jueves, 19 de mayo de 2022

Las Pruebas Espirituales (II) San Pedro Julián Eymard


Las Pruebas Espirituales (I... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...

 

 

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LAS PRUEBAS ESPIRITUALES (2)

 

En las tentaciones

En cuanto a vuestras tentaciones, ocultadlas en una de las llagas de nuestro Señor y bondadosísimo Salvador, y en lo más recio de la tempestad acogeos, cual piedras preciosas, a la concha protectora, es decir, a nuestro Señor crucificado.

No examinéis los efectos o las razones de las tentaciones; marchad siempre adelante; necesitáis ser mantenidos en la miseria de vuestra humillación y en la convicción de vuestra debilidad.

Dios queda con vosotros; he ahí vuestro consuelo y vuestra fuerza.

Haced un acto de resignación, no razonéis con vuestras penas, no examinéis vuestras turbaciones; contentaos con decir a Dios: “Oh Jesús mío, perdonadme cuanto haya podido desagradaros; antes morir que pecar”. Luego descansad con toda paz en el seno de la misericordia divina. Seréis más del agrado de Dios si no os volvéis para contemplar Sodoma y Gomorra en llamas, y si claváis vuestros ojos en la cruz y en el amor de Jesús y en el cielo, que constituye el término de la jornada.

Jesús, que no hizo quebrar la caña medio rota, sostenga la débil caña de nuestra alma, si permite que el viento la agite y la incline a tierra; pero que al instante hágala dirigirse al cielo.

También el demonio tentó al divino maestro; se le apareció revestido de diversas formas; y aún más: tuvo la osadía de llevarlo por los aires; pero Jesús le dejó obrar, hasta que, sin perder su serenidad y sin recurrir a milagros, lo rechazó tan sólo con algunas palabras.

Después de haber acompañado a Jesús en el Tabor, en Getsemaní, en el calvario, hay que compartir también con Él sus tentaciones; pero, ¡confiad!, Jesús está frente a los demonios, modera su furor, está presto a combatir con nosotros. Cierto que el demonio no está solo: la imaginación, el corazón y el cuerpo conjuran con él contra nuestra pobre alma. Pero no os desalentéis. Es cual una convulsión popular: es inútil razonar y gritar para apaciguar los ánimos; lo mejor es dejarlos gritar solos: pronto se calmarán y se llenarán de vergüenza. Es menos temible el demonio cuando nos tienta de un modo sensible.

¡Ánimo! Después del primer temor, cobrad alientos, poneos a salvo y acogeos al corazón del divino maestro, como los niños que, al sentirse con miedo, se acogen al regazo de su madre.

 

Paz en medio de la guerra

Si os fuera posible no prestar tanta atención a esta algarabía interior, a todas esas impresiones, y vivir en paz aun en medio de la guerra, ¡qué consolador sería! Pero con todo, no olvidéis que nuestro Señor os quiere en tal estado, que le dais más gloria que en otro cualquiera, y que aun vuestras miserias pueden ser una bella materia de confianza en su bondad.

La tempestad purifica la atmósfera, pero pasa, y el sol reaparece más bello y más resplandeciente.

¡Cuán dulces son, en la expansión recíproca del amor divino, los suspiros, los gemidos, las lágrimas de un corazón que no ama más que a Jesús!

Las humillaciones y los sufrimientos alivian la impotencia de nuestro pobre corazón; el martirio sería su mayor felicidad.

¿Creéis acaso que los gemidos y las lágrimas de la Magdalena en el sepulcro del Señor, y la agonía de María a los pies de Jesús moribundo en la cruz, no fueron efecto del más heroico amor? El amor del bondadoso y ternísimo Jesús, sufriendo a solas y abandonado de su Padre y de los hombres, ¿no llegó al último grado del amor sufrido y totalmente inmolada?

¡Ah; sí! ¡Viva Jesús! ¡Viva su cruz!

Cierto que Jesús se quejó a su Padre: “Padre mío, ¿por qué me has abandonado?”.

También vosotros podéis quejaros, pero con todo amor y después del combate: este es el grito del amor inmolado. Cuando el enemigo de Jesús y el de vuestra salvación os embista con toda su fuerza, haced tan sólo una cosa: humillaos con toda la esperanza de la confianza en Dios. Pero es poco todavía: dad un paso adelante; creeos más malvados que el diablo, diciendo a nuestro Señor: “Miserable de mí, a él no le hiciste tantas mercedes como a mí; él no tuvo un salvador que fuese padre como lo tengo yo; no os ofendió más que una vez y yo os he ofendido mil veces y he sido ingrato e infiel; bien merecido tengo que sea él un verdugo de vuestra justicia.

Padre mío, me abismo en mi nada; mas ya que sois mi padre, no me abandonéis, no me dejéis de la mano: vuestros son mi voluntad y mi corazón; lo demás sea de vuestra justicia”.

 

 

En el corazón de Jesús

Que el corazón de Jesús inflamado de amor sea vuestra fuerza, vuestra protección, vuestro centro, vuestro calvario, el sepulcro de todo vuestro ser y, finalmente, la resurrección, la vida y la gloria.

Dios no os abandonará; con todo, quiere que le honréis en el abandono y en los horrores que constituyen el suplicio del infierno; mas en esta vida la gloria de Dios y su misericordia son las que triunfan de los demonios.

Las desolaciones interiores agradan más al Corazón de vuestro esposo que todos los goces y resplandores del Tabor.

¡Ah, si vivierais sobre las nubes y tempestades, frente a un sol espléndido, cuán poco os preocuparíais de los vientos y tempestades que a vuestros pies se agitan!

Dejad obrar a nuestro Señor; seguidle con amor y agradecimiento en todo.

¡Valor! ¡Siempre con el corazón bien alto y tranquilo; siempre con el espíritu fácil en sobrellevar las penas; pero en continua alabanza del amor que Jesús os profesa en esta tierra y del que os reserva en la patria bienaventurada!

 

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“Las tentaciones son muchas veces utilísimas al hombre, aunque sean graves y molestas, porque en ellas es uno humillado, purificado y enseñado” (Imitación, Lib. I cap. XII).

 

Las tentaciones mantienen nuestro corazón en:

 

·                   La humildad, porque no damos cuenta de que frágiles y pequeños somos y cuánto necesitamos del Señor;

·                   Vigilancia, nos hace estar prevenidos, alertas a los movimientos de nuestro corazón.

·                   Purificación, nos llevan a purificarnos de nuestros pecados.

·                   Compasión, porque nos permiten tratar benignamente a nuestros hermanos que también padecen tentaciones.

·                   Atención a Dios, acudiendo a Él con frecuencia cuando nos vemos asediados por las tentaciones.

·                   Sobriedad

·                   Dominio Propio