miércoles, 7 de febrero de 2024

DÍA 7. NOVENA A NUESTRA SEÑORA DE LOURDES

 


NOVENA A NUESTRA SEÑORA DE LOURDES

 
En el nombre del Padre, y del Hijo
, y del Espíritu Santo. Amén.

 

ACTO DE CONTRICIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Señor mío Jesucristo, Redentor amoroso de las almas, que te dignaste enviar a la tierra a tu Madre Inmaculada para que fuese la mensajera de tu misericordia, anunciando a los hombres la penitencia, me postro humilde a tus pies, e imploro con profundo arrepentimiento el perdón de mis innumerables culpas. Para comprender el precio de la gracia y el amor que te inspira un alma sin mancha, me basta contemplar la incomparable hermosura de la cual te dignaste revestir a tu Madre purísima. Por lo mucho que el pecado ofende a tu bondad infinita y por lo mucho que deseo amarte, me pesa, pues, de corazón por haberte ofendido y manchado mi alma creada a tu imagen y semejanza. Derrama, Señor, sobre mí tu misericordia; yo, ayudado con tu gracia, haré la penitencia que, en tu nombre, me pide tu Santísima Madre; me haré digno de tu perdón y mereceré la perseverancia en tu santo amor y servicio hasta el fin de mi vida. Amén.

 

ORACIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS

Al presentarme ante tu imagen sagrada, ¡oh Inmaculada y bondadosa Madre!, para honrarte en esta novena, bajo el nombre bendito de Virgen de Lourdes, cumplo con el deseo que manifestaste a todos tus hijos por medio de Bernardita, la hija predilecta de tu amor. Quisiste ver a las muchedumbres postradas a tus plantas y para atraerlas más eficazmente, nos hiciste entrever los esplendores del Cielo, mostrándote en toda la hermosura de tu eterna juventud. Como la paloma del Cantar de los Cantares, te asomaste a las aberturas de la piedra, a la Gruta de la montaña, y el mundo contempló admirado los reflejos de tu resplandeciente rostro y oyó los ecos de tu voz dulcísima. Confirmando con tu palabra venida del Cielo la palabra del Pontífice Supremo que acababa de proclamarte, a la faz de la tierra, Inmaculada en tu Concepción, llenaste su corazón de consuelo y al mundo Católico de júbilo. Las lágrimas y los gemidos de tus hijos, agobiados bajo el peso de sus miserias, llegaron hasta el trono de tu misericordia, y llevada de tu inmensa compasión, acudiste presurosa para sanar sus cuerpos y sus almas. Mandaste, y luego de la tierra dócil salió el agua benéfica y cristalina, cuya misteriosa virtud devuelve vista al ciego y palabra al mudo, vida a los miembros muertos, imagen sensible de la gracia que, pasando por tu Corazón, transforma y resucita a las almas.  
A tus pies vengo, pues, ¡oh Madre amante!, para escuchar tu voz, exponer mis necesidades y solicitar tus maternales favores. Bernardita era pura cuando se acercaba a la Gruta donde tú la atraías: yo, que soy criatura tan culpable, ¿me atreveré a acercarme al trono de la pureza que rodean los ángeles del Cielo? Tu bondad para con los pecadores me alienta, ¡oh María! Dadme luz, ¡oh Reina de la Sabiduría!, cúbreme con el manto de tu maternal protección, para que en esta novena comprenda tus enseñanzas, me someta a tus consejos, los practique con amor, aleje de mi alma la ira de Dios y merezca en cambio su gracia y su amor. Amén.

 

 

DÍA SÉPTIMO – 8 DE FEBRERO

MEDITACIÓN:

EXPIAR LOS PECADOS PROPIOS

En la precedente lección, la Santísima Virgen pedía a las almas fieles un gran acto de caridad para con sus hermanos los pecadores. 

El 24 de febrero, Bernardita se encontraba al pie de la gruta en presencia de una gran muchedumbre de personas acudidas allí con el fin de presenciar alguna maravilla. Mientras la niña contemplaba extasiada la misericordiosa Visión, los circunstantes oyeron distintamente estas palabras: “¡Penitencia!, ¡Penitencia!, ¡Penitencia!”.

