OH
ORIENTE
“¡Oh Jesús, Sol divino!,
vienes a arrancarnos de la eterna noche, ¡bendito seas por siempre! Mas,
¡cuánto pruebas nuestra fe antes de brillar ante nuestra vista en todo tu
esplendor! ¡Cómo te complaces en ocultar tus destellos hasta que llegue el
momento señalado por tu Padre celestial para que muestres la plenitud de tu
brillo! Vas atravesando Judea y te acercas a Jerusalén; el viaje de María y de
José toca a su fin. Por el camino, encuentras una gran muchedumbre que caminan
en todas direcciones vuelven cada cual a su ciudad de origen para cumplir el
Edicto de empadronamiento; ninguno de todos esos hombres ha adivinado que
estuvieras tan cerca de ellos ¡oh divino Oriente! A María, tu Madre, la toman
por una mujer ordinaria; todo lo más, reconocerán la dignidad e incomparable
modestia de tan augusta Reina, sintiendo vagamente el rudo contraste que existe
entre tan soberana majestad y un exterior tan humilde, pero en seguida
olvidarán tan feliz encuentro.
Pues, si a la Madre
miran con tanta indiferencia ¿tendrán acaso un solo pensamiento para el Hijo no
nacido aún a la luz visible? Y sin embargo, ese Hijo eres tú mismo ¡oh Sol de
justicia!. Aumenta en nosotros la fe, e incrementa también el amor. Si esos
hombres te amaran, ¡oh libertador del género humano! harías que ellos te
sintieran; tal vez no te verían aún sus ojos, pero al menos ardería su corazón
dentro de su pecho; suspirarían por ti, y con sus ansias y oraciones
anticiparían el momento de tu llegada. ¡Oh Jesús, que atraviesas el mundo
creado por ti, sin forzar a ninguna de tus criaturas! queremos acompañarte
durante el resto de tu viaje; queremos besar en la tierra las huellas benditas
de aquella que te lleva en su seno; no te abandonaremos hasta que contigo
lleguemos a la afortunada Belén, a esa casa del Pan, donde por fin te verán
nuestros ojos ¡oh Esplendor eterno, Señor y Dios nuestro!”.
Dom Próspero Guéranger,
El Año Litúrgico
Oh Sol
que naces de lo alto,
Resplandor
de la Luz Eterna,
Sol de
justicia,
¡ven
ahora a iluminar a los que viven en tinieblas
y
en sombra de muerte!
V/. Derramad, cielos, desde lo alto vuestro rocío y las nubes lluevan al Justo.
R/. Que se abra la tierra y brote el Salvador.
ORACIÓN. Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.