23 DE MAYO
Los
Dolores de Nuestra Señora (7)
MARIA,
Turris
Eburnea,
TORRE DE MARFIL
Una torre es un edificio que,
generalmente, tiene más importancia y más elevación que cuantos le rodean. Empleamos
con frecuencia esta comparación, para hablar de una persona que aventaja y
domina a otras cuya talla parece mezquina en relación con la suya.
Este título de grandeza
corresponde con plena justicia a la Santísima Virgen. Aunque durante la pasión
y la crucifixión de nuestro Señor, sufrió una angustia mucho más íntima y mucho
más punzante que la de los apóstoles, es, con todo, digno de considerarse hasta
qué punto se mostró más noble que ellos en el seno de su profunda aflicción.
Mientras Jesús estaba en agonía, los apóstoles se durmieron, fatigados por la
tristeza, desolados y descorazonados. No lucharon contra este abatimiento; no
podían dominarlo, pues estaban aplastados y paralizados por él hasta en sus
sentidos. Y, poco después, cuando los que estaban en el patio del Sumo
sacerdote preguntaron a Pedro si era uno de los discípulos de Jesús, le negó.
Y no estuvo solo en su
flaqueza. Los apóstoles dejaron, uno a uno a su Maestro, y huyeron de Él; solo
San Juan volvió. Más aun, llegaron a perder la fe en el Señor, y se dejaron
vencer por el pensamiento de que todas las grandes perspectivas que había
abierto a sus almas acabarían en un lamentable fracaso. ¡Cuán diferente fue la
conducta animosa de María Magdalena y más aún la de la Santísima Virgen! Se
hace notar expresamente que estaba de pie
junto a la cruz. No yacía en tierra, sino que se mantenía en pie, para recibir
las conmociones de los repetidos golpes, que la prolongada pasión de su Hijo le
infligía a cada momento.
Comparada con los apóstoles, en
esta magnánima generosidad en el sufrimiento, con razón es simbolizada por una
torre. Pero las torres, se dirá, son edificios pesados, enormes, fuertemente
construidos y sin gracia alguna, con miras a la guerra, y no con miras a la
paz. No tiene belleza alguna ni delicadeza, ni finura que son los rasgos de la
perfección de María. Es verdad; mas por esto se llama Torre de Marfil, para
sugerirnos por la brillantez, la pureza y la delicadeza exquisita de esta
materia, cual trascendentales son los
encantos y la dulzura de la Madre de Dios.
Beato John Henry Newman
Transcripto
por gentileza de Dña. Ana María Catalina Galvez Aguiló