COMENTARIO DEL EVANGELIO DEL DÍA
MIÉRCOLES
DE LA I SEMANA DE PASIÓN
Forma Extraordinaria del Rito Romano
La densidad teológica del breve pasaje
evangélico que acaba de proclamarse nos ayuda a percibir mejor el sentido y el
valor de esta solemne celebración. Jesús habla de sí como del buen Pastor que
da la vida eterna a sus ovejas (cf. Jn 10,28). La imagen del pastor está muy
arraigada en el Antiguo Testamento y es muy utilizada en la tradición
cristiana. Los profetas atribuyen el título de "pastor de Israel" al
futuro descendiente de David; por tanto, posee una indudable importancia
mesiánica (cf. Ez Ez 34,23). Jesús es el verdadero pastor de Israel porque es
el Hijo del hombre, que quiso compartir la condición de los seres humanos para
darles la vida nueva y conducirlos a la salvación. Al término
"pastor" el evangelista añade significativamente el adjetivo kalós,
hermoso, que utiliza únicamente con referencia a Jesús y a su misión. También
en el relato de las bodas de Caná el adjetivo kalós se emplea dos veces
aplicado al vino ofrecido por Jesús, y es fácil ver en él el símbolo del vino
bueno de los tiempos mesiánicos (cf. Jn 2,10).
"Yo les doy (a mis ovejas) la
vida eterna y no perecerán jamás" (Jn 10,28). Así afirma Jesús, que poco
antes había dicho: "El buen pastor da su vida por las ovejas" (cf. Jn
10,11). San Juan utiliza el verbo tithénai, ofrecer, que repite en los versículos
siguientes (Jn 10,15 Jn 10,17 Jn 10,18); encontramos este mismo verbo en el
relato de la última Cena, cuando Jesús "se quitó" sus vestidos y
después los "volvió a tomar" (cf. Jn 13,4 Jn 13,12). Está claro que
de este modo se quiere afirmar que el Redentor dispone con absoluta libertad de
su vida, de manera que puede darla y luego recobrarla libremente.
Cristo es el verdadero buen Pastor que
dio su vida por las ovejas —por nosotros—, inmolándose en la cruz. Conoce a sus
ovejas y sus ovejas lo conocen a él, como el Padre lo conoce y él conoce al
Padre (cf. Jn 10,14-15). No se trata de mero conocimiento intelectual, sino de
una relación personal profunda; un conocimiento del corazón, propio de quien
ama y de quien es amado; de quien es fiel y de quien sabe que, a su vez, puede
fiarse; un conocimiento de amor, en virtud del cual el Pastor invita a los
suyos a seguirlo, y que se manifiesta plenamente en el don que les hace de la
vida eterna (cf. Jn 10,27-28).
Benedicto XVI, 29 de
abril de 2007