4 DE DICIEMBRE
SANTA BÁRBARA
VIRGEN Y MÁRTIR (+235)
HUBO un tiempo, allá en los siglos medios, en que los hagiógrafos, para exaltar e idealizar la figura de sus héroes o heroínas, la envolvían en el fanal de una leyenda piadosa tejida de maravillas. Los relatos de San Jorge, San Sebastián, Santa Catalina de Alejandría, Santa Tecla o Santa Úrsula, conmovieron la fe sencilla del medievo e hicieron vibrar de entusiasmo religioso a la Cristiandad entera, Aunque la sociedad actual, más positivista y menos ingenua, prefiere la verdad seca y desnuda de una actuación humana ejemplar, siente, no obstante, el hálito confortador de estos personajes grandiosos que sólo el Cristianismo pudo producir, y hasta parece renacer al fervor religioso. que dio nervio y vida a la Edad Media, cuando evoca la historia alucinante de alguno de ellos. . .
La Iglesia conmemora hoy a Santa Bárbara, la heroica virgencita asiática, símbolo de fortaleza y delicadeza, en torno a la cual —sobre un fondo de verdad indiscutible— trenza también la fantasía popular una aureola legendaria. Una vez más, al inicio de estas semblanzas hemos de repetir que nada sabemos con certeza acerca de su vida. Entre todos los documentos antiguos —viejos pasionarios, misales, breviarios y crónicas, el martirologio hieronimiano y el de Adón, etc. —, ha prevalecido el relato de Metafrastes, hagiógrafo griego del siglo lx; relato que recoge Jacobo de Vorágine en su Leyenda áurea, y con el que suele concordar la tradición.
Bárbara es una joven bellísima, que nace, vive y muere en Nicomedia, capital de Bitinia —hoy día Ismidt, en Turquía asiática— y no en Heliópolis de Egipto —o de Siria—, y menos en Toscana. Su padre, Dióscoro, funcionario importante de la Ciudad, fanático adorador de los dioses, de carácter cruel y violento, la adora con celoso amor. Y pára que nadie más que él pueda amar a su hija, la recluye en una torre en la que la iconografía pone tres ventanas—, donde vive rodeada de ídolos y comodidades, sin otro trato que el de personas muy allegadas a la familia y el de algunos maestros. Las teorías de filósofos y poetas no dicen tanto al espíritu de Bárbara, ávido de luz pura, como la «teoría» de los astros y el espectáculo sublime de la naturaleza. Una especie de instinto divino guía su mente hacia la verdad. «El alma —había dicho poco antes Tertuliano— es naturalmente cristiana». A oídos de la joven llega un día la fama de Orígenes, al que envía un mensaje secreto. La respuesta del Doctor cristiano es un emisario, que la instruye y bautiza. No se rechaza la tradición que habla de un Bautismo milagroso, administrado por San Juan Bautista. Cuando Dióscoro se entera, estalla en una cólera brutal. Bárbara se deja moler a golpes antes que renegar de su nueva fe. Su propio padre la lleva ante el gobernador Marciano. Hay halagos, amenazas, tormentos horribles y milagros asombrosos. La filósofa Juliana confiesa a Cristo y muere mártir. Y Bárbara es degollada por el desalmado Dióscoro, a quien un rayo carboniza.
Parece ser que los antiguos cronistas, al interpolar la leyenda en esta vida recia y tierna, quisieron ofrecernos una grandiosa alegoría, que el Padre Urbel interpreta magistralmente en uno de sus recientes estudios.
«La íntima enseñanza que en ella se descubre —dice el doctor benedictino— nos hace pensar en la lucha del cristianismo con la idolatría y en la derrota definitiva de esta última. Bárbara es el símbolo de la humanidad, ajena a la luz de la verdad, desterrada del cielo por el pecado, mantenida por su padre, el demonio, en una cautividad que él intenta dorar con todos los gustos y placeres. Por eso vive en Nicomedia, centro del mundo pagano, o en Heliópolis, foco de superstición. Por eso se llama Bárbara, es decir, extranjera, excluida de la patria, ajena al reino de la luz; por eso también el nombre de su padre, que significa el servidor de Zeus, el paganismo; y el nombre del magistrado que se alía con él, Marciano, el representante de Marte, el poder imperial; y por eso las tres ventanas de la torre, recordando el misterio de la Santísima Trinidad. Vemos frente a frente a la verdad y al error. La razón humana, simbolizada también por la joven, empieza a sentir la iluminación de la fe. Poco a poco el paganismo le parece un absurdo. La torre empieza a transformarse; pero todavía falta que llegue el mensajero de Cristo para romper las cadenas de las falsas doctrinas y disipar las sombras de la incertidumbre. Este mensajero se llama Valentiniano: es el apóstol valeroso de Cristo, el discípulo del sabio alejandrino Orígenes, que es aquí la representación de la filosofía cristiana. Y al fin las puertas de la cárcel se abren, la razón humana se libra de la prisión, se somete a la fe, sufre por ella y por ella triunfa; el paganismo cae derribado por la cólera divina; y la filósofa antigua, Juliana, aquella dama de noble linaje que nos recuerda a Juliano el Apóstata, heredero de las escuelas paganas y perseguidor, se convierte a la fe para poner a su servicio sus esfuerzos y conquistas».
Las reliquias de Santa Bárbara —uno de los catorce «auxiliadores»— han sido buscadas codiciosamente —recordemos las diligencias de nuestros reyes Alfonso el Sabio y Martín el Humano— pero sin resultado positivo.
Se la invoca contra las tormentas y la muerte repentina; se la venera en las minas y fábricas de explosivos, y es, por real decreto, Patrona de la Artillería española desde el siglo XVIII.