ORACIÓN PARA COMENZAR TODOS
LOS DÍAS
Virgen María, te saludamos y acudimos a ti
que permaneciste siempre Virgen siendo la Madre del Verbo
encarnado,
Dios y Salvador nuestro, Jesucristo
y que, por su singular elección, en atención a los méritos de tu Hijo
fuiste redimida de modo más sublime,
preservada inmune de toda mancha de culpa original
y que superas ampliamente en don de gracia eximia a todas
las demás criaturas.
V/.
Oh
María, sin pecado concebida
R/.
Rogad
por nosotros que recurrimos a Vos.
Unidos a ti y proclamando las maravillas que Dios obró en
su humilde esclava; decimos:
V/. Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
R/.
Como
era en el principio ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
DÍA 9º MARÍA, LA MUJER DE LA NUEVA
CREACIÓN
MEDITACIÓN. S. S. Juan Pablo II, 1 de diciembre de 2003
Dios
ha querido dar a la criatura humana la vida en abundancia, condicionando, sin
embargo, su iniciativa a una respuesta libre y amorosa. Al rechazar este don
con la desobediencia que llevó al pecado, el hombre interrumpió trágicamente el
diálogo vital con el Creador. Al "sí" de Dios, fuente de la plenitud
de vida, se opuso el "no" del hombre, motivado por su orgullosa
autosuficiencia, precursora de muerte. La humanidad entera quedó implicada
seriamente en esa cerrazón con respecto a Dios.
La
Inmaculada Concepción anticipa el enlace armonioso entre el "sí" de
Dios y el "sí" que María pronunciará con total abandono, cuando el
ángel le lleve el anuncio celestial. Su "sí", en nombre de la
humanidad, volverá a abrir al mundo las puertas del Paraíso, gracias a la
encarnación del Verbo de Dios en su seno por obra del Espíritu Santo.
Aquí
está la clave de bóveda de la historia: con la Inmaculada Concepción de María
comenzó la gran obra de la redención, que se actuó con la sangre preciosa de
Cristo. En él, toda persona está llamada a realizarse plenamente, hasta la
perfección de la santidad.
Por
tanto, la Inmaculada Concepción es la aurora prometedora del día radiante de
Cristo, quien con su muerte y resurrección restablecerá la plena armonía entre
Dios y la humanidad.
ORACIÓN CONCLUSIVA (Juan Pablo II, 2000)
Te
saludamos, inmaculada Madre de Dios.
Acepta
nuestra oración y dígnate
llevar
maternalmente a la Iglesia
presente
en el mundo entero
a
la plenitud de los tiempos, a la que tiende el universo
desde
el día en que vino al mundo
tu
Hijo divino y Señor nuestro Jesucristo.
Él
es el principio y el fin, el alfa y la omega,
el
rey de los siglos, el primogénito de toda la creación, el primero y el último.
En
él todo tiene su cumplimiento definitivo;
en
él toda realidad madura hasta la medida querida por Dios,
en
su arcano designio de amor.
(pida
cada uno la gracia que desea alcanzar en esta novena)
Tras un breve silencio, se puede concluir con
el rezo de tres avemarías, con alguna oración popular a la Inmaculada como Bendita sea tu pureza o el canto de la
Salve.