Con esta lección la Virgen nos quiere dar a comprender que antes de ejercer la caridad para con nuestros hermanos, debemos ejercerla hacia nuestra alma, y que, para que Dios se apiade de los pecadores por medio de nuestros ruegos, debemos primero merecer que Dios se apiade de nosotros, aplacando su ira con la expiación de nuestros propios pecados. Repetimos a menudo “El pecador tiene irritado a Dios”, y no nos acordamos a añadir “Este pecador que ha ofendido a Dios soy yo”.

Ahora bien, la fe nos enseña que el pecado, una vez cometido, debe ser expiado para ser perdonado, y mientras no lo sea, el brazo de Dios vengador amenazará siempre nuestras cabezas, y en vano pediremos la conversión de los demás por medio de nuestras plegarias.

La Santísima Virgen nos enseña esta verdad en su actual lección: “¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia!”. Sí, hagamos penitencia, porque somos pecadores. Hagamos penitencia, porque tenemos muchas culpas que expiar. Hagamos penitencia porque hemos irritado a Dios con nuestros pecados. “Si no hacéis penitencia, ha dicho Jesús, todos pereceréis”. Mas ¿cómo lo haremos? Llorando sin cesar la desgracia que hemos tenido de ofender a Dios, privándonos voluntariamente de los placeres, aún lícitos, puesto que hemos dado a nuestro cuerpo los placeres culpables; y admitiendo todo cuanto nos puede sobrevenir de duro y penoso, como un medio de satisfacer a la justicia de Dios. Al oír Bernardita el mandato de la Virgen, empezó a andar sobre sus rodillas. Más tarde le preguntaron “¿por qué hacías eso?” Y ella contestó: “En penitencia por mí y los demás”.

 

Aquí se medita y se pide la gracia que se desea conseguir. En seguida se anuncian las intenciones generales: La Santa Iglesia, la Patria, los gobernadores eclesiásticos y civiles, la enseñanza católica, la salud de los enfermos, y la conversión de los pecadores.

 

v NUESTRA SEÑORA DE LOURDES: Ruega por nosotros. (Cinco Padrenuestros, con sus respectivas Avemarías y Glorias)

v SALUD DE LOS ENFERMOS: Ruega por nosotros. (Cinco Padrenuestros, con sus respectivas Avemarías y Glorias)

v REFUGIO DE LOS PECADORES: Ruega por nosotros. (Cinco Padrenuestros, con sus respectivas Avemarías y Gloria.

    
Oración del día séptimo

También a nosotros, Nuestra Señora de Lourdes, habéis hablado en secreto, haciéndonos oír íntimas palabras que parecen nacer de nosotros mismos y que no son sino vuestra misteriosa voz, haciendo eco en el fondo de nuestros corazones.

Nos habéis dicho: “Ve al Sacerdote, a fin de que un templo se eleve en este lugar”. Ve al depositario de las gracias de Dios, al hombre que puede buscar en nombre del Altísimo, absolver todos los pecados, quitar todos los obstáculos y crear limpio campo al nuevo edificio. “Ve al Sacerdote, y en los Sacramentos que distribuye por sus manos recibiréis con la inteligencia y la fuerza cuanto es necesario para el trabajo que de ti espero. Y este trabajo es, hijo mío, elevar un templo invisible en tu alma, el templo augusto de la virtud para que mi Jesús lo haga su tabernáculo para que yo descienda con él allí y el Cielo entero tenga sus complacencias en esta mansión de la tierra”. De este modo nos habláis todavía, pero nuestro oído desatento se deja distraer por otras voces; y menos dóciles que la pastora de Lourdes, no tomamos por regla las palabras de vuestra boca.

Humildemente postrados a vuestros pies, ¡oh Virgen María!, lloramos nuestras ingratitudes y dureza de corazón. Perdonadnos, ¡oh Madre ofendida!, perdonadnos y sanadnos.

Nuestra Señora de Lourdes, rogad por nosotros.
       
PRÁCTICA: Hacer algún sacrificio que nos cueste como perdonar a los que nos ofenden en satisfacción de nuestros pecados.
GOZOS EN HONOR

A NUESTRA SEÑORA DE LOURDES
   
Virgen Santa Inmaculada,
De la Gruta misteriosa,
Acoge, Madre piadosa
De tus hijos la oración.
   
