“El P.
Pío es uno de esos hombres extraordinarios que Dios envía al mundo de cuando en
cuando para convertir a los hombres" –exclamó el Papa Benedicto XV,
unos 50 años antes de la muerte del Santo.
Y tenía
razón, Dios en cada momento de la historia hace surgir hombres y mujeres –los
santos- que son transparencia de su amor y con sus propias vidas se convierten
en un faro luminoso, en una antorcha encendida, en una lámpara que ilumina las
tempestades del mar agitado, las noches oscuras, la tenebrosidad del mundo…
Podemos
decir, junto con Benedicto XVI, que la vida de los santos, “se inscribe, en cierto modo, en la tradición
profética, en la que la Palabra de Dios toma a su servicio la vida misma del
profeta.” VD 49
Así la
vida del santo se convierte en palabra viva de Dios para nuestro mundo. «Viva lectio est vita bonorum», exclamaba
San Gregorio Magno: “la lectura viva de
la Palabra de Dios es la vida de los buenos”; porque ellos “se han dejado plasmar por la Palabra de Dios
a través de la escucha, la lectura y la meditación asidua.”
Podemos
aplicar entonces a la vida de nuestros santos aquello que el Apóstol de las
Gentes en su carta a Timoteo dice de la Palabra de Dios: “útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en
justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena
obra” (2 Tm 3, 16-17); y también: “Porque
todo (…) se escribió, a fin de que por medio de la paciencia y del consuelo de
las Escrituras tengamos esperanza.” (Rom 15, 4)
Queridos hermanos sacerdotes,
Queridos fieles todos;
En esta
tarde os invito a entrar en la escuela del Padre Pío. Su escuela es como la de Jesús, para gente
sencilla y humilde.
“Gracias, Padre, porque has escondido los
misterios del Reino a los sabios y entendidos y se los ha revelado a la gente
sencilla”.
Hay que
hacerse niños para entrar en esta escuela “porque
de los que son como éstos es el reino de Dios”; y como niños hemos de
dejarnos enseñar, hemos de tener la disponibilidad para aceptar la
corrección, hemos de desear ser
instruidos en la justicia para estar preparados para las buenas obras. Podemos
entrar en esta escuela confiados porque podemos estar seguros de encontrar
consuelo en medio de las pruebas presentes que hará que nos mantengamos firmes
en la esperanza.
Es
difícil resumir las enseñanzas del P. Pío: no escribió ningún tratado
sistemático, ni ningún manual de vida cristiana… pero conservamos sus dichos y
abundantísimas cartas a sus hijos espirituales... Con ellas podemos ir
conociendo más su espiritualidad y sus enseñanzas. Con esa intención nos
reunimos el 23 de cada mes; y también hemos preparado el folleto del rosario
meditado con el Padre Pío en el que cada misterio está acompañado de uno de sus
pensamientos.
Si
tratamos con frecuencia al Padre Pío en la oración, si contemplamos su vida y
meditamos sus textos, iremos aprendiendo poco a poco a ser discípulos del
Divino Maestro, iremos avanzando en el camino de la santidad. Él siempre nos
pondrá delante y nos mostrará a Jesús: “Ten
siempre ante los ojos de la mente, como prototipo y modelo, la modestia del
divino Maestro; (…) y, a la luz de un modelo tan perfecto, reforma todas tus
actuaciones externas, que son el espejo fiel que manifiesta las inclinaciones
de tu interior. No olvides nunca a este divino modelo. Sí, procuremos copiar en nosotros, en cuanto
nos es posible, acciones tan modestas, tan decorosas; y esforcémonos, en cuanto
es posible, por asemejarnos a él en el tiempo, para ser después más perfectos y
más semejantes a él por toda la eternidad en la Jerusalén celestial. (25 de julio de 1915, a Anita Rodote – Ep. III, p. 86)
En este
año, marcado por la Exhortación “La alegría del Evangelio” el Papa Francisco
nos invitaba a evangelizar aprendiendo “de
los santos que nos han precedido y enfrentaron las dificultades propias de su
época”. Y nos invitaba a recordar “algunas motivaciones que nos ayuden a
imitarlos hoy.”
