24 DE MAYO
Sobre
la Asunción (1)
MARIA,
Sancta
Dei Genitrix,
SANTA MADRE DE DIOS
Tan pronto como por la fe
entendemos esta verdad, a saber, que María es la Madre de Dios, otras
maravillosas verdades se desprenden de esta, y una de ellas es que estuvo
exenta del destino ordinario de los mortales, que es, no solamente morir sino
además, convertirse en tierra, ceniza y polvo. Había de morir, y murió, como
había muerto su Hijo, pues era hombre; pero varias razones expuestas por los
escritores eclesiásticos prueban que su cuerpo, si bien estuvo algún tiempo en
la tumba separado del alma, no permaneció allí, sino que pronto se juntó,
resucitado por nuestro Señor Jesucristo, a aquella alma bienaventurada, para
una nueva vida de gloria celestial y eterna.
La razón más convincente, que
nos lleva a esta conclusión, es esta: que otros
siervos de Dios han sido sacados de la tumba por el poder divino, por lo
que no se puede suponer que nuestro Señor haya concedido este privilegio a
ninguno de sus elegidos, sin concederlo a su propia Madre.
Refiere San Mateo que, después
de la muerte de nuestro Señor en la cruz “las tumbas se abrieron y que los
cuerpos de muchos santos que habían dormido”, es decir, que habían dormido el
sueño de la muerte “resucitaron y saliendo de sus sepulturas, fueron, después
de su resurrección a la ciudad y se aparecieron a muchos”. Dice San Mateo: “los
cuerpos de muchos santos”, a saber, de los santos profetas, de los sacerdotes,
de los reyes de la antigua ley, que resucitaron anticipándose al último día.
¿Podemos, pues, suponer que
Abraham, David, Isaías, Ezequías, pudieron ser de esta manera favorecidos, sin
que lo fuese la Madre de Dios? ¿No tenía un derecho especialísimo sobre el amor
de su Hijo, para poseer todo cuanto podía poseer cualquiera criatura en este
mundo? ¿No era más allegada a Él que los más grandes de todos los santos que
habían vivido antes que Ella? ¿Era decoroso que la ley de la tumba admitiese
una excepción respecto de estos y no respecto María? Por esta razón decimos con
toda confianza que habiéndola preservado el Señor, por su pasión del pecado y
de sus consecuencias, no anduvo remiso a derramar sobre su alma, la plenitud de
los méritos de esta pasión.
Beato John Henry Newman
Transcripto
por gentileza de Dña. Ana María Catalina Galvez Aguiló