"Todos los ángeles en el cielo, dice san Buenaventura, le repiten continuamente: “¡Santa, santa, santa María! ¡Virgen y Madre de Dios!”, y le ofrecen todos los días millones y millones de veces la salutación angélica: “Dios te salve, María...”, prosternándose ante Ella y suplicándole que, por favor, los honre con alguno de sus mandatos. “San Miguel, llega a decir san Agustín, aun siendo el príncipe de toda la milicia celestial, es el más celoso en rendirle y hacer que otros le rindan toda clase de honores, esperando siempre sus órdenes para volar en socorro de alguno de sus servidores”.
"María impera en el cielo sobre los ángeles y bienaventurados. En recompensa a su profunda humildad, Dios le ha dado el poder y la misión de llenar de santos los tronos vacíos, de donde por orgullo cayeron los ángeles apóstatas. Tal es la voluntad del Altísimo que exalta siempre a los humildes (cfr. Lc. 1, 52): que el cielo, la tierra y los abismos se sometan, de grado o por fuerza, a las órdenes de la humilde María, a quien ha constituido Soberana del cielo y de la tierra, capitana de sus ejércitos, tesorera de sus riquezas, dispensadora del género humano, mediadora de los hombres, exterminadora de los enemigos de Dios y fiel compañera de su grandeza y de sus triunfos."
"¡Un fiel servidor de María, rodeado por su protección y poder imperial, tiene aún menos por qué temer! Esta bondadosa Madre y poderosa Princesa celestial enviará legiones de millones de ángeles para socorrer a uno de sus hijos, antes que pueda decirse que un fiel servidor de María, que puso en Ella su confianza, haya sucumbido a la malicia, número y fuerza de sus enemigos."