jueves, 26 de mayo de 2022

¿QUÉ HACE Y QUÉ DICE EL CORAZÓN DE JESÚS EN EL SAGRARIO? (1) SAN MANUEL GONZÁLEZ

 

¿QUÉ HACE Y QUÉ DICE EL CO... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...

 

EL CORAZÓN DE JESÚS, A PESAR DE

SU INMOVILIDAD Y SILENCIO APARENTES

EN EL SAGRARIO,  NO ESTÁ OCIOSO NI CALLADO

Y la virtud del Señor estaba allí para sanarlos

(Lc 5,17)

He aquí una pregunta que a no pocos cristianos y, diré más, piadosos, dejará perplejos:

¿Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús?

¡No habían parado mientes en que en el Sagrario hay quien pueda hablar y hable!, ¡quien pueda obrar en el Sagrario virtud!

¿Verdad que para muchos cristianos la idea del Sagrario es esto: Un lugar de mucho respeto, porque en él habita un Señor muy alto, muy grande, muy poderoso, todo majestad, pero muy callado y muy quieto?

Y no es que no crean que Jesucristo en el Sagrario esté todo entero como en el Cielo.

Creen ciertamente que está allí con divinidad y alma y cuerpo y por consiguiente con ojos que ven, con oídos que oyen, con manos que se pueden mover, con boca que puede hablar...

Sí, la fe de todo esto la tienen, pero es una fe que se quedó sólo en la cabeza y no bajó al corazón y mucho menos a la sensibilidad.

Es una fe que, por quedarse allí estancada, apenas se ha convertido en luz de aquella vida, en criterio, en calor, en amor, en persuasión íntima, en entusiasmo, en impulsor de acción y de acción decidida.

Le pasa a esa fe lo que a las semillas de plantas grandes sembradas en macetas pequeñas.

Por muy fecunda que sea la semilla, por mucha agua y luz con que la regaléis, si no dais a sus raíces tierra y lugar para su expansión, no conseguiréis sino una planta raquítica y encogida.

Y hay cristianos que hacen eso mismo con su fe, de tal modo la ahogan en su rutinario modo de ver y entender que, sin que se pueda negar que tienen fe, ésta apenas si da señales de vida y de influencia.

Me he convencido hace tiempo de que el mal de muchísima gente no es no saber cosas buenas, sino no darse cuenta de las cosas buenas que saben.

Mucha ignorancia hay, y de cosas religiosas es una ignorancia que espanta; pero con ser tan grande, es mucho más la que yo llamaría falta de darse cuenta.

Y  prácticamente, creo, que es causa más frecuente de la indiferencia religiosa y de tanta clase de pecados públicos y privados, como hoy lamentamos, la falta de darse cuenta, que la falta de saber.

La mayor parte de los cristianos que viven sin cumplir con ninguno de los preceptos que su religión les impone, saben que tienen obligación de oír Misa los domingos y fiestas, de confesar y comulgar una vez al año, etcétera; todos esos tienen fe en la Misa, en la Confesión, en la Comunión, en la autoridad docente de la Iglesia, y, sin embargo, no practican, ni se inquietan por no practicar.

Yo creo que su mal está en que han metido su fe en la maceta de sus rutinas, de sus comodismos, de sus idiosincrasias, de su egoísmo, ya dije la palabra, de su egoísmo, porque éste es el único interesado en tener encerrada y ahogada la fe en el alma.

Así como la humildad y la caridad, si no son la sabiduría, son los elementos que mejor preparan para recibirla y fomentarla, la soberbia y el amor propio, que son los componentes del egoísmo, entorpecen, inutilizan y paralizan la ciencia adquirida.

El remedio, por consiguiente, estará en tratar de hacer añicos esa maceta para que la fe, como las raíces de la planta cautiva, se extienda libre por toda su alma, y se convierta en amor, y en obras y en hábitos de vida recta cristiana.

Y en nada se echa de ver tanto esa falta de darse cuenta, como en la conducta de los cristianos con respecto a la santa Eucaristía.

Todos saben lo que allí hay, pero ¡qué pocos se dan por enterados!

¡Qué feliz sería yo si consiguiera con mis escritos despertar en algunos cristianos el sentido de darse cuenta de la Eucaristía! ¡Qué feliz si por resultado de estas lecturas algunos cristianos se levantaran decididos a ir al Sagrario para ver lo que allí se HACE y para oír lo que allí se DICE por el más bueno y más constante de nuestros amadores!

Porque sabedlo, cristianos, el Corazón de Jesús no está en el Sagrario ni callado ni ocioso.

 

EL SAGRARIO ES EL LUGAR DE LA TIERRA EN DONDE SE HABLA MÁS Y MEJOR Y SE TRABAJA MÁS ACTIVA Y FECUNDAMENTE

¿Hacer? ¿Decir? Pero ¿quién puede averiguar lo que se dice y se hace en un lugar en el que ni se oye ni se ve nada?

¡Está tan callado y tan quieto el Señor en el Sagrario que parece que en él no pide otro homenaje que el de nuestra adoración en silencio!

