NOVENA DE NAVIDAD CON SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
23 de diciembre
SE
MANIFESTÓ A TODOS LOS HOMBRES LA GRACIA DE DIOS. Tito 2, 11
ORACIONES PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS:
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Dispongámonos a hacer este momento de oración, elevando a Dios nuestro pensamiento y nuestro corazón; y digamos:
Oración para todos los días
Benignísimo Dios de infinita caridad, que nos has amado tanto y que nos diste en tu Hijo la mejor prenda de tu amor, para que hecho hombre en las entrañas de una virgen naciese en un pesebre para nuestra salud y remedio. Yo en nombre de todos los mortales te doy infinitas gracias por tan soberano beneficio.
En retorno de él te ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de tu hijo humanado, y te suplico por sus divinos méritos, por las incomodidades en que nació y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongas nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido y con tal desprecio de todo lo terreno, que Jesús recién nacido, tenga en ellos su cuna y more eternamente. Amén.
Se reza tres veces Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
Gloria al Padre
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
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23 de diciembre
SE MANIFESTÓ A TODOS LOS HOMBRES LA GRACIA DE DIOS. Tito 2, 11
Se manifestó a todos los hombres la gracia de Dios Salvador nuestro, enseñándonos que vivamos en este siglo piamente, aguardando la esperanza bienaventurada y el advenimiento glorioso del gran Dios y Salvador Jesucristo (Tito 2, 11).
Considera que, por la gracia que aquí se dice manifestada, se entiende el entrañado amor de Jesucristo hacia los hombres, amor nunca merecido por nosotros, y por esto se llama gracia.
Este amor por otra parte fue siempre el mismo en Dios, pero no siempre se mostró del mismo modo. Primeramente, fue prometido en tantas profecías y encubierto bajo el velo de tantas figuras. Más en el nacimiento del Redentor se dejó ver a las claras este amor divino, apareciendo a los hombres el Verbo eterno. Niño, recostado sobre el heno, que gemía y temblaba de frío, comenzando ya, de esta manera, a satisfacer por nosotros las penas que merecíamos y dando a conocer el afecto que nos tenía, con dar por nosotros la vida.
Porque, como dice san Juan: En esto hemos conocido la caridad de Dios, en que puso Él su vida por nosotros (1 Jn 3, 16). Se manifestó, pues, el amor de Dios y se manifestó a todos, ómnibus hominibus. Pero ¿por qué después no le han conocido todos y todavía hay tantos que no le conocen? El mismo Jesucristo da la razón: Porque los hombres amaron más las tinieblas que la luz (Jn. 3, 19). No le han conocido ni conocen, porque no quieren, estimando en más las tinieblas del pecado que la luz de la gracia.
Procuremos no ser del número de estos infelices. Si hasta aquí hemos cerrado los ojos a la luz, pensando poco en el amor de Jesucristo, procuremos, en los días que nos restan de vida, tener siempre delante las penas y la muerte de nuestro Redentor, para amar a quien tanto nos ha amado, aguardando, entre tanto, la esperanza bienaventurada y el advenimiento glorioso del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo.
Así podremos confiar fundadamente, según las divinas promesas, en aquel paraíso que Jesucristo nos ha adquirido con su sangre. En esta primera venida, viene Jesús Niño pobre y envilecido, naciendo en un establo cubierto de pobres mantillas y, reclinado sobre el heno; pero, en la segunda venida, vendrá de juez sobre un trono de majestad. ¡Dichoso en aquella hora el que le habrá amado y miserable el que no le haya amado!
AFECTOS Y SÚPLICAS.
¡Oh, mi santo Niño! Ahora os veo sobre esa paja, pobre, afligido y abandonado; más sé que un día habéis de venir a juzgarme en un solio de resplandores y cortejado por los ángeles. ¡Ah! Perdonadme, antes que me hayáis de juzgar. Entonces deberéis portaros como Dios de justicia, pero ahora sois para mí Redentor y Padre de misericordia.
Yo, ingrato, he sido uno de aquellos que no os han conocido, porque no han querido conoceros y, por esto, en vez de pensar en amaros, considerando el amor que me habéis tenido, no he pensado sino en satisfacer mis apetitos, despreciando vuestra gracia y vuestro amor. Ésta, mi alma que he perdido, ahora la consigno en vuestras santas manos. Salvadla, Señor: In manus tuas commendo spiritum meum. En tus manos mi espíritu encomiendo y tú, Señor, me rescatas, Dios de verdad (Sal 31, 6).
En Vos pongo, deposito todas mis esperanzas, sabiendo que habéis dado la sangre y la vida por mí, para rescatarme del infierno: Redemisti me, Domine, Deus veritatis. Vos no habéis permitido que yo muriese cuando estaba en pecado y me habéis esperado con tanta paciencia para que yo, reconocido, me arrepienta de haberos ofendido y comience a amaros; y así podáis, después, perdonarme y salvarme. Sí, Jesús mío, pues perdonarme y salvarme.
Sí, Jesús mío, quiero complaceros. Yo me arrepiento sobre todo mal de cuantos disgustos os he causado. Me arrepiento y os amo sobre todas las cosas. Salvadme por vuestra misericordia y mi salvación sea amaros siempre, en esta vida y en la eternidad.
Amada Madre mía, María, recomendadme a vuestro Hijo. Hacedle presente que yo soy siervo vuestro, y que en Vos he puesto mi esperanza. Él os oye y nada os niega.
PARA FINALIZAR TODOS LOS DÍAS
Concluyamos nuestra oración implorando la intercesión de la santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca san José:
Oración a la Santísima Virgen
Soberana María que por tus grandes virtudes y especialmente por tu humildad, mereciste que todo un Dios te escogiera para madre suya. Te suplico que tú misma prepares y dispongas mi alma para celebrar el nacimiento de tu adorable Hijo.
¡Oh dulcísima Madre!, concédenos recibir a tu Hijo con tu pureza, humildad y devoción, tu profundo recogimiento y divina ternura para que seamos un día dignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad. Amén.
Oración a San José
Oh Santísimo San José, esposo de María y padre putativo de Jesús, infinitas gracias doy a Dios porque te escogió para tan altos ministerios y te adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza. Por el amor que le tuviste al Divino Niño, te ruego la gracia de abrasarme en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente hasta que lo vea y goce en el cielo. Amén.
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Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.
Santos Patriarcas, Profetas y justos que aguardasteis la llegada del Mesías, rogad por nosotros.
Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
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¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártelo con tus familiares y amigos.
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.