24 DE AGOSTO
SAN BARTOLOMÉ
APÓSTOL (SIGLO I)
POCAS páginas evangélicas producen en nosotros una impresión tan viva y penetrante como la narración que nos hace San Juan del llamamiento de Natanael al apostolado del Hijo de Dios. La emocionante escena se desenvuelve en un tono festivo de cordial buen humor...
Es una mañana primaveral; una mañana tibia y gozosa, llena de sol. Por la ribera del Mar de Galilea —hermoso marco de emoción humana para un cromo evangélico— camina Jesús de Nazaret en compañía de Pedro y Andrés, sus nuevos amigos. Ahora, a la altura de Betsaida, se han encontrado con Felipe. El Rabbí le ha dicho: «Sígueme». Él —alma llena de sinceridad— le ha seguido sin vacilar. Su corazón limpio y bienaventurado acaba de reconocer al Mesías, acaba de «ver a Dios».
i Qué fácil es olvidarse de los amigos cuando sonríe la vida! Felipe no se olvida. Tiene un amigo íntimo y le falta tiempo para comunicarle su gran hallazgo y hacerle partícipe de su felicidad. Es un joven pescador de Galilea. San Juan le llamará Natanael. Los Sinópticos, Bartolomé. Hoy priva entre los exegetas la creencia de que se trata de un mismo personaje, y por eso le dan el nombre de Natanael Bartolomé. Felipe va, pues, a su encuentro y, vibrante, le lanza este acto de fe sencilla y entusiasta:
— Dame albricias, Natanael: he hallado a Aquel de quien escribieron Moisés y los Profetas, a Jesús de Nazaret, el hijo de José.
— ¿A Jesús de Nazaret? ¿Acaso de Nazarét puede salir algo bueno?
— Ven y lo verás.
He aquí frente a frente la tristeza de la duda y la alegría de la fe. Dos mundos distintos. Felipe y Natanael: el que ha visto «la redención de Israel» y el que todavía se siente irredento; el que conoce a Jesús y el que no le conoce todavía...
Pero el Rabbí sí le conoce a él, aunque no le haya visto nunca con sus ojos de carne. Sabe que es hombre de ley, hombre de corazón recto, sencillo y generoso, hombre que ama la luz, hombre de «buena voluntad», merecedor de la paz prometida por los ángeles del Nacimiento: et in terra pax homínibus bonæ voluntatis...
Al verle acercarse —abierto y dócil—, el rostro de Jesús se ilumina con una sonrisa de bondad y simpatía, y de sus labios brota este definitivo elogio, auténtica canonización en vida:
— He aquí un verdadero israelita en quien no hay doblez.
— ¿De dónde me conoces? —le pregunta sorprendido Natanael.
— Antes que Felipe te llamara, Yo te vi debajo de la higuera.
Impresionado por tan súbita manifestación, de una cosa que Jesús no puede conocer naturalmente y que revela su procedencia divina, Natanael se entrega sin reservas a la Gracia, y hace su maravillosa profesión de fe:
— Maestro, Tú eres el Hijo de Dios. Tú eres el Rey de Israel.
— ¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera has creído? Mayores cosas que éstas verás...
Fuera de la deliciosa escena de su llamamiento al apostolado, nada sabemos por el Evangelio acerca de San Bartolomé. Pero —¿cómo dudarlo?— se cumple la profecía de Jesús, es decir: asociado a los íntimos amigos del Maestro, presencia todas sus maravillas, y él mismo las realiza más tarde en calidad de Enviado.
Llega el día de Pentecostés. Ha sonado la hora de la separación y de la lucha. Bartolomé, como los demás Apóstoles, «sin báculo, sin alforjas, sin dinero y sin sandalias», con la sola arma de su «Credo», se langa a perfumar el mundo con el aroma de la Buena Nueva, fija Ja mirada en el cielo, cuando la tierra parece conspirar en contra suya. ¿Dónde misiona? ¿En Persia? ¿En Egipto? ¿En Etiopía? Aún se deshoja la- margarita. Probablemente, en todas estas regiones y en otras muchas, como Licaonia, Frigia, Siria, Armenia, orillas del Mar Negro y la Arabia Feliz. El historiador Eusebio dice que San Panteno, maestro de Orígenes —siglo II—, encontró en la India vestigios de la predicación de San Bartolomé; entre otros, un ejemplar caldaico del evangelio de san Mateo. Lo que está fuera de duda tes que su lengua de apóstol, movida por el Espíritu Santo, predica sin fatiga ni tregua las vivas maravillas de que ha sido afortunado testigo presencial, sin reparar en pueblos ni razas conforme al mandato del Señor. San Juan Crisóstomo asegura que «en las regiones por donde pasaba encendía la luz de la moral evangélica, y que hasta los mismos paganos demostraban su asombro al ver un cambio tan repentino de costumbres».
Cómo y dónde acaba sus días este Apóstol andariego es también un misterio para la Historia. Según la leyenda nestoriana —la más autorizada— muere desollado en la ciudad de Albanópolis por orden del gobernador Astiages, después de haber convertido a la fe al rey Palemón II. Por alusión a esta leyenda, el arte cristiano lo ha representado siempre con la piel desgarrada, y en la mano un cuchillo, instrumento de su martirio atroz. Así lo pintó Miguel Ángel en su famoso cuadro «El Juicio Final».
¡Digna muerte de una vida dignísima! ¡Gloriosa pascua de sangre! ...
Las reliquias de San Bartolomé —milagrosamente trasladadas de Armenia a la isla de Lípari— se veneran actualmente en la Ciudad Eterna