LA VIRTUD DEL CORAZÓN DE JE... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...
LA VIRTUD DEL CORAZÓN DE JESÚS ESTÁ NO POCAS VECES DESPERDICIADA
Y dijo Jesús: ¿Quién me ha tocado?
(Lc 8,45)
¿Por qué, a pesar de esa virtud de sanar que del Corazón de Jesús brota incesantemente en el Sagrario, quedamos aun tantos enfermos?
No soy yo, sino el Evangelio mismo el que va a responder con el relato de una historia interesante.
Una mujer enferma, hacía doce años, de enfermedad incurable, ve pasar no lejos de su casa al Galileo santo de quien salía virtud de curar.
¡Quién hablara con Él, quién apretara sus manos hacedoras de maravillas, quién estampara un beso en sus pies benditos! ¡Si yo lo tocara!
¡Pero Él, tan grande, tan puro, tan ocupado, tan solicitado por la muchedumbre... y yo tan insignificante, tan débil... y mi enfermedad tan vergonzosa...!
¡Si yo consiguiera al menos tocar la orla de su capa, vaya si me curaría!
Y entre tímida y confiada se mezcla con la turba que trabajosamente deja avanzar a Jesús.
Había llegado hasta Él por detrás y llevado sus manos primero y después sus labios al filo de su manto.
¡Estaba curada!
Mas Jesús, como movido por secreto resorte, vuelve los ojos atrás, mira y dice: Alguien me ha tocado pues he sentido salir virtud de Mí.
¿Cómo? -responden sus discípulos-, ¿cómo dices que quién te ha tocado, si estas muchedumbres no dejan de oprimirte?
Pero allí estaba para responder por los discípulos la que había tocado de aquella manera especial al Maestro.
Trémula y confusa se coloca delante de Él y de rodillas le cuenta toda la verdad.
Jesús la levanta, diciéndole en el más suave de todos los acentos: Confía, hija, tus pecados te son perdonados...
La que iba buscando la salud de su cuerpo, se levantó curada en su cuerpo y en su alma...
Ahora os invito a un poco de meditación sobre este relato.
De esta meditación yo saco unas cuantas enseñanzas muy propias para los que andamos cerca del Sagrario.
La primera es que no basta estar en el Sagrario para llenarse o aprovecharse de la virtud que de él brota.
Muchos estaban junto al Maestro y no salían curados ni en sus cuerpos ni en sus almas.
La segunda enseñanza que saco es que para sacar virtud del Sagrario hace falta tocar y saber tocar al Corazón de Jesús que está en él.
¡Saber tocar!
¡Qué!, ¿no es eso lo que quiere decir aquel «quién me ha tocado», en medio de aquella muchedumbre que le tocaba hasta oprimirlo?
Los discípulos, quizá sin darse cuenta, han puesto un nombre adecuado a lo que hacen con Jesús muchos que andan con Él: «Las muchedumbres te rodean y te oprimen».
¡Oprimir a Jesucristo!
¡Dios mío! ¡Qué miedo he sentido al fijarme en esa palabra!
¡Qué miedo y qué pena en pensar que no pocas veces las muchedumbres que llenan tus templos y aun tus Sagrarios, están imitando a las turbas del Evangelio; están oprimiéndote!
¡Qué pena es pensar que hasta muchas Comuniones son opresiones; sí, opresiones y, si fuera posible, asfixiantes de sentir tanta falta de espíritu cristiano y tanta sobra de espíritu mundano!
¡Ay! ¡Cómo me acuerdo de aquellas opresiones de las turbas, cuando veo en torno de tus Tabernáculos a cristianas vestidas de prostitutas y en actitudes de comediantes, y a cristianos que en el templo hablan, ríen, miran y gesticulan como en el teatro...!
¡Saldrán después y dirán que vienen de estar contigo; sí, de estar oprimiéndote, ahogándote con la barahúnda y la pestilencia de sus liviandades y coqueterías, y con su espíritu superficial, curioso, distraído y rutinario!
En cambio, ¡qué poquitos son los que saben tocarte y por consiguiente sacarte virtud!
Con la fe se toca a Cristo, ha dicho san Ambrosio.
Pero no con una fe que se contenta con rezar el Credo, sino con aquella fe de la incurable que empieza en la humildad de no creerse digna ni de ponerse delante del santo Maestro y que termina y se manifiesta en la confianza firme de ser curada sólo por el contacto con lo más insignificante de su persona, la orla posterior de su vestidura.
¡La fe viva! Ésa es la que toca a Cristo, la que llega hasta su Corazón.
Si con fe viva nos llegáramos al Sagrario, ¡cómo nos sumergiríamos en aquel mar de luz, de amor, de vida, que brota de aquel Corazón! ¡Cómo se curarían todas nuestras dolencias! ¡Cómo gozaríamos de salud inalterable! ¡Cómo obtendríamos mucho más de lo que pedimos y esperamos!
Pero, ¡nos hacen tanta falta aquella humildad que lo teme todo de sí y aquella confianza que lo espera todo de Él!
¡Vamos al Sagrario tan llenos de nosotros que no hay que extrañar que volvamos tan vacíos de Él!
¿Sabéis ahora por qué, a pesar de tanta virtud de sanar como exhala constantemente el Corazón de Jesús en el Sagrario, hay tantos enfermos, aun entre los que lo rodean y viven cerca de Él?
Hay que tocarle y se empeñan en no ir o en ir para oprimirlo.