25 DE AGOSTO
SANTA MICAELA
FUNDADORA (1809-1865)
MLAGRO de la Eucaristía, el prodigioso vivir de Santa Micaela del Santísimo Sacramento —cuyo extraordinario garbo a lo divino, con sus raptos de imaginación ardiente y su sentido práctico de la vida, recuerda a Santa Teresa de Jesús— es un nuevo blasón para la mujer cristiana y española. Decir Madre Sacramento es evocar uno de los mayores y más hermosos títulos a la gratitud y veneración de los hombres, una de las figuras más excelsas de nuestro Santoral…
Madrid, aunque en plena guerra de Independencia, se debió de alegrar aquel Año Nuevo de 1809, cuando se supo cuna de María de la Soledad Micaela, hija del brigadier Miguel Desmaisieres— de la nobleza flamenca—y de Bernarda López Dicastillo— dama de la reina María Luisa— de la más rancia sangre española. Pero el Cielo se alegró más, sin duda, porque sabía que aquella niña iba a ser una gran santa.
En efecto. Dotada espléndidamente por Dios, Micaela coopera con tal fidelidad, que ya desde la cuna brilla sobre su frente como una ascua la estrella de un alto destino. A hacer que no se extinga, sino que cada día fulja más, contribuye enormemente la tierna y solícita previsión de doña Bernarda, que la educa en la noble austeridad castellana, con gran sentido ascético. «Mi madre nos hacía aprender a planchar y a guisar a las tres hermanas que éramos, por lo que pudiera suceder. También teníamos que pintar, bordar, escribir, tocar diversos instrumentos y hacer un sinnúmero de rezos. Todo esto sin descanso, pues era esclava del deber».
Así ha salido ella: con esa tensión de energía propia de las almas que andan siempre en trasiegos divinos; voluntad de hierro y ternura de madre en todos sus actos. Su recia contextura espiritual está tramada de tres clases de amor: amor a la Eucaristía, amor a los desgraciados y amor al dolor.
La Eucaristía es su Motor, su Luz, su Amado, en cuyo honor se hace Esclava de la caridad y se martiriza con cilicios y penitencias. «Ofrecí a Jesús —escribe en su Autobiografía— enviarle cada día muchos pensamientos amorosos a todos los Sagrarios del mundo, para que tenga amor y mi corazón por compañía». Y a sus hijas espirituales les recomendará que «en el amor a Jesús Sacramentado nadie las aventaje». En presencia de la Hostia Santa, Micaela «se siente quemar y enloquecer».
Con todo. hoy, ante el egoísmo que invade el mundo, más que imaginarla embebida delante del Santísimo, preferimos seguir sus pasos heroicos por los escenarios de su beneficencia —asilos, hospitales, palacios, tugurios— viendo cómo vierte toda su fortuna personal en el vaso del desprendimiento.
Los instintos caritativos de Micaela se despiertan muy temprano. Todavía adolescente, establece en Guadalajara una escuelita para niñas pobres, en la que ella misma enseña. Es como un anticipo de las grandes obras a que después se consagrará. i Por este camino de la caridad heroica —la caridad que da la vida por el amado— llegará a la fe que hace milagros! ...
En 1838 funda en Madrid las Juntas de socorro a domicilio. Al año siguiente muere su madre, dejándola heredera del título de Vizcondesa de Jorbalán, lo que la obliga a viajar por Europa en compañía de sus hermanos —los Condes de Vega del Pozo—, embajadores en París y Bruselas. Durante esta época lleva una vida de aparente frivolidad: «La mañana en obras de caridad; el resto del día en convites y paseos; por la noche al teatro, tertulias y bailes». Pero lo realmente sublime es que, en medio de esta atmósfera nociva que las circunstancias le imponen, no se quebranta su unión íntima con Dios: «...Salía del teatro y los salones sin haber perdido un solo instante la divina presencia». Esto es ya santidad de altar.
Volvamos al álveo de su vida: a la caridad. Entre todas sus obras benéficas hay una que la seduce sobremanera: la redención de esas infelices muchachas de mal vivir que tantas veces ha visto morirse en los hospitales, víctimas de la degeneración y la miseria. Esta obra será su gloria y su martirio. Martirio a prueba de santidad. O viceversa. Para empezar, aquel voto de compartir sus bienes con los pobres y de hacer siempre lo que entienda ser voluntad de Dios. Luego la humillación voluntaria. Después la incomprensión. Por último, ni la perdona el demonio, ni la burla maliciosa, ni la calumnia infame. Ella, serena, le dice al Señor: «Dadme sufrimientos y paciencia para soportarlos». Y el Señor le responde: «Si tú no me faltas, Yo no te faltaré». Y no le faltó. Fundadora genial, con gran penetración psicológica, triunfa de todo. La caridad le da ímpetu. La dificultad la espolea. Junto al Colegio de desamparadas nace el primer convento de Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad, al que Dios da fecundidad prodigiosa. Siete conventos funda la Madre Sacramento, y «cada fundación es una gesta y la revelación de un carácter».
Su misma muerte no desmiente esta línea de heroicidad. En 1865 estalla el cólera en Valencia. Micaela, desafiando el contagio, se parte para aquella Ciudad a consolar a sus hijas «que no son valientes». Y allí muere, apestada, con este introito de pasión en los labios: «Los que hacemos las cosas de Dios no tememos la muerte».
Su nombre se aureoló de prestigio. Hoy —a menos de un siglo— podemos llamarla con orgullo Santa Micaela del Santísimo Sacramento.