JORNADA OCTAVA
Por la señal de la Santa Cruz, etc.
Acto de contrición
¡Señor y Dios mío! Humildemente postrado a tus divinos pies, te pido perdón por mis repetidas infidelidades, y auxiliado de tu santa gracia, te ofrezco no recaer en ellas. Llena, Señor, mi corazón de un verdadero dolor de haberte ofendido y mis ojos de lágrimas que laven mis culpas y sean en tu presencia prendas seguras de mi perfecta contrición. Haz que nunca me aparte de ti en la vida para que me recibas como hijo tuyo en la hora de la muerte y consiga verte y alabarte en el cielo. Amén.
MEDITACIÓN
RESIGNACIÓN
Todo el pueblo han reconocido María y José y ni una casa hospitalaria han encontrado. Las fuerzas del alma no les faltan, pero las del cuerpo se van agotando y nada les permite esperar ni un instante de reposo. La noche adelanta medrosa y fría, una lluvia helada se desprende sin cesar del cielo negro y sombrío como la conciencia del pecador: cuando deja de llover menudos copos de nieve juegan en el espacio y cubren los caminos con su manto de intachable blancura. Están a un extremo de Belén, a su vista se extiende una dilatada campiña, ¿dónde irán?
¡Cuánta resignación hay en ellos! Ni un suspiro de impaciencia, ni una palabra de queja: José ruega por María, la santísima Virgen suplica por todas las criaturas. Apenas cambian algunas palabras, tan embebidos se hallan en sus pensamientos. Mas de pronto advierten que se hallan muy lejos de Belén, el resplandor de las luces y el murmullo de las fiestas apenas se percibe. José se detiene: ¿dónde estamos? Exclama. ¿Cómo seguir sin conocer el terreno? “El Señor nos guía” responde la Virgen Madre, “caminemos sin temor”.
Y continúan su marcha por un camino estrecho y áspero hasta que el fulgor de una hoguera medio consumida les hace detenerse.
Se hallan en unas ruinas, mudos testigos de pasadas grandezas. El transcurso de los siglos ha destruido la soberbia obra de los hombres y solo recuerdan sus maravillas los trozos de columnas que se ven por todos lados. En un pequeño espacio algo mejor conservado que el resto del edificio, han formado los pastores un establo para resguardar del frío un buey y una mula que pastan tranquilamente un montón de heno fresco, pero ¿dónde están los guardianes del ganado? No aparecen: sin duda han preferido pasar la velada en el pueblo y disfrutar de la animación que reina en él. María y José dan gracias al Señor por el asilo que les proporciona y se acogen a él con tanta alegría como si fuera el más cómodo y delicioso palacio. José reúne leña, aviva el fuego y una alegre luz ilumina el establo. María arrodillada en el húmedo pavimento, se extasía en ferviente oración y los ángeles la contemplan llenos de amor y de respeto a la vez. ¿Qué es más admirable en los santos esposos? Difícil sería poderlo decir. ¡Cuánta no debe ser nuestra confusión al mirar este divino modelo! ¿En qué procuramos resignarnos con nuestra suerte? ¿No queremos al contrario que todas las circunstancias de la vida se amolden a nuestros deseos?
ORACIÓN
¡Dios poderoso que nos mandas tener resignación, para hacer frente con ella a las angustias y contrariedades que el mundo ofrece! Alienta nuestras almas para que se resignen gustosas a cumplir tu santa voluntad y merecer el premio que das en la vida eterna a los que perseveran fieles a ti hasta el fin de sus días. Amén.
ORACIÓN
¡Virgen amorosa, que tienes por único amparo abandonadas ruinas, y sin embargo resignada y dichosa alabas a Dios en ellas! Ruégale por los que te invocan con verdadero amor y confianza; llena nuestras almas del santo temor de Dios para que nunca le ofenda, antes bien le sirvan de continuo entre los hombres, para alabarle por una eternidad entre los ángeles. Amén.
Tres Ave Marías
Aquí pedirá cada uno a la Santísima Virgen la gracia que desea conseguir.
Oración para todos los días
¡Oh, Dios mío! A ti acudo tan lleno de imperfecciones, tan rendido al grave peso de mis pecados, que apenas me atrevo a implorar tu piedad. Hijo soy, aunque ingrato, y tú, Padre de misericordia, tenla de mí y sea mi intercesora para conseguirla la purísima Virgen María, amparo y refugio de los míseros pecadores. Haz que la meditación de estas santas jornadas llene mi corazón de las virtudes que me enseñan y que, así como la reina de los ángeles y el Santo Patriarca José las anduvieron venciendo peligros, incomodidades y toda clase de sufrimientos: así yo venza en la jornada de mi vida todos los obstáculos que el enemigo de las almas ponga a la mía, y llegue a verte y alabarte en el cielo. Amén.
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