domingo, 21 de diciembre de 2014

LLAMADOS A SER TESTIGOS DE LA LUZ


COMENTARIO AL EVANGELIO
IV DOMINGO DE ADVIENTO
Forma Extraordinaria del Rito Romano
El Adviento es precisamente tiempo de espera, de esperanza y de preparación para la visita del Señor. A este compromiso nos invitan también la figura y la predicación de Juan Bautista, como hemos escuchado en el Evangelio recién proclamado (cf. Jn 1, 6-8.19-28). Juan se retiró al desierto para llevar una vida muy austera y para invitar, también con su vida, a la gente a la conversión; confiere un bautismo de agua, un rito de penitencia único, que lo distingue de los múltiples ritos de purificación exterior de las sectas de la época. ¿Quién es, pues, este hombre? ¿Quién es Juan Bautista? Su respuesta refleja una humildad sorprendente. No es el Mesías, no es la luz. No es Elías que volvió a la tierra, ni el gran profeta esperado. Es el precursor, un simple testigo, totalmente subordinado a Aquel que anuncia; una voz en el desierto, como también hoy, en el desierto de las grandes ciudades de este mundo, de gran ausencia de Dios, necesitamos voces que simplemente nos anuncien: «Dios existe, está siempre cerca, aunque parezca ausente». Es una voz en el desierto y es un testigo de la luz; y esto nos conmueve el corazón, porque en este mundo con tantas tinieblas, tantas oscuridades, todos estamos llamados a ser testigos de la luz. Esta es precisamente la misión del tiempo de Adviento: ser testigos de la luz, y sólo podemos serlo si llevamos en nosotros la luz, si no sólo estamos seguros de que la luz existe, sino que también hemos visto un poco de luz. En la Iglesia, en la Palabra de Dios, en la celebración de los Sacramentos, en el sacramento de la Confesión, con el perdón que recibimos, en la celebración de la santa Eucaristía, donde el Señor se entrega en nuestras manos y en nuestro corazón, tocamos la luz y recibimos esta misión: ser hoy testigos de que la luz existe, llevar la luz a nuestro tiempo.
Benedicto XVI