5 DE MAYO
Sobre
la Inmaculada Concepción (3)
MARIA,
Mater Admirabilis,
MADRE
ADMIRABLE
Cuando María, Virgo praedicanta, la Virgen que ha de
ser predicada, es invocada bajo el título de Admirabilis, el efecto de la predicación de su Concepción
Inmaculada nos es sugerido al punto. La Santa Iglesia la proclama, la predica
como concebida sin pecado original, y los que oyen esta predicación, los hijos
de la santa Iglesia, se admiran, se maravillan, quedan sobrecogidos ante la
idea de semejante prerrogativa.
Una excelencia tan encumbrada
como la de María, aunque sea una excelencia creada, causa estupor en el alma.
El Creador omnipotente, dijo de sí mismo a Moisés al desear este contemplar su
gloria: “Tú no puedes ver mi faz, porque el hombre no podrá verme y subsistir”
Y dice también San Pablo: “Nuestro Dios es un fuego que consume” Cuando San
Juan, todo él penetrado de la divinidad, vio tan solo la naturaleza humana de nuestro Señor, tal como está glorificada en el
cielo,” cayo a sus pies como muerto”. Lo mismo se diga de la aparición de los ángeles.
El santo profeta Daniel, cuando se le apareció el arcángel Gabriel, “cayo
desmayado, y lleno de consternación dio con el rostro en tierra”. Cuando este
gran arcángel se presentó a Zacarías, padre de San Juan Bautista, también este
“se turbo y el temor se apodero de el” Otra cosa le ocurrió a Maria, cuando el
mismo San Gabriel fue enviado a Ella. Quedo en verdad, sobrecogida, y se turbo,
al oír sus palabras, porque en su humildad, oía que la saludaba llamándola
“llena de gracia” y “bendita entre todas las mujeres”; pero Ella pudo soportar
sin desmayo alguno la presencia y el aspecto del enviado del cielo.
Aquí podemos aprender dos
cosas: en primer lugar, cuán grande era la santidad de Maria, pues podía soportar
la presencia de un ángel, cuyo resplandor hizo caer al profeta Daniel en pasmo
parecido a la muerte; y, en segundo lugar, puesto que es mucho más santa que el
mismo ángel, y nosotros somos mucho menos santos que Daniel, con cuánta razón
al pensar en su inefable pureza, la llamamos Virgo Admirabilis, Virgen admirable, Virgen terrible.
Hay espíritus tan rastreros,
tan ciegos y tan irreflexivos, que son capaces de imaginar que María no sintió
tanto horror como su Hijo al pecado voluntario, y que podemos lograr que sea
nuestra amiga y nuestra abogada acudiendo a Ella sin contrición de corazón y
aun sin el deseo de arrepentirnos de verdad, y sin la resolución de
enmendarnos. Como si María pudiese detestar menos el pecado y amar más a los
pecadores que nuestro Señor. No: María solo
siente simpatía por los que quieren renunciar al mal; de lo contrario
¿Cómo podría Ella misma estar sin pecado? Ella es, según las palabras de la
Escritura, “hermosa como la luna, resplandeciente como el sol, y terrible como un ejército en orden de
batalla” ¿Qué debe ser, pues, para el pecador impenitente?
Beato John Henry Newman
Transcripto por gentileza de Dña. Ana María Catalina
Galvez Aguiló