SANTA MARÍA, MADRE Y REINA DE LA UNIDAD
Virtudes de nuestra Madre
Nos encontramos
en la semana de oración por la unidad de la Iglesia entre las fiestas
litúrgicas de la cátedra de san Pedro en Roma el 18 de enero y la conversión de
san Pablo el 25 del mismo mes, como queriendo implorar la protección de los dos
apóstoles, columnas de la Iglesia, para tan anhelado deseo que nos une a la
misma oración de Jesús, la víspera de su entrega en la cruz: “Padre santo, no sólo por ellos ruego,
sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean
uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para
que el mundo crea que tú me has enviado.” Jn
1, 20-21
Hemos de tomar
conciencia de la importancia de esta oración como la Iglesia lo hace todos los
días en la celebración de la Santa Misa en la oración después del Agnus Dei y
de forma tan solemne en los Oficios del Viernes Santo:
“Señor nuestro Jesucristo, que dijiste a tus
apóstoles: la paz os dejo, mi paz os doy, no mires nuestros pecados, sino la fe
de tu Iglesia; y dígnate conservarla en la paz y en la unidad según tu voluntad.”
Como enseñaba
el Papa Juan Pablo II: “Orar por la unidad no está reservado a quien vive en un
contexto de división entre los cristianos. En el diálogo íntimo y personal que
cada uno de nosotros debe tener con el Señor en la oración, no puede excluirse
la preocupación por la unidad. (…) La oración de Cristo al Padre es modelo para
todos, siempre y en todo lugar.”
Hemos de
clarificar que rezar por la unidad de la Iglesia no es porque la Iglesia de
Cristo esté dividida, en el sentido de incompleta e imperfecta. La unidad de la
Iglesia es una de sus notas y que ella misma ya posee. “La Iglesia es una –nos expone el Compendio del Catecismo de la
Iglesia Católica- porque tiene como
origen y modelo la unidad de un solo Dios en la Trinidad de las Personas; como
fundador y cabeza a Jesucristo, que restablece la unidad de todos los pueblos
en un solo cuerpo; como alma al Espíritu Santo que une a todos los fieles en la
comunión en Cristo. La Iglesia tiene una sola fe, una sola vida sacramental,
una única sucesión apostólica, una común esperanza y la misma caridad.” (n.
161)
Y no pensemos
que esta nota de la unidad, se ha de entender como una unidad abstracta o
referida a una Iglesia “hipotética”, o una Iglesia “futurible”. Expone a continuación el Compendio: “La única Iglesia de Cristo, como sociedad
constituida y organizada en el mundo, subsiste (subsistit in) –existe en su esencia- en la Iglesia
católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con
él. Sólo por medio de ella se puede obtener la plenitud de los medios de
salvación, puesto que el Señor ha confiado todos los bienes de la Nueva Alianza
únicamente al colegio apostólico, cuya cabeza es Pedro.” Por tanto, la
primera intención en la oración es pedir que el Señor se digne conservar en la
paz y en la unidad a su Iglesia.
Por otro parte,
a lo largo de la historia y en la actualidad, hay cristianos que, por diversos
motivos teológicos, históricos, culturales están separados de esta unidad de la
Iglesia, perteneciendo a las iglesias ortodoxas cuyos vínculos con la Iglesia
son mayores y a las diversas comunidades nacidas del cisma protestante de
Lutero que conservan la validez del bautismo solamente. Por estos, que
confiesan a Cristo, Hijo de Dios y Salvador del mundo, hemos de orar también
para que superando toda división vuelvan a la unidad de la Iglesia.
Una tercera
intención particular en este octavario está dirigida también a conversión de los
judíos –pertenecientes según la carne y no en cuanto a la fe- al pueblo elegido
por Dios. Por ellos, también hemos de orar para que “nuestro Dios y Señor
ilumine sus corazones, a fin de que
reconozcan a Jesucristo salvador de todos los hombres” y “todo Israel
sea salvado.”
Finalmente,
hemos de recordar que la Iglesia es signo de la unidad de la humanidad, llamada
toda ella a la salvación, y por tanto todos los hombres están llamados a
pertenecer a ella. Unos se encuentran en religiones de distinta índole y
tristemente -en nuestros días- una gran porción de la humanidad vive en ateísmo
como si Dios nos existiera. Por ellos, a los que nos une la condición humana, y que Dios desea tener como hijos adoptivos suyos
en Jesucristo, hemos de rezar también.
Como los
apóstoles reunidos y aunados por María Santísima en el Cenáculo en espera del
Espíritu Consolador, nosotros también hemos de reunirnos en torno a la Virgen María
para que ella interceda por la Iglesia para que sea conservada su unidad y para
que todos aquellos que se encuentran separados y como ovejas dispersas vuelvan
al único rebaño de Cristo.
Acudir a la Virgen
María en este asunto no es cuestión banal y cosa de poca importancia, o simple “cumplimiento
piadoso”, sino que Ella es la Mujer Inmaculada sin mancha que aplasta la cabeza
del diablo –el que divide- y vence el pecado.
