DÍA 10
VARÓN DE DOLORES Y QUE SABE DE TRABAJOS
ORACIONES PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS:
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Dispongámonos a hacer este momento de oración, elevando a Dios nuestro pensamiento y nuestro corazón; y digamos:
Oración para todos los días
Benignísimo Dios de infinita caridad, que nos has amado tanto y que nos diste en tu Hijo la mejor prenda de tu amor, para que hecho hombre en las entrañas de una virgen naciese en un pesebre para nuestra salud y remedio. Yo en nombre de todos los mortales te doy infinitas gracias por tan soberano beneficio.
En retorno de él te ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de tu hijo humanado, y te suplico por sus divinos méritos, por las incomodidades en que nació y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongas nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido y con tal desprecio de todo lo terreno, que Jesús recién nacido, tenga en ellos su cuna y more eternamente. Amén.
Se reza tres veces Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
Gloria al Padre
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
10 de diciembre
VARÓN DE DOLORES Y QUE SABE DE TRABAJOS. Is 53, 3
Así llamó el profeta Isaías a Jesucristo, el hombre de dolores; sí, porque este hombre fue engendrado para padecer y, desde niño, comenzó a sufrir los mayores dolores que jamás habían sufrido los otros.
El primer hombre, Adán, tuvo algún tiempo en que gozó en esta tierra las delicias del paraíso terrenal. Pero el segundo Adán, Jesucristo, no tuvo momento alguno de su vida que no estuviese lleno de afanes y agonías;
habiéndole ya afligido desde niño la vista funesta de todas las penas e ignominias que debía padecer en su vida y, especialmente, después, en su muerte, sumergido en una tempestad de dolores y oprobios, como ya predijo David por aquellas palabras: He llegado a alta mar y la tempestad me vio anegado. Y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. (Flp. 2, 8).
Jesucristo desde el vientre de María aceptó la obediencia dada a Él por el Padre, acerca de su pasión y muerte: Facius obediens usque ad mortem; pues, que desde el vientre de María previó los azotes y ofreció a estos sus carnes. Previó las espinas y les ofreció su cabeza. Previó las bofetadas y ofreció sus mejillas. Previó los clavos y ofreció las manos y los pies. Previó la cruz y ofreció su vida.
De aquí fue que nuestro Redentor, desde la primera infancia, en todos los momentos de su vida padeció un continuo martirio y este lo ofreció sin cesar por nosotros al eterno Padre.
Pero lo que más le afligió fue la vista de los pecados que debían cometer los hombres, aun después de su penosa redención.
Conocía bien con su luz divina la malicia de todos los pecados y para quitarlos venía al mundo; más viendo además un número grande que se habían de cometer después, esto dio mayor pena al corazón de Jesús, que las penas que han padecido y padecerán todos los hombres de la tierra.
AFECTOS Y SÚPLICAS.
Dulce Redentor mío, ¿cuándo será que yo comience a ser agradecido a vuestra bondad infinita? ¿Cuándo comenzaré a reconocer el amor que me habéis tenido, y las penas que por mí habéis sufrido? Hasta aquí en vez de amor y gratitud os he dado ofensas y desprecios.
¿Deberé, pues, seguir siempre viviendo ingrato a Vos, Dios mío, que nada habéis excusado por conquistaros mi amor? No, Jesús mío, no ha de ser así. Yo quiero en los días que me restan de vida seros agradecido y Vos me habéis de ayudar.
Si os he ofendido, vuestras penas y vuestra muerte son mi esperanza. Vos habéis prometido perdonar al que se arrepiente. Yo me arrepiento con toda el alma de haberos despreciado. Cumplid vuestra palabra, amor mío, perdonadme. ¡Oh, mi amado Niño!, en ese pesebre os contemplo clavado ya en la cruz que tenéis presente y aceptáis por mí.
Infante mío crucificado, os diré, yo os doy gracias y os amo. Vos sobre esa paja, padeciendo por mí, y preparándoos ya para morir por mi amor, me convidáis y mandáis que os ame diciendo: Amarás al Señor tu Dios. Y yo no deseo otro que amaros. Ya, pues, que de mí queréis ser amado, dadme todo el amor que de mí exigís. El amor hacia Vos es don vuestro y el don más grande que podéis hacer a un alma.
Aceptad, ¡oh, Jesús mío!, por amante vuestro un pecador que tanto os ha ofendido. Vos habéis venido del cielo a buscar las ovejuelas perdidas. Buscadme, pues, que yo no busco a otro que a Vos.
Queréis mi alma, y ella no quiere a otro que a Vos. Amáis a quien os ama diciendo: Diligentes me delego. Yo os amo, amadme también Vos, y si me amáis, atadme a vuestro amor, y atadme de manera que no pueda separarme más de Vos.
¡María, Madre mía ayudadme! Sea también vuestra gloria ver amado a vuestro Hijo de un miserable pecador que antes tanto le ha ofendido.
PARA FINALIZAR TODOS LOS DÍAS
Concluyamos nuestra oración implorando la intercesión de la santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca san José:
Oración a la Santísima Virgen
Soberana María que por tus grandes virtudes y especialmente por tu humildad, mereciste que todo un Dios te escogiera para madre suya. Te suplico que tú misma prepares y dispongas mi alma para celebrar el nacimiento de tu adorable Hijo.
¡Oh dulcísima Madre!, concédenos recibir a tu Hijo con tu pureza, humildad y devoción, tu profundo recogimiento y divina ternura para que seamos un día dignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad. Amén.
Oración a San José
Oh Santísimo San José, esposo de María y padre putativo de Jesús, infinitas gracias doy a Dios porque te escogió para tan altos ministerios y te adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza. Por el amor que le tuviste al Divino Niño, te ruego la gracia de abrasarme en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente hasta que lo vea y goce en el cielo. Amén.
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Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.
Santos Patriarcas, Profetas y justos que aguardasteis la llegada del Mesías, rogad por nosotros.
Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
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¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártelo con tus familiares y amigos.
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.