“¡Salta de gozo, Sión;
alégrate, Jerusalén!
Mira que viene tu rey,
justo y triunfador,
pobre y montado en un borrico,
en un pollino de asna.”
Queridos
hermanos:
Al conmemorar en este día, la
entrada de Nuestro Señor Jesucristo en Jerusalén siendo aclamado por la
multitud como el Hijo de David, el bendito de Dios que viene en su nombre,
también nosotros saltemos de gozo, alegrémonos, porque viene a nosotros nuestro
Rey. No temamos en reconocer a Jesucristo su realeza.
Él es rey: descendiente legal
del Rey David a quién Dios había prometido un desciende que se sentaría en su
trono para siempre. Él es rey: anunciado así por los profetas. Él es rey:
anunciado así a la Virgen Santísima por el ángel Gabriel cuando le dice: “Será grande, se llamará Hijo del Altísimo,
el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de
Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” Él es rey: buscado en su
nacimiento por los magos de Oriente. Él es rey: y en con su vida y sus milagros
hizo presente el Reino de Dios. Él es rey: aclamado hoy por los niños y la
multitud al entrar en Jerusalén. Él es rey: Pilatos se lo pregunta y él sin
negarlo revela que su reino no es de este mundo. Él es rey: y así lo declara el motivo de su
condena “INRI” – Jesús Nazareno Rey de los Judíos.
Como Herodes en la infancia del
Señor, como los Sumos Sacerdotes y los principales del Pueblo en la Pasión,
podemos sentir miedo a este Rey que viene a nosotros. Podemos tener temor de
que venga a quitarnos algo, a imponernos una ley insoportable… pero todo lo
contrario: es un rey que llega a nosotros pobre, humilde y montado en un
borrico. El mismo ha dicho: Venid a mí
los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré, Aprended de mí que soy
manso y humilde de corazón.
No temamos, sino alegrémonos y
saltemos de gozo: porque Cristo el Señor viene a nosotros para librarnos de la
esclavitud del pecado y de la muerte y para darnos la verdadera libertad que
nos conduce a la felicidad.
No temamos y aclamemos a Cristo
Rey como el “Bendito que viene en nombre del Señor”: él es el camino, la verdad
y la vida de los hombres… que nos conduce hasta Dios.
No temamos; porque este Rey no
viene a buscar prerrogativas, privilegios, poderes y éxitos mundanos… él viene
a nosotros buscando la gloria de Dios su Padre y el bien para nosotros: nuestra
salvación. Por ello, como escucharemos en la epístola de la santa misa: “Siendo de condición divina, se despojó de sí
mismo tomando la condición de esclavo, hecho
semejante a los hombres. Se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la
muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió
el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que
al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.”
No temamos, este Rey viene a
mostrarnos y quiere padecer su Pasión para mostrarnos su amor – la locura de su
amor-: siendo nosotros pecadores, rebeldes, quiso morir por nosotros.
No temamos, este Rey viene a nosotros y quiere padecer su pasión porque siendo probado en todo como nosotros quiso darnos ejemplo de todas las virtudes: “tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo.”
No temamos, este Rey viene a nosotros y quiere padecer su pasión porque siendo probado en todo como nosotros quiso darnos ejemplo de todas las virtudes: “tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo.”
No temamos, este Rey viene a
nosotros, y al verlo traicionado, juzgado, maltratado, burlado y crucificado -y
la causa de todo ellos fueron nuestros pecados- consideremos la gravedad de
nuestras desobediencias y hagamos firme resolución de obedecer y seguir siempre
su mandatos.
No temamos, este Rey viene a
nosotros y siendo Dios quiso vencer al Diablo y su rebelión de soberbia sufriendo
como verdadero hombre la terrible pasión, elevando a los hombres a la condición
de hijos de Dios.
No temamos, doblemos nuestras
rodillas, alcemos nuestras voces, proclamemos desde lo hondo de nuestro ser:
Hosanna, Bendito el que viene en nombre de Señor.
No temamos y hagamos hoy
juramento de no querer servir más a ningún otro señor: Gloria, alabanza y honor
te sean dadas, Cristo Rey Redentor nuestro.