- “La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más.” El P. Pío experimenta el amor de Dios como un volcán eternamente encendido que le quema y que Jesús hizo nacer en este corazón tan pequeño. Una experiencia del amor de Dios que le lleva a confesar con humildad su pecado y su pobreza, su miseria. Experiencia del amor de Dios que le lleva a la fidelidad en el día a día, con su monotonía mortificante. Esta experiencia de amor de Dios que contemplamos en el P. Pío no es simple falacia o misticismo fácil: si en la entrega de Cristo en la cruz hemos conocido el amor de Dios por cada uno de nosotros, amor está unido a sufrimiento y, por tanto exclama: “Quien comienza a amar debe estar dispuesto a sufrir.” Quizás nos llame la atención o no cree cierta atracción los estigmas en pies, manos y costado que Dios quiso conceder a nuestro santo, pero esto es simplemente la punta de un iceberg de sufrimiento interior tremendo y de persecución soportó durante toda su vida: Tentaciones terribles, ataques del demonio, persecución de sus mismos hermanos y autoridades eclesiásticas, calumnias y difamaciones… dolores físicos… El amor se prueba en el dolor, se muestra en el sufrimiento, y el Padre Pío tenía el temor de no sufrir todavía bastante, y por lo tanto de no amar como habría querido. “Sólo el sufrimiento nos permite decir con toda seguridad: Dios mío, mirad cómo os amo.” Si queremos ser evangelizadores, hemos de aceptar que Jesús evangelizó con el sufrimiento: nos mostró el amor del Padre; y por tanto nosotros no tenemos otro camino para ser apóstoles que el sufrimiento. Nos equivocamos si pensamos que la nueva evangelización tiene que ir acompañada de “éxitos” al estilo mundano.
- “El amor a la gente.” Es la segunda motivación que el Papa Francisco nos invita a considerar en los santos como modelos de evangelizadores: Amor universal al prójimo. El Padre Pío sentenciaba así su experiencia espiritual: “Todo se resume en esto: vivo devorado por el amor de Dios y por el amor del prójimo.” Esto le llevó a no encerrarse en sí mismo, o no replegarse en sus propios sufrimientos, sino en dar sentido a ellos, mediante el ofrecimiento: sufrir por la salvación de mi prójimo. Pero este amor le llevó también a la acción: particularmente en el ministerio de la confesión a la que dedicaba largas horas de su jornada siendo instrumento de la misericordia de Dios y a la obra asistencial para los enfermos. El Padre Pío supo estar cercano a todos, sin confundirse con ellos ni perder su identidad consagrada… “supo hacerse a todos, para ganar a algunos.” Si queremos evangelizar, hemos de aprender a hacernos prójimos de nuestros hermanos, salir a su encuentro, atender a sus necesidades, estar dispuestos a escuchar… a perder nuestro tiempo, a olvidarnos de nosotros.
- “La confianza en la acción misteriosa del Resucitado y de su Espíritu.” Esta confianza es la tercera motivación con la que nos invita el Papa a renovar nuestra tarea evangelizadora. Confiar en Dios y no en nosotros mismos. Tener conciencia que el Dueño de la mies es él y nosotros somos humildes trabajadores invitados a trabajar en su viña. Confiar en la fuerza de Cristo y la acción de su Espíritu sin ceder ante las tentaciones de desánimo y tristeza, de pérdida de ilusión…. ¡Qué hermoso es esto mismo expresado por nuestro santo!: “No pierdas el ánimo si te toca trabajar mucho y recoger poco... Si pensases cuánto le cuesta a Jesús una sola alma, no te lamentarías por ello.” Evangelizar es por tanto sembrar, no recoger; es trabajar, no disfrutar cómodamente, es tarea de siervo y no de amo.
- “La fuerza misionera de la intercesión.” El cuarto y último motivo que impulsó a los santos a evangelizar fue la oración de intercesión. “Los grandes hombres y mujeres de Dios fueron grandes intercesores.” Hombres de oración. El Padre Pío es un hombre de oración, el mismo se define como “un pobre fraile que reza.” No hay evangelización si no va acompañada de oración antes, durante y después de ella. La evangelización sin oración está muerta: se quedará en simple anuncio sonoro. “Salvar las almas orando siempre.”-era una de sus máximas.
Termino con la oración que su S.S. Juan Pablo II pronunció el día de la
canonización del Padre Pío:
“Enséñanos también a nosotros, te pedimos, la
humildad del corazón para formar parte de los pequeños del Evangelio, a quienes
el Padre les ha prometido revelar los misterios de su Reino.
Ayúdanos a rezar sin cansarnos nunca, seguros
de que Dios conoce lo que necesitamos, antes de que se lo pidamos.
Danos una mirada de fe capaz de capaz de
reconocer con prontitud en los pobres y en los que sufren el rostro mismo de Jesús.
Apóyanos en la hora del combate y de la
prueba y, si caemos, haz que experimentemos la alegría del sacramento del
perdón.
Transmítenos tu tierna devoción a María,
Madre de Jesús y nuestra.
Acompáñanos en la peregrinación terrena hacia
la patria bienaventurada, donde esperamos llegar también nosotros para
contemplar para siempre la Gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.”
Amén.