miércoles, 25 de mayo de 2022

25 de mayo. San Gregorio VII, Papa y confesor

 


25 de mayo

San Gregorio VII, Papa y confesor

El Papa Gregorio VII, llamado antes Hildebrando, nació en Savona, en la Toscana. Distinguiéndose por su santidad, ciencia y todo género de virtudes, ilustró maravillosamente toda la Iglesia de Dios. Refiérese que hallándose una vez, en su primera infancia, jugando al lado de un carpintero, formó, a pesar de no conocer las letras, las palabras de aquel oráculo de David: “Dominará de un extremo al otro del mar”. Dios conducía la mano del niño, queriendo mostrar la gran autoridad de que gozaría. Habiéndose trasladado a Roma, fue educado bajo la protección de San Pedro. En su juventud, afligido porque la Iglesia estuviese oprimida por los poderes seculares y por las livianas costumbres de los clérigos, ingresó en el monasterio de Cluny, donde en aquel tiempo se profesaba con austera observancia la regla de San Benito. Se consagró con tal ardor al servicio de la majestad divina, que los religiosos de aquel monasterio le eligieron para prior del mismo. Pero la divina providencia dispuso de él para cosas mayores, por el bien de muchos. Dejó Cluny por haber sido elegido abad del monasterio de San Pablo extramuros; luego fue creado cardenal de la Iglesia romana. Durante los Pontificados de León IX, Víctor II, Esteban IX, Nicolás II y Alejandro II, desempeñó los cargos y misiones más importantes. Fue llamado por San Pedro Damiano el varón del consejo santísimo y purísimo. Enviado a Francia por el papa Víctor II como legado a latere, logró, con un milagro, que el obispo de Lyón confesara su crimen de simonía. Compelió a Berenguer a abjurar la herejía en el concilio de Tours. Logró reprimir el cisma de Cadaloo.

Muerto Alejandro II, a pesar de su resistencia, fue elegido por unanimidad Papa el 22 de abril del año 1073. Resplandeciendo como el sol en la Iglesia de Dios, poderoso en sus obras y palabras, se dedicó con ardor a la restauración de la disciplina eclesiástica, a la propagación de la fe, a la vindicación de la libertad de la Iglesia y a la extirpación de los errores y corruptelas; según se dice, desde los tiempos apostólicos ningún Pontífice sufrió mayores trabajos y padecimientos por la Iglesia, ni luchó más en defensa de la libertad de la misma. Libró algunas provincias de la lepra de la simonía, y como valeroso atleta permaneció impávido ante los impíos esfuerzos del emperador Enrique, no temiendo ofrecerse como muro ante la casa de Israel. Cuando Enrique cayó en el crimen, le excomulgó y le desposeyó del reino, desligando a sus súbditos del juramento de fidelidad.

Cuando celebraba los divinos oficios, algunas personas piadosas vieron cómo una paloma bajaba del cielo, se posaba sobre su hombro derecho, y, extendidas las alas, cubría su cabeza. Así se significó que, por inspiración del Espíritu Santo, y no por sabiduría humana, era guiado en el gobierno de la Iglesia. Estando sitiada Roma por los ejércitos del pérfido Enrique, por medio de la señal de la cruz apagó un incendio provocado por los enemigos. Librado de Enrique por Roberto Giscardo, capitán de los normandos, se dirigió a Montecasino, y de allí a Salerno para dedicar una iglesia en honor de San Mateo, Apóstol. Predicando un día allí, enfermó gravemente y conoció que se acercaba su muerte. Sus últimas palabras fueron: “He amado la justicia y aborrecido la iniquidad, y por esto muero en el destierro”. Muchas fueron las contradicciones que sufrió y los sabios decretos promulgados en los muchos concilios que reunió en Roma este hombre santo, vengador de los crímenes y valerosísimo defensor de la Iglesia. Después de 12 años de pontificado murió en el año 1085, siendo ilustre por sus milagros así en vida como tras su muerte. Su cuerpo está sepultado honoríficamente en la catedral de Salerno.

 

Oremos.

Oh Dios, fortaleza de cuantos en ti esperan, que esforzaste con la virtud de la constancia para defender la libertad de la Iglesia al bienaventurado Gregorio, tu Confesor y Pontífice: concédenos que con su ejemplo e intercesión superemos valerosamente todas las contrariedades. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.