Yo os digo, sin embargo, que no hay en toda la tierra un lugar en donde se hable más y mejor y se trabaje más activa y fecundamente.

No es al oído y al ojo de la carne a quienes toca oír y ver esas cosas, sino al oído y al ojo del alma. Con ellos atentos vamos a oír y a ver lo que se dice y se hace en el Sagrario.

Y como no quiero que me creáis en materia de tanta monta por mi sola palabra, y como deseo que se tenga lo que yo afirmo del Sagrario como una realidad y no como una ilusión más o menos piadosa o como alegorías mejor o peor compuestas o aplicadas, propongo, a los que me lean, el siguiente interrogatorio, del cual sacarán la demostración concluyente de que en el Sagrario se dice y se hace en medio de su silencio y quietud.

¿Es de fe que nuestro Señor Jesucristo está todo entero en la Hostia consagrada?

—Sí.

Si está entero allí, ¿no es verdad que tendrá boca y ojos y manos y corazón?

Y aunque para nuestra insuficiencia sea un misterio el modo sacramental, o sea, cómo está nuestro Señor Jesucristo en la Hostia consagrada, ¿podrá creerse que estén privados de su ejercicio legítimo o por lo menos de su virtud o poder todos sus miembros y facultades de hombre verdadero?

—No.

De manera que si Jesucristo tiene boca en la santa Eucaristía; puede hablar con ella; si tiene ojos, puede ver con ellos; si tiene Corazón, puede amar con él, de modo misterioso, es cierto, como misterioso es el modo que tiene en la santa Hostia, pero no menos verdadero y real.

¿No es esto?

—Sí.

El único reparo que podría oponerse a esa doctrina es que los ojos y los oídos de nuestra cara no ven ni oyen nada de eso en el Sagrario; pero contra ese reparo se alzan la razón recta y la fe sobrenatural para decir muy alto que el Jesucristo del Sagrario es tan grande que tiene infinitos modos de ser percibido y que nuestros sentidos son tan chicos que no pueden aspirar a percibir a Jesucristo en todos sus modos, sino sólo en el que Él se les quiera mostrar.

 

Un ejemplo

Tomad una pintura de arte, de mucho arte.

Ese cuadro, lo ven un niño, un hombre ignorante, un artista y otro artista de escuela contraria.

Pedid a todos los que están delante del cuadro que se fijen en él, en sus pormenores y en su conjunto.

Cuando lo hayan visto y examinado todos, llamad separadamente a cada uno y preguntadle lo que ha visto. Yo os aseguro que no encontraréis dos que hayan visto lo mismo; unos alaban una cosa, otros censuran otra; encontraréis más; mientras uno de ellos os dirá que aquello es una magnífica obra de arte, otro os asegurará con el mayor desparpajo que aquello no es ni más ni menos que unos cuantos borrones en un trapo.

¿Qué os dice eso? Que las cosas, mientras más buenas, tienen más modos de ser percibidas y que el hombre, mientras más ignorancia o más pasiones tiene, ve menos.

¿Verdad que sería una pretensión estúpida la del que dijera que el cuadro en cuestión no debía ser declarado obra de arte, hasta que lo proclamaran todos los hombres, sabios e ignorantes?

 Éste es el caso

¿Podrá negarse fundadamente que Jesucristo dice o hace, está de este modo o del otro en el Sagrario porque los más groseros instrumentos de percepción del ser racional no lo perciben?

¡Bien parada quedaría la grandeza y el poder de Jesucristo si tuviera que amarrarse a nuestros ojos y oídos de tal modo, que no pudiera manifestarse ni obrar sino de manera que éstos dieran testimonio de Él!

Sí, amigos míos; a la grandeza de Jesucristo corresponde hablar tan fina y dulcemente que nuestros toscos oídos no lo perciban; a su Majestad soberana toca manifestarse tan soberanamente hermoso o tan delicadamente sutil que nuestros toscos ojos no lo alcancen si no se deja.

¡A ver! ¿Quién es tan osadamente ruin que se atreva a prohibir a Jesucristo el paso o la estancia en el Sagrario porque no se deja medir por su vista o por su oído?

¿Lo oís bien? ¡A Jesucristo, que entra en el mundo pasando por el seno de su Madre sin romperlo ni mancharlo, que se transfigura en el Tabor, que anda sobre las aguas con los pies enjutos, que muere cuando quiere y que se resucita a Sí mismo, que se aparece a la Magdalena y a sus discípulos, y no se deja conocer sino cuando quiere y de los que quiere, que penetra en la casa de sus apóstoles con las puertas cerradas...!

Ese Jesucristo que domina el espacio, la óptica, la acústica, la extensión, la velocidad y las propiedades de la materia y de la inteligencia del hombre, ¿no va a poder estar o hablar en el Sagrario sin que los ojos y los oídos del hombre pobrecillo le den el permiso o el visto bueno?

Sí, lo repetiré: Jesucristo, a pesar de su silencio y quietud del Sagrario, dice y hace...