jueves, 10 de junio de 2021

LA SAGRADA COMUNIÓN (13) San Pedro Julián Eymard

 


DE LA SAGRADA COMUNIÓN

 

CAPÍTULO SEGUNDO

Del servicio y culto eucarísticos

 

I

La sagrada Comunión es la última gracia del amor. Se une por ella Jesucristo con el cristiano espiritual y realmente para en él producir la perfección de vida y de la santidad. Por eso el alma adoradora debe tender a la Comunión frecuente y aun diaria por cuanto de bueno, santo y perfecto puedan inspirarle la piedad, las virtudes y el amor.

Jesucristo tiene dicho: “Si no comiereis mi cuerpo y bebiereis mi sangre no tendréis vida en vosotros. Quien me comiere vivirá por mí. Quien come mi cuerpo y bebe mi sangre mora en mí y yo en el” (Jn 6, 54. 57-58).

La sagrada Comunión es asimismo gracia, modelo y ejercicio de todas las virtudes, y los adoradores aprovecharán más con este medio de santificación que con todos los demás. Jesús por sí mismo formará en ellos su espíritu, sus virtudes y sus costumbres. Así que irán a la Comunión para que sean instruidos y dirigidos por este maestro bueno, con humildad y buena voluntad. Considerarán la sagrada Comunión como el medio mejor y más universal para lograr la santidad de Jesús.

Mas para que la sagrada Comunión logre toda su eficacia menester es que llegue a ser pensamiento dominante del entendimiento y del corazón, el fin de todo estudio, de toda piedad y de toda virtud. Ya que Jesús es el “fin de la ley”, debe serlo también de la vida.

Consagrarán al comulgar un cuarto de hora a la preparación y, en cuanto sea posible, media hora a la acción de gracias. Es justo que para el acto soberano de la vida sean las primicias y la preferencia del cristiano. Por otra parte, el alma aprenderá más en algunos momentos con Jesús que en mil años con los sabios y los libros.

II

Por sí mismo haga y de su propio fondo saque el adorador los actos de la sagrada Comunión, que así serán más naturales y agradables a Dios. Como preparación inmediata a la visita del Señor haga los cuatro actos siguientes:

Adore a Jesús sacramentado que le va a venir con sentimientos de viva fe, rindiéndole homenaje con todo su ser y con el real don de su corazón.

Dé gracias por tamaño don del amor de Jesús, por esta invitación a su mesa eucarística que le dirige a él antes que a muchos otros mejores y más dignos de recibirle.

Considerados el dador y su don tan excelentes, eche una ojeada sobre sí, viendo su pobreza, sus imperfecciones y sus deudas.

Humíllese a la vista de la propia vileza y de los pecados cometidos.

Llórelos y, reconociendo una vez más que le hacen indigno de comulgar, pida perdón y misericordia. Imagínese luego que oye estas consoladoras palabras del Salvador: Porque eres pobre vengo a ti; por estar enfermo vengo a curarte; con el fin de darte mi vida, para que participes de mi santidad, me he hecho Sacramento. Ven con confianza, dame tu corazón, que eso es todo lo que quiero.

Al llegar aquí suplique el adorador a nuestro Señor quite Él mismo todos los obstáculos y venga. Desea, suspira por este momento de vida y de felicidad. Está dispuesto a sacrificarlo todo, a abnegarte en todo por una Comunión.

 

III

Vete entonces a la sagrada mesa con los ojos bajos, juntas las manos, con porte respetuoso. Anda con gravedad y modestamente.

Ponte de rodillas con alegría y felicidad en el corazón.

Al comulgar ten derecha e inmóvil la cabeza y bajos los ojos, abre modestamente la boca, pon la lengua humedecida sobre el labio inferior y tenla inmóvil hasta que el sacerdote haya depositado en ella la sagrada forma.

Puedes guardarla si quieres por un momento sobre la lengua para que Jesús, verdad y santidad, la purifique y santifique. Después, cuando la sagrada Hostia esté ya en el pecho, pon tu corazón a los pies del divino rey, tu voluntad a sus órdenes y tus sentidos a su mejor servicio. Ata la mente a su trono para que no se extravíe, o, mejor, ponla a sus pies, para exprimirle todo el orgullo y liviandad que contiene.

IV

Tras este primer acto de obsequio a su persona, el comulgante debe dar comienzo a la acción de gracias por la bondad divina que se le ha manifestado. Debe ensalzar el amor del Salvador, que tiene a bien darse a tan ruin e ingrata criatura, ofreciéndose y consagrándose a servirle con toda la perfección y la gracia de su vocación.

Te valdrás provechosamente de los actos de los cuatro fines:

1. Adora a Jesús en ti; exalta su poder; alaba su bondad; bendice su amor.

2. Dale gracias por haberte honrado, amado y dado tanto por esta Comunión.

3. Llora tus pecados a sus pies, como la Magdalena: el amor penitente experimenta la necesidad de llorar.

4. Pide su gracia para no ofenderle ya; protesta que quieres antes morir que pecar.

Ofrécele algún obsequio de amor, esto es, algún sacrificio que cueste a la naturaleza y que abrazarás por Él.

Después orará el adorador por la santa Iglesia, por el papa, por el obispo, por su pastor, por su confesor.

Orará luego por sus parientes y amigos, por la conversión de los pecadores, señaladamente de aquellos por quienes más debe interesarse su caridad. Y por último y sobre todo, para que Jesús sea conocido, amado y servido por los hombres.

Antes de irte, di algunas oraciones por las intenciones del soberano pontífice para las indulgencias del día que exijan esto como condición.

Durante el día mantén tu alma dulcemente entretenida con el pensamiento de las maravillas obradas en ella. Honra con tus virtudes la presencia espiritual y divina de Jesús que en ti está todavía.

Háblale, ámale y vive en Él.

 

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