PONGAMOS
LOS OJOS EN CRISTO, NUESTRO BIEN, Y ALLÍ APRENDEREMOS LA VERDADERA HUMILDAD
Si estamos
sumergidos siempre en la miseria de nuestra tierra nunca saldrá la corriente
del cieno de temores y cobardías, de mirar si me miran..., si me atreveré a
comenzar aquella obra, si será soberbia, si es prudente que una persona tan
miserable como yo haga cosa tan alta como es la oración, si me tendrán por
mejor, si no voy por el camino de todos, que no son buenos los extremos aunque
sean en virtud, que como soy tan pecadora caeré de más alto, quizá no
perseveraré y perjudicaré a los buenos, que a una persona como yo no le
conviene singularizarse... Pongamos los ojos en Cristo, nuestro bien, y allí
aprenderemos la verdadera humildad (I M 2, 10-11).