Comentario al
Evangelio
EPIFANÍA
DEL SEÑOR
Forma
Extraordinaria del Rito Romano
Cuando
los tres Magos fueron conducidos por el resplandor de una nueva estrella para
venir a adorar a Jesús, ellos no lo vieron expulsando a los demonios,
resucitando a los muertos, dando vista a los ciegos, curando a los cojos, dando
la facultad de hablar a los mudos, o en cualquier otro acto que revelaba su
poder divino ; sino que vieron a un niño que guardaba silencio, tranquilo,
confiado a los cuidados de su madre. No aparecía en él ningún signo de su
poder; mas le ofreció la vista de un gran espectáculo: su humildad. Por eso, el
espectáculo de este santo Niño, al cual se había unido Dios, el Hijo de Dios,
presentaba a sus miradas una enseñanza que más tarde debía ser proclamada a los
oídos, y lo que no profería aún el sonido de su voz, el simple hecho de verle
hacía ya que El enseñaba. Toda la victoria del Salvador, que ha subyugado al
diablo y al mundo, ha comenzado por la humildad y ha sido consumada por la
humildad. Ha inaugurado en la persecución sus días señalados, y también los ha
terminado en la persecución. Al Niño no le ha faltado el sufrimiento, y al que
había sido llamado a sufrir no le ha faltado la dulzura de la infancia, pues el
Unigénito de Dios ha aceptado, por la sola humillación de su majestad, nacer
voluntariamente hombre y poder ser muerto por los hombres.
Si,
por el privilegio de su humildad, Dios omnipotente ha hecho buena nuestra causa
tan mala, y si ha destruido a la muerte y al autor de la muerte (cf. 1 Tim
1,10), no rechazando lo que le hacían sufrir los perseguidores, sino soportando
con gran dulzura y por obediencia a su Padre las crueldades de los que se
ensañaban contra El, ¿cuánto más hemos de ser nosotros humildes y pacientes,
puesto que, si nos viene alguna prueba, jamás se hace esto sin haberla
merecido? ¿Quién se gloriará de tener un corazón casto y de estar limpio de
pecado? Y, como dice San Juan, si dijéramos que no tenemos pecado, nos
engañaríamos a nosotros mismos y la verdad no estaría con nosotros (1 Jn 1,8).
¿Quién se encontrará libre de falta, de modo que la justicia nada tenga de qué
reprocharle o la misericordia divina qué perdonarle? Por eso, amadísimos, la
práctica de la sabiduría cristiana no consiste ni en la abundancia de palabras,
ni en la habilidad para discutir, ni en el apetito de alabanza y de gloria, sino
en la sincera y voluntaria humildad, que el Señor Jesucristo ha escogido y
enseñado como verdadera fuerza desde el seno de su madre hasta el suplicio de
la cruz. Pues cuando sus discípulos disputaron entre sí, como cuenta el
evangelista, quién sería el más grande en el reino de los cielos, El, llamando
a sí a un niño, le puso en Medio de ellos y dijo: En verdad os digo, si no os
mudáis haciéndoos como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Pues el
que se humillare hasta hacerse como un niño de éstos, ése será el más grande en
el reino de los cielos (Mt 18,1-4). Cristo ama la infancia, que El mismo ha
vivido al principio en su alma y en cuerpo. Cristo ama la infancia, maestra de
humildad, regla de inocencia, modelo de dulzura. Cristo ama la infancia; hacia
ella orienta las costumbres de los mayores, hacia ella conduce a la ancianidad.
A los que eleva al reino eterno los atrae a su propio ejemplo.
San León Magno