31 DE DICIEMBRE
SAN SILVESTRE
PAPA (270-335)
SAN Silvestre I, colocado simbólicamente entre un año que muere y otro que nace, como lo estuvo históricamente entre dos edades, tiene un puesto de honor en el coro excelso de los grandes Pontífices. Los vestigios universales de su apostólico gobierno, decisivo en la aurora de la paz constantiniana, lo han hecho acreedor al agradecimiento y admiración de todas las generaciones...
Hagamos un poco de historia. El año 313, Constantino el Grande redacta el famoso Edicto de Milán, que pone término a una era de persecuciones sangrientas y ofrece al Cristianismo doradas perspectivas. En el 314 sube al solio de San Pedro el papa Silvestre I, sucesor de San Melquíades. El momento es solemne, trascendental. La Iglesia, con sus tres siglos de existencia, va a salir de la oscuridad de las Catacumbas para empezar —en el Palacio Imperial de Letrán— su mayoría de edad. Graves problemas agitan al mundo, sobre todo en el campo ideológico. Más que un hombre excepcional a lo humano, se necesita un santo de posibilidades milagrosas, que encauce en esta hora crucial de la historia el movimiento político, religioso y social de Europa y marque el ritmo al nuevo renacer de paz y prosperidad. Silvestre, romano de opulenta familia, nacido y forjado en la persecución, educado para la lucha por la fe al lado del sacerdote Cirino, amigo y protector del mártir antioqueno San Timoteo, perseguido él mismo por el prefecto de Roma, Tarquino, ordenado de sacerdote por el papa San Marcelino a los treinta años, reúne todos los caracteres del hombre «elegido por Dios». El elogio que le tributa Surio nos da admirablemente sintetizada la medida exacta de su valer: «Varón divino, de angelical aspecto, elegante y claro en el hablar, honesto en su cuerpo, santo en sus obras, grave y maduro en sus consejos, católico en la fe, pacientísimo en la esperanza, generoso en la caridad, adornado por el Señor con tales gracias y virtudes, que le granjearon la simpatía de cristianos y gentiles»…
No obstante, estas alabanzas y su enorme prestigio, del pontificado de San Silvestre I quedan pocas noticias concretas, aunque en justicia, le son atribuibles todas las grandes obras que durante el mismo se realizaron. Y es que fue siempre un hombre enemigo del exhibicionismo, del ruido inútil y de las alharacas, un santo sumamente humilde que supo hacer una labor fecunda y callada verdaderamente prodigiosa y embellecerla con el sello difícil del anonimato, cediendo en todo momento el honor a otras personas brillantes que en las páginas de la historia —nunca en las del Santoral— oscurecen su figura. Por eso, cuando uno repasa su vida, no sabe qué admirar más si la gran obra realizada por este Papa o ese halo de silencio y sencillez en que está envuelta. Se da el caso de que el hecho cumbre de su Pontificado, la celebración del primer Concilio Ecuménico —Nicea 325— donde se condena solemnemente la doctrina del arrianismo, y al que asiste el propio emperador Constantino, no lo preside San Silvestre, sino que se hace representar por Osio de Córdoba y San Atanasio. Ya antes, cuando en el 314 se reúnen en Arlés los Obispos de Italia, Francia y España contra los donatistas, echan de menos la presencia de aquel «cuya autoridad más extensa hubiera realzado sus decisiones».
Existen unas Actas de San Silvestre, rechazadas hoy como apócrifas por la moderna crítica: nadie admite ya su intervención milagrosa en el Bautismo de Constantino, ni la supuesta conferencia entre rabinos y cristianos en un Concilio de Roma, ni la persecución del año 333, que habría obligado al Papa a ocultarse en el monte Soracte. Cuando la reforma del Breviario, nuevas investigaciones indujeron a León XIII a suprimir estos y otros hechos de las antiguas lecciones del Oficio del Santo. Con todo, es innegable su estrecha amistad e íntima colaboración con el cristiano Emperador bajo cuya égida pacífica transcurren los veinte años de su pastoral gobierno. Él fue, sin duda, inspiración y alma de todas las buenas obras llevadas a cabo por Constantino, entre las que destacan la devolución de los bienes eclesiásticos y la erección y reparación de las grandes Basílicas romanas —San Pedro del Vaticano, San Juan de Letrán, Santa Croce, San Lorenzo, San Pablo, Santa Inés, etc.— símbolo hermoso de la grandeza y pujanza eterna del Cristianismo. En la iglesia de los Cuatro Santos Coronados existe aún un mosaico del siglo XII en el que aparece Constantino llevando de la brida el caballo de San Silvestre...
Es fama que este augusto Pontífice contribuyó poderosamente al desarrollo y esplendor de la liturgia latina, y son numerosas las prescripciones litúrgicas y canónicas por él determinadas: empleo del lino en la confección de manteles para el Santo Sacrificio, uso de la dalmática y el manípulo, unificación de la Pascua, consagración del santo Crisma por el Obispo, fijación de las ferias, modo de juzgar a los clérigos, etc. Se le ha llamado Instaurador del culto público cristiano.
San Silvestre —primer papa que no muere mártir— recibió en paz el abrazo de Cristo, el 31 de diciembre del 335, siendo honrado como Confessor a Dómino coronatus...
Su corona es timbre de gloria para la Iglesia, y áureo broche del Año Cristiano.