La Virgen María
es Madre de la Unidad, porque con su sí al designio salvífico de Dios en el
misterio de la Encarnación, el Hijo de Dios se unió a la naturaleza humana haciendo
posible la unidad entre Dios y los hombres en su persona. Ella, Madre de Dios,
es también madre de todos los hombres con los que su Hijo quiso hermanarse en
su Encarnación.
La Virgen María
es imagen perfecta de la Unidad de Iglesia. Madre y Virgen a un mismo tiempo,
siendo incorrupta de alma y de cuerpo, totalmente llena de Dios, es imagen de
la Iglesia, esposa inmaculada de Cristo, una e indivisa.
La Virgen María
es Madre de la Unidad, pues como Corredentora se ofreció en ofrenda al Padre
junto con su Hijo, Redentor del género humano, para la salvación de todos. Ella,
junto con su Hijo, pide al Padre que todos sean uno. Al recibir a Juan como
hijo en la cruz, ella está llamada a engendrar a los hijos de Dios a la vida de
la gracia.
Ella es Madre
de la Unidad porque es Madre de la Iglesia, confiada a su cuidado. Como Madre como
en Pentecostés reúne a todos sus hijos en torno así, alentando su fe, su
esperanza y caridad, en espera del Espíritu de la concordia y de la unidad, de
la paz y del perdón. Como Medianera de todas las gracias, a ella hemos de
confiar gracia tan preciada de la unidad.
El Papa León
XIII convencido del papel único de la Virgen María en la unidad de la Iglesia y
el poder del rosario para conseguirlo enseña:
“¡Hay que confiar en María!, ¡hay e implorar a María!
¿Qué no podrá hacer con su poder para apresurar el éxito a fin de que la
profesión de la misma fe una las mentes de todas las naciones cristianas y el
lazo de la perfecta caridad, ese nuevo y ansiado ornamento de la Religión,
hermane las voluntades? ¡No querrá Ella conseguir que los pueblos todos por
cuya estrechísima unión rogara fervorosamente su Hijo único y que por el mismo
bautismo llamara a la misma herencia de la salud por la cual había pagado un
precio infinito, laboren unánimes en su luz admirable! ¿No querrá Ella emplear
los tesoros de bondad y providencia, tanto para consolar a la Iglesia, Esposa
de Cristo, en sus largos sufrimientos por causa de ellos como para llevar a la
perfección, en medio de la familia cristiana, el don de la unidad que es el
insigne fruto de su maternidad?”
“Nos hemos dicho, que el rezo del Rosario será el
ejercicio más oportuno con qué encomendarle la causa de los hermanos separados;
porque esto incumbe propiamente a su misión de Madre, por cuanto los que son de
Cristo no han sido concebidos por María ni lo han podido ser si no en una misma
fe y un mismo amor; pues, por ventura ¿Cristo está dividido?, y todos debemos
vivir la vida de Cristo a fin de que en el mismo cuerpo fructifiquemos para
Dios.”
“La misma Madre que recibió de Dios el poder de
engendrar continuamente nuevos hijos engendre nuevamente para Cristo, por así
decirlo, a todos aquellos que por funestas circunstancias fueron separados de
esta unidad. Es también lo que Ella, sin duda, desea vivamente conseguir. Si le
donamos las coronas de esta oración agradabilísima, Ella implorará la
abundancia de los auxilios del Espíritu vivificador. ¡Ojalá los buenos no
rehúsen secundar los propósitos de aquella Madre misericordiosa, y, atendiendo
su propia salvación, escuchen la dulcísima invitación de María: ¡Hijitos míos,
de nuevo sufro por vosotros dolores de parto hasta ver a Cristo formado en
vosotros!” (Cfr. Adiutricem populi)
La división, la
ruptura, el cisma tiene su última razón en el pecado. Recordemos el pecado de
Adán y Eva: ruptura del hombre con Dios, ruptura entre el hombre y la mujer,
ruptura del hombre en su interior, ruptura del hombre y el resto de la
creación. La medicina para recuperar la unidad es la lucha contra el pecado y
contra aquel que crea división –el diablo-. Y no tenemos mejor abogada, mejor
auxilio, mejor defensora y capitana que la Virgen Inmaculada.
Si queremos
recuperar la unión con Dios,
Si queremos
encontrar la paz y la unidad dentro de nosotros,
Si queremos
tener la paz y la unidad en el matrimonio y en nuestras familias,
Si ansiamos la
unidad y la paz en nuestras parroquias, en nuestros pueblos,
Si deseamos que
la Iglesia cesen las divisiones
y los
conflictos y brille esplendorosa su unidad,
Si nuestra
caridad, a semejanza del Corazón de Cristo,
desea que todos
los pueblos y todos los hombres
vivan en paz
como hermanos y lleguen a la salvación,
no tenemos otro
camino, no tenemos otros medio, no tenemos otro remedio
que hacer que
la Virgen María reine en cada uno de nosotros.
Con San Germán
de Constantinopla invoquémosla: “Acordaos de los cristianos que son vuestros
servidores; recomendad las oraciones de todos; ayudad la esperanza de todos;
consolidad la fe y unid todas las Iglesias.”