miércoles, 23 de mayo de 2018

MARÍA TORRE DE MARFÍL (23) Beato John Henry Newman


23 DE MAYO
Los Dolores de Nuestra Señora (7)
MARIA,
Turris Eburnea,
TORRE DE MARFIL
Una torre es un edificio que, generalmente, tiene más importancia y más elevación que cuantos le rodean. Empleamos con frecuencia esta comparación, para hablar de una persona que aventaja y domina a otras cuya talla parece mezquina en relación con la suya.
Este título de grandeza corresponde con plena justicia a la Santísima Virgen. Aunque durante la pasión y la crucifixión de nuestro Señor, sufrió una angustia mucho más íntima y mucho más punzante que la de los apóstoles, es, con todo, digno de considerarse hasta qué punto se mostró más noble que ellos en el seno de su profunda aflicción. Mientras Jesús estaba en agonía, los apóstoles se durmieron, fatigados por la tristeza, desolados y descorazonados. No lucharon contra este abatimiento; no podían dominarlo, pues estaban aplastados y paralizados por él hasta en sus sentidos. Y, poco después, cuando los que estaban en el patio del Sumo sacerdote preguntaron a Pedro si era uno de los discípulos de Jesús, le negó.
Y no estuvo solo en su flaqueza. Los apóstoles dejaron, uno a uno a su Maestro, y huyeron de Él; solo San Juan volvió. Más aun, llegaron a perder la fe en el Señor, y se dejaron vencer por el pensamiento de que todas las grandes perspectivas que había abierto a sus almas acabarían en un lamentable fracaso. ¡Cuán diferente fue la conducta animosa de María Magdalena y más aún la de la Santísima Virgen! Se hace notar expresamente que estaba de pie junto a la cruz. No yacía en tierra, sino que se mantenía en pie, para recibir las conmociones de los repetidos golpes, que la prolongada pasión de su Hijo le infligía a cada momento.
Comparada con los apóstoles, en esta magnánima generosidad en el sufrimiento, con razón es simbolizada por una torre. Pero las torres, se dirá, son edificios pesados, enormes, fuertemente construidos y sin gracia alguna, con miras a la guerra, y no con miras a la paz. No tiene belleza alguna ni delicadeza, ni finura que son los rasgos de la perfección de María. Es verdad; mas por esto se llama Torre de Marfil, para sugerirnos por la brillantez, la pureza y la delicadeza exquisita de esta materia, cual trascendentales  son los encantos y la dulzura de la Madre de Dios.
Beato John Henry Newman
Transcripto por gentileza de Dña. Ana María Catalina Galvez Aguiló