NOVENA DE NAVIDAD CON SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
24 de diciembre
SUBIÓ TAMBIÉN JOSÉ PARA EMPADRONARSE CON SU ESPOSA MARÍA, QUE ESTABA EN CINTA. Lc 2, 4
ORACIONES PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS:
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Dispongámonos a hacer este momento de oración, elevando a Dios nuestro pensamiento y nuestro corazón; y digamos:
Oración para todos los días
Benignísimo Dios de infinita caridad, que nos has amado tanto y que nos diste en tu Hijo la mejor prenda de tu amor, para que hecho hombre en las entrañas de una virgen naciese en un pesebre para nuestra salud y remedio. Yo en nombre de todos los mortales te doy infinitas gracias por tan soberano beneficio.
En retorno de él te ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de tu hijo humanado, y te suplico por sus divinos méritos, por las incomodidades en que nació y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongas nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido y con tal desprecio de todo lo terreno, que Jesús recién nacido, tenga en ellos su cuna y more eternamente. Amén.
Se reza tres veces Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
Gloria al Padre
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
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24 de diciembre
SUBIÓ TAMBIÉN JOSÉ PARA EMPADRONARSE CON SU ESPOSA MARÍA, QUE ESTABA EN CINTA. Lc 2, 4
Había ya decretado Dios que su Hijo naciese no en la casa de José, sí en una gruta y establo de bestias, del modo más pobre y penoso que puede nacer un niño y, para esto, dispuso que César Augusto publicase un edicto, mandando que cada uno fuese a empadronarse en la propia ciudad, de la que traía su origen.
José, cuando tuvo noticia de esta orden, se puso en agitación, pensando si debía dejar o llevar consigo a la Virgen Madre, que estaba próxima al parto. Esposa y Señora mía, la dice; por una parte, yo no quisiera dejaros sola; por otra, si os llevo me aflige la pena de que Vos habéis de padecer mucho en este viaje tan largo y hecho en un tiempo tan rígido. Mi pobreza no me permite llevaros con aquella comodidad que a Vos es debida.
Más, responde María, y le da ánimo, diciéndole: José mío, no temas, yo iré contigo, el Señor nos asistirá.
Sabía bien esta Señora, por inspiración divina, y también porque estaba bien penetrada de la profecía de Miqueas, que en Belén había de nacer el Divino Infante. Por lo que, toma las fajas y los otros pobres paños preparados ya, y marcha con José: subió también José, para empadronarse con su esposa María, que estaba en cinta.
Vamos aquí considerando los devotos y santos discursos que en este viaje deberían tener los dos santos Esposos acerca de la misericordia, de la bondad y del amor del Verbo Divino, que dentro de poco había de nacer y aparecer sobre la tierra, para la salvación de los hombres.
Consideremos aquí también las alabanzas, las bendiciones y acciones de gracias, los actos de humildad y de amor en que se ejercitarían por el camino estos dos grandes viajeros.
Mucho, ciertamente, padecía aquella santa doncellita vecina al parto, caminando largas distancias por sendas extraviadas y en la estación del invierno; pero padecía con paz y con amor; ofrecía todas aquellas penas a Dios, uniéndolas con las de Jesús, que llevaba en su seno.
¡Ah! Unámonos también nosotros y acompañemos al Rey del cielo con María y José. A este Rey que va a nacer en una cueva y a hacer su primera entrada en el mundo de Niño, pero niño, el más pobre y abandonado que jamás ha nacido entre los hombres, y pidamos a Jesús, María y José que, por el mérito de las penas padecidas en este viaje, nos acompañen en el que estamos haciendo a la eternidad.
¡Oh, dichosos nosotros, si nos acompañásemos y fuésemos siempre acompañados de estos tres grandes personajes!
AFECTOS Y SÚPLICAS.
Mi amado Redentor, yo sé que en este viaje a Belén os acompañan a escuadrones los ángeles del cielo; pero de los que habitan en la tierra ¿quién os acompaña? Sólo lleváis con Vos a José y a María, que os trae dentro de sí.
No rehúses, pues, Jesús mío, que os acompañe también yo, miserable e ingrato como he sido; más, ahora, reconozco el agravio que os he hecho.
¡Oh! Sí, Vos habéis bajado del cielo para salvarme, para ser mi compañero sobre la tierra y yo tantas veces os he dejado, ofendiéndoos ingratamente.
Cuando pienso, ¡oh, mi Señor!, las muchas veces que por mis gustos malditos me he separado de Vos, renunciando a vuestra amistad, quisiera morirme de dolor; pero habéis venido para perdonarme.
Ea, pues, perdonadme pronto, que ya me arrepiento con toda el alma de haberos, tantas veces, vuelto las espaldas y abandonado.
Propongo y espero, con vuestra gracia, no dejaros más y no separarme de Vos, único amor mío.
Mi alma se ha enamorado de Vos, ¡oh, mi amable Dios Niño! Os amo, mi dulce Salvador y ya que habéis venido a la tierra a salvarme y a dispensarme vuestras gracias, éstas sólo os pido. No permitáis que tenga que separarme más de Vos. Unidme estrechamente a Vos, encadenándome con los dulces lazos de vuestro santo amor.
¡Oh, mi Redentor y Dios! ¿y quién tendrá más corazón de dejaros y de vivir sin Vos, privado de vuestra gracia?
Santísima María, yo vengo para acompañaros en este viaje y Vos no dejéis de asistirme, Madre mía, en el viaje que hago a la eternidad. Asistidme siempre, pero especialmente cuando me hallare al fin de mi vida, próximo a aquel momento del que depende o estar siempre con Vos, para ver a Jesús en el Paraíso, o estar siempre lejos de Vos, para aborrecer a Jesús en el infierno. Reina mía, salvadme con vuestra intercesión, y mi salud sea amar a Vos y amar a Jesús por siempre, en el tiempo y en la eternidad.
Vos sois mi esperanza; de Vos todo lo confío.
PARA FINALIZAR TODOS LOS DÍAS
Concluyamos nuestra oración implorando la intercesión de la santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca san José:
Oración a la Santísima Virgen
Soberana María que por tus grandes virtudes y especialmente por tu humildad, mereciste que todo un Dios te escogiera para madre suya. Te suplico que tú misma prepares y dispongas mi alma para celebrar el nacimiento de tu adorable Hijo.
¡Oh dulcísima Madre!, concédenos recibir a tu Hijo con tu pureza, humildad y devoción, tu profundo recogimiento y divina ternura para que seamos un día dignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad. Amén.
Oración a San José
Oh Santísimo San José, esposo de María y padre putativo de Jesús, infinitas gracias doy a Dios porque te escogió para tan altos ministerios y te adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza. Por el amor que le tuviste al Divino Niño, te ruego la gracia de abrasarme en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente hasta que lo vea y goce en el cielo. Amén.
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Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.
Santos Patriarcas, Profetas y justos que aguardasteis la llegada del Mesías, rogad por nosotros.
Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
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¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártelo con tus familiares y amigos.
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.