sábado, 14 de mayo de 2016

EL MUNDO NO PUEDE RECIBIRLO. San Agustín obispo


Homilía de maitines

VIGILIA DE PENTECOSTÉS
Forma Extraordinaria del Rito Romano

HOMILÍA DE SAN AGUSTÍN, OBISPO
Tratado 74 acerca de san Juan hacia el fin
Lo que asevera: Rogaré al Padre, y os dará otro paráclito, en verdad muestra que también él mismo es paráclito. Paráclito, en efecto, se dice en nuestra lengua abogado y de Cristo está dicho: Como abogado ante el Padre tenemos a Jesucristo, justo. Pues bien, dijo que el mundo no puede recibir el Espíritu Santo, así como también está dicho: «La prudencia de la carne es enemiga contra Dios, pues no está sujeta a la ley de Dios, ya que ni siquiera puede», como si dijéramos: «La injusticia no puede ser justa». Por cierto, en este lugar dice «mundo» para significar a los amantes del mundo, amor que no viene del Padre. Y, por eso, al amor del mundo, en cuanto al que nos preocupamos de que en nosotros disminuya y se consuma, es contrario el amor de Dios que se derrama en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que nos ha sido dado.
El mundo, pues, no puede recibirlo porque no lo ve ni lo conoce, ya que el amor mundano no tiene los ojos invisibles, mediante los que el Espíritu Santo no puede verse sino invisiblemente. Vosotros, en cambio, afirma, lo conoceréis, porque junto a vosotros permanecerá y en vosotros estará. Estará en ellos para permanecer, no permanecerá para estar, pues estar en algún sitio es anterior a permanecer. Pero, para que no supusieran que lo que está dicho, junto a vosotros permanecerá, se dice como junto a un hombre suele permanecer visiblemente un huésped, ha expuesto por qué ha dicho «junto a vosotros permanecerá», cuando ha añadido y dicho: En vosotros estará.

Se le ve, pues, invisiblemente y, si no está en nosotros, no puede estar en nosotros su conocimiento. En efecto, también así vemos en nosotros nuestra conciencia, porque vemos la faz de otro, mas no podemos ver la nuestra; en cambio, vemos nuestra conciencia, mas no vemos la de otro. Pero la conciencia nunca existe sino en nosotros; en cambio, el Espíritu Santo puede existir aun sin nosotros, pues se da para que esté también en nosotros. Pero no podemos verlo y conocerlo como ha de ser visto y conocido, si no está en nosotros. Tras la promesa del Espíritu Santo, para que nadie supusiera que el Señor iba a darlo cual en vez de sí mismo de forma que con ellos no fuese a estar también él en persona, añadió y aseveró: No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Aunque, pues, el Hijo de Dios nos haya adoptado como hijos para su Padre y haya querido que por gracia tengamos como Padre al mismo que por naturaleza es Padre suyo, sin embargo, también él mismo muestra en cierto modo, respecto a nosotros, afecto paterno cuando dice: No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.