Allá en las verdes riberas
Donde sus aguas de plata
El manso Gave desata
Dando vida, inspiración.
A la sombra de sus bosques
La humilde Lourdes reposa.
Acoge, Madre piadosa
De tus hijos la oración.
   
De verduras tapizadas
Se levantan sus montañas
De cuyas ricas entrañas,
Con admirable primor,
Se desprende una ancha Gruta
Que cubre silvestre roca.
Acoge, Madre piadosa
De tus hijos la oración.
   
Hacia las faldas del monte
Subió un día Bernardita,
La aldeana de Dios bendita
Por sus gracias y candor,
A formar haces de leña
Que diera fuego a su choza.
Acoge, Madre piadosa
De tus hijos la oración.
   
Súbitamente a la Gruta
De luz un rayo ilumina,
Y en una aureola divina
Más esplendida que el sol,
La reina del Cielo y tierra
Su planta en la roca posa.
Acoge, Madre piadosa
De tus hijos la oración.
   
“No temas, hija querida,
Levanta a mí tu mirada,
Soy María Inmaculada,
Soy la Madre de tu Dios
Por teatro elijo este sitio
De mi mano portentosa”.

Acoge, Madre piadosa
De tus hijos la oración.
   
Dijo la Virgen, y envuelta
Por los pliegues de una nube
Al Cielo de nuevo sube
Que a su paso se entreabrió:
La aldeana vuelve a la vida,
De placer su alma rebosa.
Acoge, Madre piadosa
De tus hijos la oración.
   
Al pie de esta misma Gruta,
Diez y ocho veces la aldeana
De la Virgen soberana
La vista recibió,
Otras tantas desafiando
Al malvado victoriosa.
Acoge, Madre piadosa
De tus hijos la oración.
   
Sellar quiso sus bondades
La Señora eternamente,
Con una límpida fuente
Que entre las rocas brotó,
Al contacto repentino
De la niña candorosa.
Acoge, Madre piadosa
De tus hijos la oración.
   
En esas aguas del cielo
El hombre encuentra la vida,
Huye la muerte aterrada,
Calma el triste su dolor,
Y en los triunfos de María
La Iglesia Santa se goza.
Acoge, Madre piadosa
De tus hijos la oración.
   
El lejano peregrino
Va a postrarse ante esa roca
Donde el mundo entero invoca
Tu Divina Concepción.
¡Bendita seas, María!
Que de Dios eres Madre, Hija y Esposa.

Acoge, Madre piadosa
De tus hijos la oración.
   
Virgen Santa Inmaculada
De la Gruta Misteriosa,
Acoge, Madre piadosa
De tus hijos la oración.

 

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS

Acabo de recibir de tus labios divinos, ¡oh piadosa Madre!, las lecciones que das a la tierra por medio de tu gloriosa y misericordiosa aparición. Para probar tu misión divina a la tierra has multiplicado, como lo hizo tu hijo Jesús, los milagros a favor de los hombres, dando la vista a los ciegos, oído a los sordos; habla a los mudos y salud completa a los enfermos agobiados por toda clase de dolor.

En estos enfermos, ¡oh Madre piadosa!, reconozco las dolencias de mi alma que tú has venido a sanar. En su ceguedad, ¡oh María!, mi alma se ha extraviado del camino del bien. En su sordera, ha desentendido la voz de Dios que la llamaba atrayéndola con las caricias de su gracia. En su mudez, ha dejado de alabar a Dios por sus grandezas y beneficios y agobiada por sus múltiples enfermedades, ha dejado de practicar el bien y la virtud. ¡Oh María, refugio de los pecadores y salud de los enfermos!, sana mi alma de las enfermedades que la aquejan. Guíame sin cesar por el camino del bien, haz que mi alma oiga siempre la voz de Dios y no la desatienda jamás, y que cante siempre sus alabanzas; líbrala de todas las enfermedades que la agobian, para que libre del peso de la tentación y del pecado, siga tus huellas, imite tus virtudes y te acompañe en tu vuelo hacia la patria feliz. Así sea.

   

En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.