Queridos hermanos la Iglesia celebra
en este día, con toda solemnidad, la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora.
Nosotros nos unimos a toda la
cristiandad para cantar y ensalzar a nuestra Madre celeste contemplando el
privilegio de su Inmaculada Concepción.
Es importante señalar que la
preservación del pecado en María es obra
sólo de la gracia, pues no había en María mérito alguno: la santidad
concedida a María es solamente el fruto de la obra redentora de Cristo. Sin
embargo, Nuestra Señora como criatura libre que era pudo pecar y no lo hizo,
porque comprendió que la verdadera libertad consiste en desterrar de nuestra
existencia toda mancha de pecado, que siempre nos esclaviza.
Los Santos Padres se refieren a la
Madre de Dios como la toda santa e
inmune de toda mancha de pecado, y como plasmada por el Espíritu santo y hecha
una nueva creatura. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con
esplendores de santidad del todo singular, la Virgen Nazarena es saludada por
el ángel por mandato de Dios como llena de gracia y ella responde al enviado
celestial: He aquí la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra.
Este pasaje supone que María ha
surgido como persona independiente, como dueña de su propia vida, capaz de
dialogar con el mismo Dios, de escucharle y responderle. No es un «instrumento»
que Dios pudiese manejar a su capricho. Ella es persona: dueña de sí misma,
capaz de recibir la palabra de Dios y responderle; es persona en sentido
radical como «sujeto ante Dios», en clave de libertad, responsable de sí misma,
de manera que ni el mismo Dios puede forzarla.
Y de este modo, la Inmaculada, como
dice san Ireneo, "por su obediencia fue causa de la salvación propia y de
la de todo el género humano". Por eso, no pocos Padres antiguos, en su
predicación, coincidieron con él en afirmar "el nudo de la desobediencia
de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató Eva por su falta de fe, lo
desató la Virgen María por su fe". Comparándola con Eva, llaman a María
"Madre de los vivientes" y afirman con mayor frecuencia: "la
muerte vino por Eva, la vida por María"»
“Mucho
me gozaré en el Señor, y se regocijará mi alma en mi Dios, porque me ha
revestido con vestidura de salud y me ha cubierto con manto de justicia, como
esposa con sus joyeles”
La Iglesia nos ofrece en el Introito
de la misa de hoy estas hermosas palabras de Isaías puestas en labios de la
Virgen María cuando estaba en el vientre materno. La Inmaculada en el vientre
de Santa Ana exulta de gozo con el Señor anticipando, repentinamente, el canto
del Magníficat. Dios, que nos ha creado para sí, es la fuente de la verdadera
alegría, quien experimenta su cercanía descubre el gozo infinito que se nos
concederá en la eternidad. La Niña María canta la grandeza del Señor en el seno
materno, y con ella toda la Iglesia. Pues nos hace partícipes a cada uno de
nosotros de ese regocijo interior de ser hijos suyos, habiéndonos elegido,
antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e inmaculados en su
presencia, por el amor.
Esta alegría de la Virgen Santísima es
consecuencia del misterio de la Cruz como nos indica la oración colecta de la
misa de hoy al decir que María fue "preservada de toda mancha" en
previsión de la muerte de Cristo en la Cruz. El árbol que dio el fruto amargo
del pecado a Eva, que es alejarse de Dios; se convierte para María, que será
Madre del Dios-con-nosotros en el
árbol de "un gozo inefable y glorioso". María es la primera en probar
el dulce fruto del Árbol de la Vida; María es la primera a cantar de la alegría
de la cruz.
La Sagrada Liturgia implora al Señor
que podamos entrar en su presencia "con un corazón puro." El corazón
del hombre cuando está manchado por el pecado siente el miedo o temor ante la
presencia de Dios. Por eso, cuando vemos al Crucificado desnudo, expuesto a la
mirada del Padre en el árbol de la Cruz, desaparece el temor que causaron
nuestros primeros padres cuando en el jardín del Edén se percataron de su
desnudez y se escondieron en la presencia de Dios. El pecado, queridos hermanos
siempre, ¡siempre! Nos distancia de Dios, por eso estar en gracia es vivir en
la confianza y en la transparencia de ser sus hijos.
María Santísima, la Purísima, es la
Madre de los puros de corazón. Por su intercesión, obtenemos perpetuamente los
méritos de la preciosa Sangre derramada en el árbol de la Cruz cada vez que
nuestro corazón oscurecido y contaminado por el pecado se reconcilia con Dios.
Oremos constantemente al Señor, que por la intercesión de la Inmaculada Virgen
María, cree en nosotros un corazón puro.
Todos los bautizados, a diferencia de
María, fuimos concebidos teniendo en nosotros las consecuencias del antiguo
pecado de Adán, pero en con el Santo Bautismo, renacemos a una vida nueva, la
vida de la gracia, la vida sobrenatural. Simbólicamente, en los ritos
bautismales, se nos entrega una vestidura blanca que representa la vida de la
gracia, y se nos amonesta a conservarla hasta el final de nuestra vida. Esa
pureza e inocencia que hoy contemplamos en la Inmaculada, nos la concede Dios
por medio de su Iglesia en los santos sacramentos, imitando a la Santísima
Virgen, esforcémonos por mantenerla intacta para poder entrar un día invitados
por Nuestro Señor, con el traje de fiesta al banquete del Reino.
Homilía del P. Carlos en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María