en cerrarte las puertas para que no entres o echarte a la calle cuando has entrado …?
¡Señor, Señor …! Tú, que has permitido que a tu Sagrarios de la tierra pongan llave para que tus judas de siempre nos roben los copón es que te guardan sacramentado, ¿no tendrás una llave para mi corazón, tan codiciado de pasiones ladrones, que sólo tú pudieras manejar?
¡Madre inmaculada, ayuda con tu protección y valimiento a forjar una llave de durísimo acero de lealtad y fidelidad al servicio del Jesús de mi Comunión!
¡Que El sólo abra y cierre …!