Domingo de la Santísima Trinidad
Dom Gueranger
LA FE EN LA TRINIDAD.— El misterio de la Santísima Trinidad, manifestado por la misión del Hijo de Dios a este mundo y por la promesa del advenimiento próximo del Espíritu Santo, se intima a los hombres por estas solemnes palabras que Jesús pronunció antes de subir al cielo. Dijo: “El que creyere y se bautizare, será salvo”‘, pero añade que el bautismo será administrado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es preciso que en adelante el hombre confiese no sólo la unidad de Dios, abjurando el politeísmo, sino que adore a la Trinidad de personas en la unidad de la esencia. El gran secreto del cielo es una verdad divulgada ahora por toda la tierra.
ACCIÓN DE GRACIAS. — Pero si confesamos humildemente a Dios conocido tal cual es en sí, debemos también rendir homenaje con eterno reconocimiento a la gloriosa Trinidad. No sólo se dignó imprimir sus rasgos divinos en nuestra alma, haciéndola a su semejanza; sino que, en el orden sobrenatural, se apoderó de nuestro ser y lo elevó a una grandeza inconmensurable: El Padre nos adoptó en su Hijo encarnado; el Verbo ilumina nuestra inteligencia con su luz; el Espíritu Santo nos escogió para morada suya: es lo que indica la forma del bautismo. Por estas palabras pronunciadas sobre nosotros con la infusión del agua, toda la Trinidad tomó posesión de su creatura. Recordamos esta maravilla cada vez que invocamos a las tres divinas personas al hacer sobre nosotros la señal de la cruz. Cuando nuestros despojos mortales sean llevados a la casa de Dios para recibir allí las últimas bendiciones y el adiós de la Iglesia de la tierra, el sacerdote pedirá al Señor que no entre en juicio con su siervo; y para atraer sobre este cristiano, entrado ya en su eternidad, las miradas de la misericordia divina, recordará al supremo Juez que este miembro de la raza humana “estuvo marcado durante su vida con el sello de la Santísima Trinidad.” Veneremos en nosotros esta augusta imagen; que será eterna. La misma reprobación no la borrará. Sea ella nuestra esperanza, nuestro mejor título, y vivamos para gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.