JORNADA SÉPTIMA
Por la señal de la Santa Cruz, etc.
Acto de contrición
¡Señor y Dios mío! Humildemente postrado a tus divinos pies, te pido perdón por mis repetidas infidelidades, y auxiliado de tu santa gracia, te ofrezco no recaer en ellas. Llena, Señor, mi corazón de un verdadero dolor de haberte ofendido y mis ojos de lágrimas que laven mis culpas y sean en tu presencia prendas seguras de mi perfecta contrición. Haz que nunca me aparte de ti en la vida para que me recibas como hijo tuyo en la hora de la muerte y consiga verte y alabarte en el cielo. Amén.
MEDITACIÓN
PERDÓN DE LAS INJURIAS
Las últimas tintas del crepúsculo luchan con las sombras de la noche, cuando transidos de frio y rendidos de cansancio llegan María y José á Belén de Judá. ¡Pero que animación se nota por todas partes! Las caravanas llegan de continuo; las voces de los esclavos, el relincho de los corceles y sus impacientes pisadas se unen a los templados acordes de los instrumentos con que algunos músicos ambulantes, procuran atraer la atención de los viajeros ricos para alcanzar socorro. Las mujeres se deslizan de sus engalanadas monturas, y rodeadas de esclavas caminan perezosamente a lograr el anhelado descanso. Todas las puertas están abiertas y el interior de las casas resplandece iluminado con inmensas hogueras donde se preparan abundantes comidas. Soldados y esclavos ríen y cantan procurando secar sus trajes al calor de las llamas, y en medio de esta población bulliciosa y risueña, María y José vagan sin encontrar una mirada amiga, ni escuchar una palabra que les dé consuelo. Venciendo la dulce timidez que tanto mérito les da, se aproximan a una hermosa casa, cuyo dueño, aunque la tiene llena de viajeros, está en el umbral ansioso porque lleguen más. José ruega humildemente que les permita pasar allí la noche, y el avariento hombre, mirándolos con tanta sorpresa como enojo, responde: En mi casa no hay lugar para los mendigos; marchaos. Los santos esposos se alejan y llegan a otra; apenas les dejan acabar la petición, las injurias más groseras son la única respuesta que reciben. Los esclavo11 hacen coro con sus risas brutales, y las benditas criaturas se apartan de aquel otro hogar, tristes pero resignadas y puesta su esperanza solo en Dios. Doquiera escuchan cánticos de alegría y el choque de las copas en los festines; perciben el resplandor de las hogueras, y no pueden detenerse junto a ellas parar reanimar sus ateridos miembros. Llenos de una ardiente caridad por los mismo que les escarnecen y maltratan, piden a Dios perdón para aquellos desdichados, y llenan sus almas de los divinos consuelos que envía el Altísimo, caminan a la ventura, por una población que les es completamente desconocida.
¿En qué imitamos la santa conducta de los benditos nazarenos? ¿Cómo nos portamos cuando la injuria más ligera viene a humillar nuestro orgullo? ¿Le dominamos alguna vez? ¿No tenemos un amargo placer en devolver insultos por insultos, calumnias por calumnias, y desaires por desaires? ¿Y nos llamamos cristianos? ¿Y pretendemos ser hijos de María, cuando en nada imitamos sus virtudes? ¿Hasta cuándo ha de durar en nosotros este delirio de soberbia?
ORACIÓN
Señor, por mucho que te pidamos ser humildes, nunca será demasiado; porque es inmensa la necesidad que tenemos de reprimir la terrible hoguera del amor propio, que trata siempre de aniquilar todas nuestras buenas resoluciones. Tú solo puedes ayudarnos a vencerla, hazlo, Señor, por la sangre preciosa que vertió en la cruz tu Hijo, nuestro Redentor Jesús. Amén.
ORACIÓN
¡Oh, dulce Madre mía! Que andabas suplicante por Belén, sin hallar consuelo en tu desamparo; ten piedad de nosotros porque la soberbia nos ciega hasta el externo de culpar de ingratos a los que no te recibían en sus hogares sin conocerte, cuando nosotros que te damos el dulce nombre de Madre, tenemos el corazón más cerrado a tus divinas inspiraciones que las casas de Belén lo estuvieron para hospedarte. Haz, Señora que te imitemos en perdonar las injurias y que las suframos gustosos en nombre de las que tan injustamente recibiste. Amén.
Tres Ave Marías
Aquí pedirá cada uno a la Santísima Virgen la gracia que desea conseguir.
Oración para todos los días
¡Oh, Dios mío! A ti acudo tan lleno de imperfecciones, tan rendido al grave peso de mis pecados, que apenas me atrevo a implorar tu piedad. Hijo soy, aunque ingrato, y tú, Padre de misericordia, tenla de mí y sea mi intercesora para conseguirla la purísima Virgen María, amparo y refugio de los míseros pecadores. Haz que la meditación de estas santas jornadas llene mi corazón de las virtudes que me enseñan y que, así como la reina de los ángeles y el Santo Patriarca José las anduvieron venciendo peligros, incomodidades y toda clase de sufrimientos: así yo venza en la jornada de mi vida todos los obstáculos que el enemigo de las almas ponga a la mía, y llegue a verte y alabarte en el cielo. Amén.
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